Hace unas semanas, vi algo bastante peculiar en una sala de conferencias en el Centro de Graduados de la City University de Nueva York. Una colección de los más serios economistas estadounidenses se reunió para ponderar un libro de 577 páginas sobre desigualdad y política tributaria de Thomas Piketty, un profesor de economía de 42 años de París.

Pero en vez de sólo reunirse en el aislamiento académico, el evento fue tan salvajemente popular que las entradas se agotaron, y la discusión tuvo que ser transmitida hacia un auditorio adyacente. La emoción no paraba ahí. En los últimos días, el nuevo libro de Piketty, Capital en el siglo XXI, se ha disparado en las listas de los más vendidos y ha generado debates y comentarios interminables.

La Casa Blanca y el departamento del Tesoro han realizado conversaciones con el francés. Un segmento completo del programa Morning Joe en horario prime reflexionó sobre su mensaje de reforma fiscal (con el coanfitrión del programa, Joe Scarborough declarando, “simplemente no creo que un multimillonario debiera estar pagando sólo 14% de impuesto”). El interés ha sido tan elevado que la New York Magazine lo calificó de “Rock-Star Economist”. Nada mal para un intelectual de izquierda a quien (casi) nadie en Estados Unidos había oído hasta hace un mes. Particularmente, dado que el libro esencialmente argumenta que la riqueza heredada y la desigualdad se han disparado en el occidente, y sólo puede contenerse con impuestos mucho más elevados.

¿Qué explica esta ferviente emoción? Algunos observadores podrían culpar simplemente a los hechos: el libro de Piketty hace una investigación exhaustiva y contiene numerosas estadísticas que muestran que el economista estadounidense Simon Kuznets estaba equivocado en argumentar en los años ’50 que las economías se harían más iguales a medida que maduraran. Por el contrario, Piketty argumenta que la desigualdad ha crecido en Estados Unidos y Europa durante la última década debido a una nueva serie de “súpergerentes” que han capturado más ingresos salariales y los retornos sobre la riqueza acumulada han superado el (modesto) ritmo de crecimiento económico. Esto significa que la gente que ya es rica se está haciendo más rica y muchos podrían heredar su riqueza.

Pero sospecho que la razón real para la recepción de Piketty como rock star no es la calidad de sus cifras sino el hecho de que ha forzado a los estadounidenses a enfrentar un creciente sentimiento de disonancia cognitiva. Hace casi dos siglos y medio, cuando los padres fundadores del país crearon la nación, orgullosamente creían que habían rechazado la tradición europea de aristocracia heredada y riqueza rentista. En cambio, se presumía que la gente debía hacerse rica a través del trabajo, mérito y competencia.

De ahí, las desigualdades de riqueza a menudo se toleraron porque todos esperaban poder volverse ricos. Ese fue el sueño americano que impulsó olas admirables de energía emprendedora y crucialmente, proveían de un pegamento social.

El libro de Piketty muestra que este sueño se ha vuelto cada vez más un mito. En las últimas décadas, él destaca, Estados Unidos era más igualitario que Europa. Hoy, la riqueza en Estados Unidos está distribuida de manera más desigual que casi en cualquier otro lugar, y los retornos a la riqueza acumulada son tan altos que las riquezas son cada vez más heredadas, no hechas. La mayoría de los estadounidenses instintivamente lo saben, o lo sienten. E incluso antes de que Piketty llegara, este tema estaba provocando intranquilidad. Recientes investigaciones de Pew Research Center, por ejemplo, sugieren que dos tercios de los estadounidenses piensan que su sociedad se está volviendo más desigual, mientras 90% de los liberales y 60% de los conservadores moderados, quieren que el gobierno se haga cargo de esto. Mientras, las referencias de los medios a la “desigualdad” y a “Estados Unidos” fueron cinco veces mayores el año pasado que en 2010 o 2005, según la base de datos Factiva; este mes han sido seis veces mayores.

Pero, dejando todo lo demás igual, el trabajo de Piketty toca un nervio muy sensible sobre la realidad del sueño americano moderno. Por supuesto, como un cínico -o un antropólogo- podría notar, un sueño no necesariamente debe ser “real” para que funcione como un pegamento social: todo lo que se necesita es que suficientes personas crean en la ilusión. Pero ¿puede ahora el sueño americano sobrevivir a un cambio hacia la oligarquía? ¿Puede el mito igualitario todavía funcionar como un pegamento social? Esas son las grandes preguntas implícitas en su libro; y si el análisis de Piketty es correcto, sólo pueden volverse más agudas en los próximos años a medida que la desigualdad alimenta no sólo más desigualdad, sino también una mayor disonancia cognitiva.

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