EN 2004 yo pensaba que John Kerry empujaría a George W. Bush fuera de la Casa Blanca.
En cambio, los votantes prefirieron a un presidente que no les gustaba mucho por sobre un contendor en el cual no confiaban del todo. La contienda de 2012 ha seguido un patrón similar. Los niveles de aprobación de Barack Obama se han visto condicionados por una débil economía, pero Mitt Romney ha atornillado en contra de Mitt Romney.
El candidato republicano espera que la elección de Paul Ryan, como compañero de fórmula, sacuda el caleidoscopio electoral. Como suele suceder, el equipo de campaña de Obama comparte la misma esperanza. Los partidarios del presidente se preocupan de que las elecciones de noviembre podrían llegar a ser una repetición de la derrota de George H. W. Bush en 1992 en vez de la reelección de su hijo en 2004.
Probablemente no tendremos una visión clara hasta después de las convenciones a principios de septiembre, en relación hasta qué punto Ryan ha cambiado la dinámica de la elección. En el corto plazo, Romney ha inyectado algo de vida a una campaña republicana mediocre.
Por otro lado, lo mismo se dijo de la decisión de John McCain de poner a Sarah Palin al frente en 2008. La apuesta a jugar seguro de Romney ha tomado un gran riesgo al optar por el archi conservador Ryan. Uno sólo puede presumir que la estadística de las encuestas indica que no había otra manera para abrir la carrera. En cuanto a los paralelos con 2008, Ryan puede provenir de las alas del Tea Party del partido, un miembro del partido republicano ha comentado, sin embargo, que él es tan inteligente como Palin era tonta.
En cualquier caso, una contienda presidencial que podría haber sido un referéndum sobre Obama se ha convertido en un choque de recetas económicas. Es como si Romney, consciente de su propia falta de definición ideológica, hubiera derivado la lucha a su compañero de fórmula. Una elección que los republicanos habían querido convertir en los errores de Obama podría centrarse en los puntos de vista de los aspirantes a vicepresidente.
Animando la base republicana y abriendo los bolsillos de los ricos donantes del Tea Party tiene un precio. En vista de ello, el conservadurismo implacable de Ryan en el ámbito social como económico no tiene un atractivo obvio para los votantes indecisos. Tampoco es fácil ver cómo estos puntos de vista encantarán a los latinos y a las votantes femeninas que Romney tiene que ganar en los estados más disputados.
Pero poner de relieve las debilidades no quiere decir que Romney ha regalado a Obama un segundo mandato. El presidente tiene sus propios problemas de credibilidad. Gran parte de la historia de su primer mandato ha sido la de un líder con todas las habilidades intelectuales necesarias para la presidencia, pero una falta del temperamento audaz necesario para traducir el análisis inteligente en una acción eficaz. El vaticinio para un segundo mandato es, en el mejor de los casos, nebuloso. Más allá de las usuales trivialidades, los aliados luchan incluso en privado para articular las ambiciones del presidente para los próximos cuatro años.
Obama tiene un plan de reducción de déficit, combinando recortes de gasto y aumentos de impuestos. Pero se queda corto en el marco propuesto por la propia comisión bipartidista.
El plan Bowles-Simpson exigió recortes más profundos de gasto y aumentos de impuestos más amplios que los que Obama habría estimado políticamente prudentes aceptar. Sin embargo, aún rehuyendo el plan y centrándose en la campaña en el aumento de impuestos a los ricos, Obama ha dado la impresión de que él también está eludiendo la realidad fiscal brutal.
He oído decir a los demócratas que sería difícil para Obama cambiar de opinión y aceptar el plan Bowles-Simpson. Los republicanos se burlarían de la media vuelta. Tal vez. Pero el presidente necesita un proyecto para su segundo mandato.
Reactivar la economía y restaurar la salud de las finanzas públicas no es un mal comienzo. A pesar de sus defectos, Bowles-Simpson ofrece la preciada credibilidad de Obama.
Por razones obvias he renunciado a la predicción de resultados electorales. En la elección de su compañero de fórmula, sin embargo, Romney ha subrayado la verdad esencial sobre la contienda de este año. La verdad es que es Obama quien puede perder.
COPY RIGHT FINANCIAL TIMES
© The Financial Times Ltd, 2011.
Debes saber
¿Qué ha pasado?
A medida que avanza la campaña presidencial en EEUU, ambos candidatos han dado paso a trasladar sus puntos débiles hacia sus abanderados de campaña.
¿Por qué ha pasado?
La polémica posición de Mitt Romney como el abanderado del 1% más rico del país, y el mal estado de la economía en EEUU, han aparecido como los dos principales temas que los candidatos deben revertir para ganar más votos.
¿Qué consecuencias tiene?
Los aliados de Obama temen que si el presidente no logra reafirmar su preciada credibilidad, esta elección podría terminar resultando como la de 1992, en la que el padre de George W. Bush perdió tras un primer mandato.