Pulso

Paralelos con los años 60

En 1964 la derecha, temerosa de un posible triunfo de Salvador Allende en las elecciones presidenciales de septiembre, apoyó sin condiciones a Eduardo Frei Montalva, que triunfó holgadamente. En las elecciones parlamentarias de marzo de 1965, la derecha fue barrida del Congreso en beneficio principalmente de la DC y, lo que quedó de ella, se transformó en el Partido Nacional, que comenzó una lenta recuperación a partir de las parlamentarias de 1969 y adquirió protagonismo en los años siguientes.

En septiembre de 1970, finalmente fue elegido Salvador Allende con poco menos de un 37% de los votos. Ambos gobiernos, el de Frei Montalva y el de Allende, se declararon revolucionarios, el primero pretendió hacer una “revolución en libertad”, el segundo “con empanadas y vino tinto”. Ambos fueron reflejo de los tiempos que corrían: el apogeo de la Guerra Fría e ideologismo extremo, y sus programas buscaban remediar los serios problemas económicos y sociales que enfrentaba el país.

Cualquier observador imparcial reconocía que Chile en los 60 era un país que languidecía en la pobreza y retrocedía relativamente respecto de la mayoría de los países de la región. Era, también, un país profundamente dividido por diferencias de clase y de ingreso, que no les daba oportunidades de desarrollo a sus ciudadanos, que emigraban en grandes cantidades, sobre todo hacia Argentina. Que el país requería de cambios importantes era evidente (al menos con los ojos de hoy), pero las propuestas de esa época no correspondían a lo que hoy se entiende como algo realista y adecuado para enfrentar y resolver los problemas económicos y sociales en un contexto democrático, especialmente después de la constatación del fracaso absoluto de la planificación estatal, como nos siguen mostrando hasta hoy los tristes casos de Cuba y Corea del Norte y, en versión menos extrema, pero no menos mala, Venezuela.

En 2010 fue elegido un gobierno de derecha por el cansancio que generaron 20 años de exitosa Concertación y, erróneamente, aquel pretendió seguir haciendo más de lo mismo, asimilando su actuación a la de la derecha en 1964. Este desperfilamiento, junto a un conflicto permanente con los partidos que lo apoyaban, se tradujo en una contundente derrota parlamentaria y presidencial en 2013 y la elección de un gobierno claramente más radical donde pugnan la vertiente reformista con la refundacional, como ocurriera en el gobierno de Allende. Una diferencia con los 60 es que lo que quedó de la derecha, en vez de unirse, se ha fragmentado hasta la irrelevancia.

Hoy chile ya no es un país pobre. Por el contrario, es un país de clase media con aspiraciones de seguir progresando y es líder en el ámbito económico en América Latina, de manera que ahora atrae gente de otros países en vez de expulsar a los nacionales. Los problemas, por supuesto, siguen existiendo. La desigualdad sigue siendo enorme, aunque la situación haya mejorado algo, y el principal vehículo de movilidad social, la educación, no funciona como debería, pero las soluciones que se proponen son equivocadas. En los 60 la significativa ampliación en la cobertura escolar fue una decisión correcta, pero su implementación apresurada redundó en un serio deterioro en la calidad de la educación pública y en el prestigio de los educadores. Peor aún, las reformas que se plantean hoy ni siquiera se destacan por su modernismo o por estar de moda, sino que huelen a naftalina y destilan resentimiento e ideologismo, como se estilaba en los 60.

Lo trágico es que, por una parte, existe el peligro real de que mucho de lo avanzado en los últimos 40 años se desperdicie y la aspiración de seguir progresando se frustre. Por otro lado, la necesidad de reformas significativas en el sistema tributario y la educación, por mencionar solo los dos temas que han concentrado más el interés de la opinión pública, es imperativa y, aunque pueda parecer paradójico, los únicos capaces (o con ganas) de hacerlas son quienes forman la coalición de gobierno actual. Afortunadamente, la reforma tributaria se aplicará gradualmente, lo que hace posible pensar en modificaciones importantes antes de su impacto pleno que eviten daños mayores. En el caso de la reforma educacional cabe esperar lo mismo, es decir, una aplicación muy gradual, que permita corregir sobre la marcha los problemas que vayan apareciendo.

Sin embargo, el problema va mucho más allá de los detalles de un par de reformas. Hay un propósito refundacional que va más lejos y que abarca actividades que requieren reformas, como la salud y la previsión, con el objeto no de mejorarlas, sino de incrementar fuertemente el poder e influencia del Estado.

Desde esta perspectiva, lo que está en juego es similar a lo que sucedió en los 60 pero, a diferencia de como terminó aquella experiencia, estamos convencidos que el instrumento de cambio será el voto y que, tal vez, algunos sectores del gobierno recapaciten y no se hagan cómplices de la destrucción de lo que ellos mismos ayudaron a levantar para beneficio de todos los chilenos. En este sentido, el discurso reciente del ex Presidente Lagos, en Icare, es esperanzador.

*El autor es gerente de estudios de Gemines S.A.

Más sobre:Portada

No sigas informándote a medias 🔍

Accede al análisis y contexto que marca la diferenciaNUEVO PLAN DIGITAL $1.990/mes SUSCRÍBETE

VIDEOS

Servicios