Un análisis de cómo la confianza afecta la economía y a la sociedad en su conjunto realizó el director del Centro de Sistemas Públicos (CSP) de Ingeniería Industrial de la Universidad de Chile, Pablo González. El también doctor en Economía de la Universidad de Cambridge apuesta por buscar mejoras amplias, donde la sociedad civil tenga un papel crucial y critica algunos diagnósticos como la gratuidad en la educación.
¿Afecta mucho a la economía el ambiente de desconfianza generalizada que vive hoy el país?
Absolutamente, porque si se confía menos se elevan los costos de transacción y eso disminuye el número de transacciones posibles ya que los contratos tienen que ser más detallados y con cláusulas de salvaguardia de garantía más estrictas, por lo tanto, el número de empresas que se pueden crear se achica, el número de negocios se limita, y disminuye la eficiencia de la economía. Se genera un problema de gobernanza, entendido como la posibilidad de resolver los conflictos en aras del interés mutuo y generar beneficios comunes, lo cual es importante en los negocios y en la política.
¿Cree que la desconfianza se ha agravado en el último tiempo?
Chile siempre tuvo un problema de confianza, que es la confianza en las instituciones, en las demás personas. Desde los ’90 ha venido cayendo en el índice y en 2012 ya se mostraba como uno de los países con menor confianza en el mundo. Hay una estadística de la OCDE que mide la desigualdad en un eje y la confianza de las personas en otro, lo curioso es que en este informe Chile no aparece porque se salía de los ejes.
¿Cuánto acentúan esa desconfianza los últimos escándalos políticos?
No me preocupa que esos hechos se estén destapando, es bueno que se haga. Lo que me preocupa es cómo se resuelven, cómo se sale jugando hacia el futuro, y eso requiere resolver ciertos problemas específicos que estaban en el diagnóstico, al comienzo del período de gobierno, pero que fueron sólo parcialmente recogidos en el programa. Tenemos prioridades que no son siempre las más adecuadas, con soluciones parciales que no necesariamente son las mejores, y además problemas de implementación serios.
¿Y cómo pesan los casos empresariales, de colusión por ejemplo?
Se están destapando casos, las instituciones están funcionando y eso es súper positivo. Ahora, uno puede pensar que las sanciones son muy bajas respecto de las utilidades que se ganaron y ahí hay una necesidad de reforma a la ley del consumidor para darle más poder, y eso ha costado que ocurra. En el tema de la confianza requerimos mejor regulación, protección a los consumidores, sanciones y una institucionalidad más fuerte. El mercado tiene que ser regulado para que funcione adecuadamente y que efectivamente el lucro contribuya al bien común.
¿Cómo solucionaría estos temas?
La distribución social del poder es clave para la democracia y ahí el diagnóstico es errado: el problema no es la desigualdad de resultados, sino la desigualdad de oportunidades. Eso no se ha enfatizado adecuadamente y está limitado y mal distribuido en Chile. Debe haber una sociedad fuerte; que lo que está pasando entre política y empresa se sepa para que se nivele el poder que tienen las empresas a través del dinero, con una sociedad civil fuerte. Es decir, la sociedad civil fuerte a la política es lo que la competencia a los mercados.
En términos concretos, ¿cómo se sale de este clima de desconfianza?
Hace tiempo sugerí que el centro tenía que estar en la confianza, que había que restablecerla, lo mismo que el capital social. Estamos con un problema y me gustaría que el Gobierno estuviera centrando su esfuerzo en ello y en cómo implementar las recomendaciones Engel.
¿Está decepcionado del poco avance de la Comisión Engel?
Como los que están relacionados con los problemas son aquellos que están a cargo de hacer las leyes, debiera tomarse dos opciones: abrir una discusión pública grande que resuelva qué tipo de país y políticas queremos; o aprobar las recomendaciones tal cual están. Pero lo que se ve entremedio es que (los parlamentarios) se están arreglando de tal manera que no pase nada.
Por su parte, ¿el Gobierno debería retroceder en alguna de sus reformas?
Lo que necesitamos es concertación de actores, ponernos de acuerdo y construir un proyecto común. En educación, por ejemplo, cuando se producen cambios hay que hacerlos con mucho cuidado. Cuando se modifican las reglas del juego en el sistema escolar se debe buscar que todos los actores luchen por una causa común, que es la calidad, sin embargo algunos actores se sienten pisoteados con esos cambios y no convocados a un proyecto común. Me gustaría ver más énfasis en la calidad y en la concertación de actores, recogiendo sus intereses, no pateando la mesa.
Hace un tiempo usted dijo que la desconfianza se relaciona con la desigualdad. Viendo la realidad chilena, ¿podría acrecentarse esto?
No es una relación uno a uno, pero sí hay una correlación entre desigualdad y falta de confianza en los demás. Creo que es mucho más importante la desigualdad de oportunidades que hoy es muy fuerte en Chile y que no está bien medida, que la desigualdad de resultados que sí está medida y estamos atacando. Se puede corregir cambiando la distribución social del poder. Por ejemplo, está muy bien diseñado el sistema de protección para la infancia, pero un diagnóstico malo es la gratuidad de la educación superior, porque los recursos son escasos. Ahí hay un tema de prioridades y la gratuidad es una solución mala porque no van a entrar más niños pobres a la educación superior, al revés, probablemente va a empezar a caer la cobertura.
Es decir, ¿no comparte la gratuidad universal de la educación superior?
No hay ningún país del mundo que haya hecho gratuitas las universidades privadas. De hecho, muchos están tratando de abandonar el modelo de gratuidad porque se quedan sin recursos. Los anglosajones se movieron para allá, al cobro, incluso países comunistas como Vietnam o China. Entonces el mundo va para un lado y nosotros no lo vemos y hacemos soluciones ideológicas a problemas ideológicos.
Pero el tema es debatible...
Si uno quisiera tener un debate en serio, debiéramos debatir cómo las universidades estatales se hacen gratuitas, pero esto de que hay que hacer las universidades privadas gratuitas no tiene sentido. Ni a Milton Friedman se le habría ocurrido algo así. Friedman jamás lo habría propuesto porque se habría dado cuenta que es ineficiente y que es injusto al mismo tiempo. En EEUU la Universidad de Harvard no pretende ser gratuita, por eso es muy miope estar tratando de ganar ventajas pequeñas en esto. Si yo fuera universidad privada trataría de salirme de la gratuidad porque es un error.