El jardín de rosas de Downing Street pertenece a otra era en la política británica. Hace dos años, David Cameron y Nick Clegg sellaron su nuevo gobierno de coalición con chistes y optimismo. El martes, en medio de un empeoramiento en el clima económico y político, ambos viajaron fuera de Londres -a Essex- para relanzar su compromiso.

Hablar de una “renovación de votos” es algo que se acalla a nivel de gobierno. Dentro de Downing Street, el ánimo se está oscureciendo -y cualquier amor que hubiera en este matrimonio político entre Cameron, el primer ministro conservador, y Clegg, su viceprimer ministro liberaldemócrata, se ha desvanecido hace tiempo. “No se trata de votos o de relación personal”, dice un asesor. “Es una reafirmación de un joint venture- es mucho más formal”.

Con Gran Bretaña en una recesión de doble caída y problemas políticos en todos los frentes -los conservadores y los liberaldemócratas de la coalición se vieron golpeados en las elecciones locales la semana pasada- ambos saben que o seguirán o caerán juntos. En medio del descenso en los salarios reales y las perspectivas de un extendido programa de austeridad, el ánimo en el país no está en las mejores condiciones.

Este es un momento clave para el gobierno de Cameron. Desde que llegó al poder en 2010, la coalición ha fijado su curso económico y ha puesto en marcha grandes reformas en salud, educación y seguridad social. La llegada de la reina a Westminster ayer para la apertura del parlamento marca el inicio de una segunda fase: un viaje largo y complicado hacia la próxima elección en 2015.

Al asociarse el martes con trabajadores en una parte poco glamorosa de Essex, Cameron y Clegg querían mostrar que entraron en una fase sucia de gobierno. “No se trata de virar a la derecha o a la izquierda, se trata de enfocarse, cumplir y trabajar duro”, dijo el primer ministro. Ambos insistieron en que no habría cambio de rumbo.

Pero ¿funcionará su plan? La estrategia política de la coalición ya está muy fuera de la pista. Se esperaba que para mediano plazo, Cameron y Clegg fueran impopulares -después de todo, han puesto en marcha un programa de ajuste fiscal de £155 mil millones, uno de los más radicales en el mundo desarrollado- pero esperaban cosechar dividendos políticos de su trabajo a medida que el crecimiento económico volviera de cara a la elección de 2015.

Pero, Gran Bretaña entró de nuevo en recesión y el Tesoro ahora admite que la austeridad continuará hasta 2017. De hecho, todavía falta que se apliquen varios de los recortes más dolorosos, y los partidos de coalición siguen comprometidos con la austeridad.

Desde la oposición, Ed Miliband, líder laborista, reclama que estas políticas han llevado a “una recesión fabricada en Downing Street”.

El relanzamiento de Cameron y Clegg en una fábrica de tractores en Essex se enfocó en la economía por dos buenas razones políticas. La primera es que es una de las cosas en las que todavía pueden estar de acuerdo; lo segundo es que la coalición todavía goza de un liderazgo sobre los laboristas en economía: una encuesta de abril muestra que un 44% confía en el liderazgo conservador en comparación con el 31% de los laboristas.

Pero ese liderazgo se ha visto erosionado tras el presupuesto de Osborne entregado en marzo, cuyo objetivo central -recortar los impuestos a las empresas y reducir los impuestos para las familias de bajos ingresos- se vio opacado por los negativos titulares acerca del recorte en la tasa marginal a las rentas altas y los incrementos asociados a productos de consumo familiar. En vez de ser entendido como un mensaje de “abierto para negocios”, el gobierno fue acusado de ayudar a sus amigos millonarios a costa de las familias.

El primer ministro también se está viendo azotado por ataques diarios del ala más conservadora, que está minando su reputación de fuerte liderazgo -visto por largo tiempo como su carta fuerte. Nadine Dorries, un deslenguado diputado conservador acuñó la frase de “niños arrogantes” para describir a Cameron y a Osborne, una etiqueta de la que difícilmente podrán deshacerse.

La derecha enfrenta un creciente quiebre entre los tradicionalistas y los modernistas. “Este no es un debate acerca de la coalición”, dice un asesor de Clegg. “Es un debate interno Tory acerca de si la modernización de Cameron del partido ha ido demasiado lejos o no lo suficientemente lejos”.

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