El juego favorito de todos en Beijing es adivinar qué tipo de presidente será Xi Jinping. Ya que es difícil decir con precisión qué tipo de presidente ha sido Hu Jintao tras 10 años en el cargo, es más fácil decirlo que hacerlo.
El camino desde Mao Tse-Tung hasta la zona sin personalidad ocupada, apropiadamente, por Hu ha sido uno en que el partido Comunista logró exitosamente quitarles carisma a sus líderes. En lugar de Mao, que podía sacudir al país pasando de una política descabellada a otra, ahora tenemos un comité de nueve miembros de ingenieros y tecnócratas. Mao colectivizó la tierra. Sus sucesores, en cambio, colectivizaron la toma de decisiones.
Los líderes chinos compiten en lo que un diplomático describe como “la piscina de tiburones de la piscina de tiburones”. Aquellos que eventualmente naden hasta la sangrienta superficie son fuertes. Sobre todo, saben cómo evitar las infracciones. Xi ascendió a la cumbre del partido de 83 millones de miembros sin salirse de la línea.
Ahora que está tan cerca de la cima, sin embargo, no está claro cuánto poder va a tener en realidad. Cerca del 15 de noviembre recorrerá el escenario del Gran Salón del Pueblo como secretario general del partido. Tendrá que esperar hasta marzo para convertirse en presidente y posiblemente otro año o más antes de suceder a Hu como presidente de la Comisión Militar Central.
Incluso después de esta escalonada transición, habrá restricciones, como su predecesor descubrió. Hu ha sido capaz de lograr algunas cosas. Reparó las relaciones con Taiwán. Él y Wen Jiabao, el primer ministro, construyeron los fundamentos de un sistema de seguridad social rudimentario y llevaron desarrollo a la China rural. Pero ha habido grandes contratiempos. Las desigualdades de ingresos se ampliaron y el descontento social se profundizó. En algunas áreas, Hu ha sido todo menos imponente.
El objetivo de reequilibrar la economía hacia un consumo interno implica reducir el poder de empresas estatales. Pero éstas tienen mayor influencia y han sido beneficiarias masivas del estímulo post-2008. La economía está más inducida por la inversión que por el consumo que cuando Hu asumió.
Los intereses creados de China son una barrera para el cambio. Cuando los líderes buscaron mejorar los derechos laborales, los exportadores gritaron furiosos. Tan enredado está el poder y el dinero, que los que están al mando resistiéndose al cambio y el partido que supuestamente lo fomenta, son los mismos.
En breve, el liderazgo colectivista reducirá cualquier tendencia latente del presidente Mao que Xi pueda tener y los intereses creados buscarán aplastar a su Deng Xiaoping interno. Eso es, suponiendo que Xi quiere llevar a cabo un cambio.
Entonces, ¿quién es Xi y es sensanto pensar que tiene una agenda progresiva? Aquí es donde el juego comienza. La mayoría concuerda en que Xi tiene más personalidad que Hu. Ese no es un estándar alto. Los diplomáticos dicen que es agradable, con un gran dominio de temas y la confianza para rehuir de notas preparadas.
Muchos miran a su padre, Xi Zhongxun, un moderado político. En los ’30 ayudó a establecer la base de guerrilla donde Mao terminó la Gran Marcha. Casi medio siglo después fijó zonas económicas especiales en Guangdong. En vez de dispararle a la gente que se iba a Hong Kong, buscó implementar una liberalización económica para motivarlos a quedarse.
Éstas y otras historias persuadieron a algunos de que Xi Jingping sería un liberal de armario dividido entre reforma económica y política. Eso es posible, pero no probable. “La gente tenía grandes esperanzas de Hu”, advierte un académico. “Pero los últimos diez años fueron una oportunidad perdida”.
Aunque Hu y Wen anduvieron lento, el trabajo preliminar de políticas más audaces estaría listo. Xi y Li Keqiang, el futuro primer ministro, se inscribieron implícitamente al reporte China 2030 del Banco Mundial, hecho en conjunto con el Centro de Investigación para el Desarrollo. El informe recomienda más espacio para el sector privado, mayor cumplimiento de la ley, más igualdad y más protección ambiental.
Estos cambios son vitales si China quiere escapar a la “trampa del ingreso medio”. Tal agenda, sin embargo, no puede implementarse sin crear perdedores. Si Xi hará un cambio tendrá que hacer lo que hasta ahora evitó con mucho cuidado: ganar enemigos.
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