En nuestra última columna- que coincidió con el día de la elección-, señalamos que esperábamos un reencuadre de la votación de la Convención, donde esa mitad de los votos totales alcanzados por Apruebo Dignidad y otras listas afines a cambios radicales se estrechara a solo un tercio. Y que, en el otro lado, la derecha y centroderecha superara holgadamente ese solo quinto de los votos que obtuvo en la ocasión. Agregábamos que no veíamos necesariamente en ello un péndulo de las opiniones, sino más bien elecciones y reglas distintas, con diferentes materias a resolver, que representaban otros ángulos de fotografías del mismo objeto, que no se movía demasiado en plazos tan cortos.
Imposible ocultar que los resultados nos sorprendieron, en particular la aceptación que tuvo el Partido de la Gente (PdlG). Pero se dio la recuperación esperada de la derecha y centro derecha (37% en diputados) -aunque algo mayor, lo que apunta a alguna contrarreacción a la revuelta-, mientras Apruebo Dignidad y afines se situó, como esperábamos, en sólo un tercio de los votos. El anverso del éxito del PdlG fue la enorme compresión de la centro izquierda que, de un 40% en las anteriores elecciones de diputados, se redujo ahora a un magro 18%, afectada también por el desplazamiento del Partido Comunista. Pero la merma se extendió a la centro derecha, desde 40% en 2017 a sólo 25% en 2021. Y así cayeron sus candidaturas presidenciales.
¡Vaya desplazamiento del otrora duopolio! Notaremos que ambos sectores tienen un rasgo en común: han gobernado. Se dirá que gobernar desgasta; pero eso dista de ser una regularidad si miramos otras latitudes. Lo de acá es una anormalidad, algo así como “vayan pasando de a uno al fondo”. El sillón presidencial se ha vuelto una silla eléctrica.
¿Y qué tendremos el próximo domingo? Pues la victoria de un candidato apoyado en primera vuelta por partidos que no han gobernado. ¿Esperaremos que un nuevo gobierno minoritario vuelva prontamente a perder la mayoría política y comience un nuevo vía crucis?
Procuremos que no. El país tiene ahora la oportunidad para que la Convención Constituyente repare nuestro régimen político que se ha convertido en un estropicio. Un gobierno sin mayoría parlamentaria tras su oferta programática –más allá de ajustes en la hora final- está destinado a la frustración y el consiguiente abandono de quienes por él votaron. Y, el progreso económico, al estancamiento ante la ausencia de definiciones de futuro, cualesquiera estas sean. Una cosa es consenso, otra inmovilismo.
Se ha citado el (ex) modelo portugués, donde una mayoría parlamentaria acuerda un programa, aunque no todos entran al gobierno. Pero el régimen político portugués es semipresidencial y dicha mayoría concurre a la elección del primer ministro y le puede quitar la confianza. Son todos, por así decirlo, socios del Ejecutivo, con beneficios o costos asociados al éxito o fracaso del mismo.
No es nuestro caso. Los partidos de la centro izquierda han expresado su disposición a apoyar a Boric desde el Parlamento, pero sin integrar el Ejecutivo. No cosecharán, por tanto, directamente los beneficios de una eventual popularidad de su gestión, si este resultare elegido. Es dudoso además que la fidelidad siga incólume cuando sobrevengan decisiones difíciles y momentos impopulares. Lo mismo podemos decir de la centro derecha; ya Evópoli se ha mostrado renuente a integrar un eventual gobierno de Kast.
Es preciso reparar nuestro régimen político o sala de máquinas como le denominó Gargarella. Alternativas hay varias. Desde las más radicales, como mutar a un régimen parlamentario, hasta cambios en el margen que propendan a generar mayorías parlamentarias para quien ganare la elección presidencial. Un ejemplo de lo último es transformar la primera vuelta en una elección primaria y desplazar la elección del Congreso a la segunda vuelta. Allí, presumiblemente, las listas parlamentarias se alinearían en torno a alguna de las dos candidaturas, influirían en el programa -sería conveniente mayor distancia entre ambas vueltas- y los partidos que las integren entrarían al gobierno.
Por supuesto hay un continuo de fórmulas intermedias como, por ejemplo, el régimen semipresidencial. Y también otros tantos temas ligados como la unicameralidad o un Senado que no replique a la Cámara, sino que tome más una función de garantizar el equilibrio entre regiones; la legislación de partidos para mitigar el caudillaje e incentivar la democracia y disciplina partidaria; el balance de poder entre Ejecutivo y Legislativo; los quórums de aprobación de leyes clave, etc. Pero lo que no puede continuar como está es el conjunto de disposiciones que llevan a un gobierno minoritario, que solo le dificulta gestionar una mayoría en el Congreso. Si no readecuamos dichos incentivos veremos caer, una tras otra, la popularidad y adhesión de las corrientes políticas que lleguen al gobierno y pavimentaremos el camino al populismo más rampante.