Pocos presidentes de Estados Unidos en los últimos tiempos han sido tan reacios como el presidente Barack Obama ha proyectar el poder estadounidense en el extranjero. Así que su decisión de lanzar ataques aéreos contra los militantes islamistas en Siria no son la respuesta de un comandante en jefe feliz, sino un signo soberano de la amenaza que estas fuerzas suponen para el Medio Oriente. Obama tiene pocas alternativas más que hacer escalar la campaña para “degradar y destruir” al Estado Islámico o Isis. Pero ha lanzado una operación impredecible e incierta cuyo éxito está lejos de ser seguro.

Cualqueira que quiera juzgar la decisión de Obama necesita responder tres preguntas. La primera es la extensión de la campaña desde Irak a Siria se justifica por motivos de seguridad. Debiese haber pocas dudas de que es así. Isis se ha apoderado de grandes franjas de territorio en Irak y Siria y ha prometido romper las fronteras con Jordania y el Líbano. Tiene hasta 30.000 militantes y está ganando millones de dólares de los 13 yacimientos de petróleo y gas que controla. El movimiento ha demostrado sus intenciones asesinas hacia las minorías de la región, como los yizadíes y los cristianos. Dada la amenaza que Isis supone para Europa y la región del Mediterráneo, Estados Unidos tiene la responsabilidad de detener, mientras pueda, la trayectoria ha arriba de este grupo radical.

La segunda pregunta es si extender la operación sobre Siria es legal. Este es un tema más complejo. La acción de EEUU contra Isis dentro de Irak es indudablemente permisible porque el gobierno de Bagdad lo ha pedido. En Siria, el régimen de Bashar al Assad no ha hecho una demanda como esa, incluso cuando hasta ahora no hay indicaciones de que Damasco se opone a los ataques aéreos contra su enemigo militar. Sin embargo, lo que si importa, es que la operación estadounidense ha sido apoyada por cinco estados árabes suníes -Arabia Saudita, Jordania, Emiratos Árabes Unidos, Qatar y Bahrein- como también Turquía, que ha ofrecido al menos apoyo político. La fuerte presencia árabe confiere legitimidad en la operación, en marcado contraste con la intervención estadounidense a Irak en 2003.

La pregunta más grande, y la que gatilla la mayor cantidad de dudas, es si la misión puede lograr su objetivo establecido. Estados Unidos ha atacado con fuego formidable para luchar contra Isis en los últimos días. Pero para completar la tarea, puede que se necesite desplegar fuerzas terrestres en Siria e Irak para explotar la ofensiva aérea liderada por EEUU.

Después de la terrible experiencia de la guerra de Irak, es poco probable que EEUU acuerde algo más que un número simbólico de “botas en la arena”, mientras las fuerzas árabes muestran poco estómago para la pelea. Pasaran años antes de que el Ejército de Liberación para Siria sea capaz de hacer frente a Isis o el régimen de Assad. Los militares iraquíes pueden haber contenido el avance de Isis a Bagdad, pero sigue sufriendo derrotas contra los militantes.

El caos en el Medio Oriente ha dejado al presidente de EEUU y a otros líderes occidentales con cero opciones libres de riesgo. Pero mientras la operación americana se desarrolla, lo que tienen que tener en mente es que la destrucción de Isis dependerá al final de que los poderes regionales jueguen su papel.

Turquía debiese ser alentado a tomar un rol activo en la misión guiada por EEUU. Irak tiene que hacer mucho más para unir a las comunidades suní, kurda y shia en instituciones nacionales.

Sin embargo, la gran prueba está para el presidente de EEUU. Habiendo comprometido sus fuerzas en la pelea, necesita reflejar las lecciones de las campañas fallidas del pasado. Dos tercios de los estadounidenses apoyan los ataques de EEUU a Isis. Pero para retener ese apoyo, debe establecer metas claras y evitar la la maldición de una misión extendida.

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