Si necesitaba una confirmación de que los liberales y los conservadores estadounidenses viven en universos paralelos, sólo considere la reacción de la última semana relacionada con el fiscal cliff. Los conservadores vieron a un Barack Obama rudo, embistiendo a través de su agenda. Los liberales lamentaron la blanda rendición del presidente.

Estas dos líneas muy diferentes de ataque a Obama tienen algo importante en común. Tanto liberales como conservadores siguen siendo adictos al mito del presidente imperial. Esperan que quien ocupe la Casa Blanca sea una figura imponente - un Lincoln, un Roosevelt, un Johnson - que domina la política y moldea la historia.

En realidad, Obama es un prisionero de las circunstancias. No puede aprobar leyes o un presupuesto sin el consentimiento de los representantes de la Cámara, controlada por sus enemigos políticos e ideológicos. Ningún presidente- aun siendo brillante, determinado o sabio- puede crear políticas racionales y efectivas basadas en tales circunstancias.

Muchos liberales soñaron con que Obama sería libre después de la reelección. Sin la carga de hacer campaña presidencial, sería el presidente de los sueños de Hollywood: hablando de forma valiente y venciendo a los malos.

En cambio están empezando a temer que Obama II se parezca mucho a Obama el I: digno y elocuente, cauteloso, limitado. Ni siquiera el éxito del presidente para que el partido republicano acepte elevar los impuestos para los más ricos convenció a quienes lo acusan de debilidad. En el Washington Post, David Ignatius lamentó que el presidente estuviera “desaparecido en acción” en las negociaciones del fiscal cliff. Mi colega Martin Wolf pone el ejemplo para aquellos que ven este acuerdo como una capitulación, argumentando que Obama “no ha ganado importancia y cedió la única carta que tenía, el vencimiento automático de los recortes de impuestos de Bush”.

Elizabeth Drew, respetada comentarista de Washington se lamenta de “la cautela de Obama, su falta de estómago para la pelea”. Incluso la reacción del presidente a la masacre en la escuela de Sandy Hook ha sido objeto de un análisis crítico. En su discurso se mostraba afectado, pero con tacto exquisito. En ningún momento Obama asumió directamente la Asociación Nacional del Rifle.

Muchos de los liberales que apoyan a Obama son partidarios de un tipo diferente de presidente: alguien más como Franklin Delano Roosevelt. Fue FDR quien pronunció un discurso en 1936 denunciando a sus enemigos políticos. “Son unánimes en su odio hacia mí”, rugió. “Y doy la bienvenida a su odio”.

Es imposible imaginar a Obama diciendo algo de manera tan directa y brutal. A diferencia de un Roosevelt de sangre azul, la vida de Obama le enseñó a evitar la confrontación. En su autobiografía, el presidente escribió que cuando era joven descubrió que: “la gente estaba satisfecha siempre y cuando uno fuera cortés, sonriera y no hiciera ningún movimiento brusco... qué sorpresa más agradable encontrar un educado joven afroamericano que no pareciera enojado todo el tiempo”.

Obama transformó este encanto personal en una estrategia política y construyó su carrera como conciliador - alguien que pudiera cerrar la brecha entre los estadounidenses afroamericanos y blancos y entre los estados rojos y azules. Estas diferencias personales ayudan a explicar por qué Obama nunca pudo ser un FDR y así dar la “bienvenida” al odio de sus enemigos.

Pero hay explicaciones políticas más prosaicas, y finalmente, más importantes. En los años ‘30, Roosevelt tuvo el beneficio de trabajar con grandes mayorías demócratas en el congreso. Pudo insultar a los republicanos y sus partidarios. En contraste, Obama sólo tuvo mayorías en ambas cámaras en sus primeros dos años de gobierno- y la mayoría de su partido en el senado era inferior y más vulnerable que aquellas de FDR en la época del New Deal o de Lyndon B. Johnson, cuando impulsaba las grandes reformas para la sociedad de los ‘60.

Incluso si Obama está muy tentado a hacer algunos “movimientos bruscos” y asumir el Tea Party, una confrontación máxima no sería una estrategia política inteligente. La verdad es que necesita los votos republicanos si quiere alcanzar alguno de los objetivos liberales más preciados - desde control de armas a la reforma fiscal.

En cualquier caso, la idea de que Obama es un conciliador será recibida con incredulidad por sus enemigos políticos. Prominentes comentaristas conservadores ven a un presidente completamente diferente. Charles Krauthammer atribuye a Obama una “derrota” de sus oponentes en las negociaciones del abismo fiscal. Peggy Noonan se queja de que “él se burló de los republicanos en el Congreso” y lo llama “una figura polarizante única”.

Obama se puede ver tentado a adoptar una defensa del estilo “si estoy siendo criticado por la derecha y la izquierda, lo debo estar haciendo bien”.

El presidente debe tomar cualquier consuelo que pueda. Estados Unidos ha evitado al fiscal cliff. Pero, en apenas unas semanas se va a alcanzar el techo de la deuda. El presidente puede -de acuerdo con la opinión pública- ser “el hombre más poderoso del mundo”. Pero, cuando se trata de políticas locales, muchas veces es prisionero de un sistema que está roto.

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© The Financial Times Ltd, 2011.

Debes saber

¿Qué ha pasado?
Tanto liberales como conservadores siguen siendo adictos al mito del presidente imperial. Esperan que quien ocupe la Casa Blanca sea una figura imponente - un Lincoln, un Roosevelt, un Johnson - que domina la política y moldea la historia. Pero Obama es prisionero de las circunstancias.

¿Por qué ha pasado?
Esto ha ocurrido porque Obama no puede aprobar leyes sin el consentimiento de los representantes, con mayoría republicana. Además, su estilo conciliador no le ha permitido golpear la mesa ni ha liderado las negociaciones.