Viví parte de mi vida desintegrado. De lunes a viernes era muy diferente a quien el domingo iba a misa. Era ese profesional enfocado al éxito que, al mismo tiempo, se pregunta cómo "ser bueno".
Vivía en dos mundos. Fue en esa época cuando, por distintas razones y tras 18 años de carrera, tuve que presentar mi renuncia. Cesante y con hijos, me enfrenté a la disyuntiva de qué hacer con mi vida.
Había orientado mi carrera al trabajo, al éxito entendido como el aumento de sueldo o ascenso, sin haber encontrado la forma de hacerme cargo de esa otra búsqueda. Fue cuando Felipe Berrios me preguntó: "¿Quieres ser el director de un Techo para Chile?" No voy a mentir. Entrar al Techo fue en un inicio, una especie de "voluntariado". Un lugar donde realizar mis sueños, pero lejano a un espacio de desarrollo profesional. Creía que eran mundos separados.
El tiempo me mostró que estaba equivocado. Los 12 años en el Techo fueron un cambio de mirada. Ahí aprendí que la mayor creatividad nace del trabajo hecho con sentido y la mayor productividad se origina de un equipo comprometido y de una organización con propósito. Al integrar lo profesional con un sueño de vida, uno se potencia.
Mis idas y venidas desde el sector privado al social también me sirvieron para entender que no se necesita cambiar el mundo desde una fundación, ONG o un lugar aislado.
El verdadero cambio se origina en el trabajo diario hecho con propósito. Y no me refiero a definir conceptos bonitos que quedan en el aire. Aquí hablo de un cuestionamiento cotidiano por cómo hacemos lo que hacemos, construyendo de forma colectiva aquello que configura el carácter de la organización y la identidad de la marca.
Actualmente, desde Gestión Social, veo con preocupación cómo en muchas empresas existe una desintegración de lo que son, hacen y muestran. Incluso, muchos de los males son producto de esta disociación: buenos por fuera, malos por dentro.
¿De qué sirve que las empresas donen dinero a fundaciones si no se comprometen con los impactos concretos de su propio quehacer?
En el caso de las empresas que se estén preguntando por cómo ser sostenibles, esto tiene que ver con su capacidad de transformarse, de mantenerse en movimiento y atentas a los cambios que les exige el entorno.
No se trata de bailar al ritmo de cualquier música, hoy las empresas están llamadas a hacerse cargo del rol social que da sentido al trabajo. Aquellas que creen que a sus colaboradores les basta con "ganar lucas", tienen un grave problema.
En el futuro de la sostenibilidad, atrás quedó el parecer sin el ser. Avanzar desde lo accesorio, desde lo adicional, es tratar de maquillar con buenas acciones lo que realmente nos compete.
Hace falta que nos revisemos. Resulta clave que las organizaciones entiendan que forman parte de una red de relaciones con sus trabajadores y con el entorno. Hoy más que nunca la empresa tiene la oportunidad de convertirse en plataforma para el desarrollo de las personas.
Porque liderar con un propósito refuerza el para qué de la existencia del negocio, además de dar soporte a esa integración que necesitamos.