Han pasado sólo cuatro semanas desde que Barack Obama y Mitt Romney debatieron sobre política exterior. Durante 90 minutos, mencionaron Medio Oriente 24 veces e Israel, 35. ¿Y Asia? Apenas dos menciones.
A medida que Obama hace su viaje, Gaza está en llamas, Jordania al borde del abismo y la guerra en Siria todavía en desarrollo. Aún así, Obama hizo una línea recta hacia el sudeste asiático. El simbolismo es importante porque una de las sugerencias más intrigantes acerca del segundo período de Obama es que, pese a la retórica del debate, empezará sutilmente a prestar menos atención a la importancia que EEUU le da al Medio Oriente, a favor de Asia Pacífico.
El vuelco de la administración Obama a Asia ya ha estado tomando forma en los últimos dos años. Las autoridades nunca se cansan de señalar que Asia-Pacífico es la región más dinámica del mundo, mientras en privado reconocen que el auge de China presenta el mayor desafío al orden internacional encabezado por EEUU desde la guerra fría. “Estados Unidos es una potencia pacífica cuyos intereses están inextricablemente relacionados con la seguridad económica y orden político de Asia”, dijo Tom Donilon, asesor de seguridad nacional de la Casa Blanca la semana pasada. “El éxito de Estados Unidos en el siglo XXI está atado al éxito de Asia”.
Las perspectivas de un retiro gradual de Medio Oriente atraen a muchos realistas, quienes están cansados de las políticas tóxicas de la región y a los progresistas que esperan una opción de retroceder en la impronta imperial de EEUU a medida que la era de las guerras de Irak y Afganistán llega a su final.
Los fuertes cambios en el comercio mundial de petróleo están comenzando a hacer la idea más imaginable. La Agencia Internacional de Energía predijo la semana pasada que Estados Unidos sería casi autosuficiente en energía en dos décadas. Al mismo tiempo, cerca de 90% del petróleo del Medio Oriente está destinado a Asia, especialmente a China. Algunos ya se están empezando a preguntar ¿por qué debiera Estados Unidos invertir todo ese tiempo y dinero en asegurar que los tanques petroleros puedan pasar por el Estrecho de Ormuz cuando el vínculo económico director entre Estados Unidos y Medio Oriente se está cortando de a poco? Se puede sentir fácilmente como uno de esos momentos en que el panorama geopolítico comienza a cambiar rápidamente.
Washington no puede dar vuelta la espalda tan rápidamente al Medio Oriente. Si Estados Unidos realmente quiere consolidar su posición como una potencia pacífica duradera, Washington se verá a sí mismo más conectado que nunca con el comercio de petróleo en el Medio Oriente.
La influencia de Estados Unidos en Asia está arraigada en sus alianzas con Japón y Corea del Sur. Aún así, China no es el único gran cliente asiático del petróleo de Medio Oriente: Japón y Corea del Sur también dependen de las exportaciones de la región. Si Tokio y Seúl pensaron que EEUU no garantizaría la seguridad de las importaciones petroleras de Medio Oriente, sus cálculos estratégicos podrían empezar a cambiar.
La globalización es también una forma indirecta de exposición. Incluso los televisores de pantalla plana y cada nuevo iPad contiene plásticos y otros productos que usan petróleo en su fabricación. Las cadenas de abastecimiento asiáticas en el corazón de la economía global se sostienen en el petróleo de Medio Oriente.
“Hay una visión de la costa este sobre Medio Oriente que es sobre historia y Estados Unidos eligiendo el rol británico y francés”, plantea Jon Alterman, experto de Medio Oriente en el Center for Strategic and International Studies.
Pero la visión de Medio Oriente desde la costa pacífico es muy distinta. Comienza en el Golfo, pasa a India en su camino hacia las fábricas de Asia del Este y termina con el consumidor estadounidense. Si Washington quiere seguir siendo central para Asia, no se puede obviar la dependencia de Asia respecto del petróleo del Medio Oriente. El vuelco a Asia no aleja a EEUU de Medio Oriente. Lo devuelve por una ruta diferente.
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