Hace unas semanas, el banco central de Nigeria anunció algo que podría hacer pestañear a los políticos estadounidenses. Kingsley Moghalu, vicegobernador, se comprometió a convertir 10% de los US$43 mil millones de reservas de Nigeria de dólares a yuanes. "Al final, el yuan probablemente se convertirá en una moneda global convertible", explicó, destacando que "el comercio y la economía internacional en el futuro se volcarán en gran parte hacia los negocios con y para China".

Sólo 0,01% de las reservas en moneda extranjera de los bancos centrales se mantienen en yuanes, en comparación con 60% en dólares y 25% en euros. Pero Patrick Zweifel, economista jefe de Pictet Asset Management, cree que las reservas en yuanes podrían llegar a 30% del total en 2025, representando un desafío para el predominio del dólar.

Él no está solo. Tales proyecciones tienen mucho que ver con el auge del poder económico de China y la liberalización gradual de su moneda. Pero reflejan la alarma e irritación sobre Estados Unidos, también. El déficit de cuenta corriente de EEUU, la creciente deuda del gobierno, la resaca tras la crisis económica y el cuello de botella político han llevado a los economistas e inversionistas a advertir de una caída del dólar. De ahí la avidez de Nigeria y otros por reducir su exposición a la divisa estadounidense, y escapar de las ataduras a las fluctuaciones en la política estadounidense.

Pero Eswar Prasad, ex economista del Fondo Monetario Internacional, recalca en su nuevo libro, La Trampa del Dólar, que hay una paradoja. Si bien el sentido común diría que estos acontecimientos debieran haber provocado una crisis del dólar, ha ocurrido precisamente lo contrario.

Contra una canasta de divisas, el valor del dólar ha cambiado poco desde 2008. Y mientras el rol del dólar como una moneda de referencia ha caído en los últimos años (por ejemplo, debido a que más petróleo es cotizado en euros), sigue predominando como un depósito de valor. Es cierto, la proporción de las reservas del banco central que se mantienen en dólares es inferior que en 2001. Pero no ha caído desde 2008. En cambio, es el euro cuya estatura como divisa de reserva se vio disminuida por la crisis. Los extranjeros siguen copando los activos estadounidenses, comprando 60% de todas las emisiones de deuda estadounidense desde 2008. Cuando las nubes se posan sobre otros países, los inversionistas vuelan. Pero cuando Estados Unidos se ve golpeado, compran. El resultado, argumenta Prasad, es un mundo bizarro donde todo parece al revés.

Es poco probable que esto cambie pronto. Esto es en parte porque Estados Unidos se está recuperando y la Reserva Federal está reduciendo las compras de activos, y estos son los acontecimientos que apoyan el valor del dólar. Pero hay otra razón que va más allá de la economía: el miedo. En la última década, los países de mercados emergentes han amasado bonos de países con calificación alta como defensa contra las turbulencias de los mercados. Los reguladores han presurizado a los bancos occidentales para que hagan lo mismo. Pero hay pocos activos genuinamente seguros. En un mundo donde incluso la deuda del gobierno estadounidense ya no parece libre de riesgo, los gestores de activos se han apresurado hacia la segunda mejor opción: una huida hacia la liquidez, no hacia la seguridad.

Al respecto, el reinado de Estados Unidos es supremo. Sus mercados de capital son profundos y el pozo de dólares parece sin fondo. O para ponerlo de otra forma (aunque Prasad, ahora profesor de Economía, no lo dice) lo que está pasando con el dólar vuelve las reglas normales de la economía a su favor: se ha vuelto muy atractivo debido a la abundante oferta, no porque la oferta se ha visto restringida.

Eventualmente las reglas económicas normales podrían prevalecer nuevamente y la política laxa que resulta en un exceso de oferta de dólares podría erosionar la atracción del dinero estadounidense. Pero de nuevo, los incentivos políticos podrían triunfar sobre la economía. Muchos acreedores del gobierno estadounidense son votantes de ese país. Ellos combatirán la devaluación. Prasad predice que, sabiendo esto, los inversionistas extranjeros seguirán engullendo activos estadounidenses.

Por supuesto, no es así como a los países como Nigeria le gusta hablar. Hablar sobre la diversificación está de moda, y los bancos centrales están comprando no sólo yuanes sino también otras monedas como el dólar canadiense. Aún así, el rango de alternativas hace difícil para cualquier moneda por separado competirle al dólar, un hecho que a los descontentos con el dólar no les gusta reconocer. En medio de las turbulencias en los mercados emergentes, que probablemente intensificarán el atractivo del dólar, está esta paradoja.

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