A pocos días de terminar su segundo mandato, no hay duda de que “Los Obama”, ya que como fenómeno Barack sólo puede entenderse junto a Michelle, se han convertido en todo un ícono que, incluso, ha trascendido las fronteras de Estados Unidos. Ya no es extraño ver sus caras impresas en poleras, gorros, chapitas y en todo tipo de souvenirs que desbordan las tiendas de regalos del país del norte. Estados Unidos, como cuna del capitalismo, es especialista en encumbrar a sus ídolos a pedestales. Los Obama vendrían a sumarse así a un listado bastante amplio de íconos, partiendo por el tío Sam hasta rostros más contemporáneos como James Dean, Marilyn Monroe o Andy Warhol.
En términos de análisis marcario, “Los Obama”, como marca, son una prueba de que los atributos emocionales pesan mucho a la hora de generar un vínculo profundo con las personas, mas no son suficientes. Nos gustan “Los Obama”, porque creemos que son un poco como nosotros (aunque bastante más glamorosos, por supuesto). Son humanos. Se emocionan (casi no hubo un discurso dado en los últimos meses en los que alguno de los dos no se quebrara al hablar). Se tiran al suelo para jugar cuando ven a un niño. Sacan a pasear al perro. Han tenido uno que otro problema lidiando con la adolescencia de sus hijas, pero nada demasiado serio.
Pero a pesar del mito, lo importante es reflexionar cómo esta alta adhesión (más bien admiración) no logró movilizar al pueblo americano a las urnas. Si bien Hillary tenía, por sí misma, varias barreras para conectarse con el pueblo americano, lo esperable es que tendría que haber capitalizado, al menos en alguna medida, el buen momento de “Los Obama”. Pero no fue así.
En términos de marca, esta situación no resulta para nada extraña. Lo emocional hoy es imprescindible, más no suficiente, por sí mismo, para sostener un vínculo. La administración Obama no fue inocua: la conducción económica, la postura frente a los conflictos de Medio Oriente, la reforma de la salud, entre otros temas, marcaron una gestión de gobierno que tuvo bastantes cuestionamientos por parte del pueblo americano.
Obama quedó como el amigo buena onda que todos queremos tener. Pero eso no lo convierte, por sí solo, en un buen presidente.