¿Por qué nos obsesionamos tanto con el Producto Interno Bruto?
Que tienen en común el precio de los servicios de peluquería en Beijing y de los servicios sexuales en Londres? La respuesta es que, dependiendo de cómo se mida, el tamaño de la economía china y británica se expandirá o contraerá como un acordeón.
En abril, los estadísticos del Banco Mundial determinaron que el PIB de China era mucho mayor de lo que habían previsto. China, de hecho, estaba a punto de superar a Estados Unidos como la mayor economía del mundo, muchos años antes de lo esperado. ¿La razón? Los estadísticos habían sobrestimado los precios de todo desde los cortes de pelo a los tallarines. Como resultado, estaban subestimando el poder de compra de los chinos y, por lo tanto, el tamaño de la economía.
El Producto Interno Bruto se ha convertido en un término ubicuo. Es nuestra manera de medir el éxito económico. Los gobiernos pueden subir o bajar según la eficacia con la cual sus economías crean el PIB. Todo desde el nivel de deuda a la contribución de la manufactura es medido contra el PIB. Pero mientras más se indaga en el concepto de PIB -una de las ideas más centralmente importantes en la vida moderna- se vuelve más escurridizo. En palabras de Diana Coyle, economista que recientemente escribió un libro sobre el tema, “el PIB es una entidad creada”. Coyle es defensora del PIB como herramienta para entender la economía.
El PIB es una idea sorprendentemente nueva. Las primeras cuentas nacionales que recuerdan a las modernas se produjeron en Estados Unidos en 1942. No es particularmente extraño que los gobiernos no se molestaran mucho en captar la economía antes. Hasta la revolución industrial, las sociedades agrícolas apenas crecían. El tamaño de una economía era entonces casi enteramente una función de la población nacional. En 1820, China e India representaron casi la mitad de la actividad económica global sólo por el número de gente que vivía ahí.
Simon Kuznets, el economista bielorruso-estadounidense a menudo considerado como el inventor del PIB en los años ’30, tenía severas reservas sobre el concepto desde el inicio. El entonces presidente estadounidense Franklin D. Roosevelt le pidió a Kuznets que creara una imagen exacta de un Estados Unidos post depresión que parecía atrapado en una recesión interminable. Roosevelt quería impulsar la economía a través del gasto en obras públicas. Para justificar sus acciones, necesitaba datos exactos. Los cálculos de Kuznets indicaban que el tamaño de la economía se había reducido a la mitad desde 1929 a 1932.
Cuando se trataba de datos, Kuznets era meticuloso. Pero ¿qué exactamente debiera medirse? Estaba inclinado a incluir sólo actividades que él creía que contribuían al bienestar de la sociedad. ¿Por qué contar cosas como el gasto en armamento -pensaba- cuando la guerra claramente iba en contra del bienestar humano? Él también quería dejar fuera la publicidad (inútil), las actividades financieras y especulativas (peligrosas) y el gasto del gobierno (tautológico, porque sólo reciclaba los impuestos). Presumiblemente, él no se habría visto movido con la idea de que mientras más heroína se consumía y más prostitutas se visitaban, más saludable la economía.
Kuznets perdió su batalla. Las cuentas nacionales incluyen tanto las ventas de armas como los servicios de bancos de inversión. No distinguen entre “bienes” sociales -gasto en educación por ejemplo- y “males sociales” -como las apuestas, reparar el daño luego del huracán Katrina o evitar el crimen.
Lo primero para entender el PIB es que es una medida de flujo, no de inventario. Un país con alto PIB podría haber administrado su infraestructura de manera desastrosa por años para maximizar ingresos. Tampoco es una cuenta del agotamiento de los recursos. China ha estado creciendo a 10% anual en los últimos 30 años. Eso no habla de las reservas de gas y petróleo que se han ido consumiendo.
El PIB es mejor midiendo cantidad que calidad, dice el economista Ha-Joon Chang, quien recientemente publicó un libro: “Economía: la guía del usuario”. Por ejemplo, si hay una mesa puesta con un cuchillo, un tenedor y cuchara, en términos de producción, esto es igualmente bueno que una mesa puesta con tres cucharas. En términos de calidad, claramente no.
La expresión más conocida del escepticismo del PIB es tristemente una de las más idiotas. El índice de Felicidad Nacional Bruta de Bhután, que busca capturar el progreso humano en términos más holísticos, no aguanta mucho escrutinio. Una métrica mejor, el índice de desarrollo humano, que toma en consideración la esperanza de vida, la alfabetización y la educación como un estándar de vida, pone a Bhután 140 en el mundo, dos por sobre de Congo (Noruega lidera y Nigeria está al final). El “índice de Felicidad Bruta” parece un intento por cubrir su pobre desempeño.
Coyle defiende nuevas formas para medir la realidad económica, como un acercamiento instrumental, que permita a los votantes decidir qué es importante para que los políticos diseñen políticas para alcanzar esos resultados. El PIB puede ser anacrónico y engañoso, pero su valor es que sigue siendo un número concreto y único. Y por el momento, seguiremos estando así.
COPY RIGHT FINANCIAL TIMES
© The Financial Times Ltd, 2011.
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