Las cosas ya están claras. Piñera es el Presidente electo por una ventaja inobjetable y en el marco de un proceso electoral que, lejos de mostrar falencias o irregularidades, culminó como un acto cívico impecable y eficiente.
Los resultados categóricos tienen la virtud de que obligan a la reflexión, a la mirada profunda, a la búsqueda de respuestas más sustantivas que permitan ver luz al final del túnel. Ese proceso tuvo, a lo menos, un buen comienzo con la impecable intervención de Alejandro Guillier al reconocer la derrota con un discurso republicano, autocrítico y convocante en relación a la necesidad de rearticular la conexión social del progresismo.
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Porque si hay algo que quedó claro en esta elección fue la ausencia de un diagnóstico adecuado del tipo de sociedad que se ha ido dibujando en el curso de los importantes cambios que han ocurrido en Chile desde la recuperación de la democracia.
En el mundo de la centroizquierda suele ocurrir que se politiza el diagnóstico social, se ideologizan las propuestas y las formas de comunicación con la sociedad.
¿Alguien podría afirmar hoy, por ejemplo, que la mayoría del país se manifiesta a favor de los cambios y que aspira o quiere que estos se sigan profundizando? Tal afirmación obligaría, a la luz de los resultados de la segunda vuelta, a una respuesta mucho más compleja en torno al porqué la mayoría ciudadana sancionó -por prácticamente 9 puntos de diferencia- a quien se hacía aparecer como un retroceso para el país.
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Además sería, en el actual escenario, muy difícil afirmar que el voto del Frente Amplio responde a adscripciones políticas o ideológicas en términos masivos. Es evidente que temas como el mejoramiento de las pensiones o el fin del CAE entusiasman a grandes grupos de electores, y que probablemente es una demanda muy sentida por una mayoría nacional. Pero también es muy probable que un gran porcentaje de esa magnífica votación haya buscado en ese apoyo nuevas caras y rostros para la política y mucho menos algunos objetivos político-ideológicos que claramente no los identificó en esta segunda vuelta.
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Los estudios y las vilipendiadas encuestas vienen evidenciando hace mucho tiempo que la mayoría de los chilenos están aburridos de la política y de sus representantes y que se ha perdido la confianza en las instituciones, particularmente las políticas. La derecha puede cometer un profundo error si no lee adecuadamente este resultado favorable. Una sustantiva mayoría ciudadana optó por lo que parece un mal menor. Está buscando estabilidad. Quiere cambios no traumáticos, quiere que Chile siga avanzando por ese sendero de cambios con igualdad, que no alteren esa forma de vida que ha ido abriendo paso a un país más justo, tolerante y diverso. Sacar una conclusión distinta puede generar una delicada dinámica de movilización social que podría poner aún más en riesgo los factores de estabilidad político-económica que buscará instalar el Presidente Piñera.
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¿Y qué pasará ahora con las sensibilidades que agrupan a la Nueva Mayoría? Lo razonable sería iniciar un profundo proceso introspectivo, que apunte a identificar errores y que enfrente la realidad con el máximo de honestidad y espíritu autocrítico.
Lo cierto es que centroizquierda viene arrastrando, ya desde hace mucho, una crisis no resuelta y que ahora estará obligada a mirar a la cara. El segundo gobierno de Bachelet fue la tabla de salvación para una coalición que venía sufriendo un proceso de desgaste y de agotamiento de ideas. Guillier -que asomó como un nuevo posible salvavidas- con su indiscutible derrota coloca hoy a la Nueva Mayoría frente a la necesidad de enfrentarse con su historia para reformular su futuro.
Por su parte, la centroderecha tampoco tenía ni tiene un diagnóstico certero del Chile de hoy, porque la tendencia de los últimos días se inclinaba por sumarse a una suerte de carnaval de ofertas, muy lejana a las propuestas tradicionales del piñerismo. Por decirlo de otra forma, la frontera se había ido corriendo cada vez más hacia la idea de que había que satisfacer demandas ciudadanas cuyos perfiles eran cada vez más difusos y menos claros.
En realidad el tema es más simple: la ciudadanía quiere y busca seguridad, empleo y certezas; y encontró, con razón o sin ella, que la propuesta de Chile Vamos apunta mejor en esa dirección.
Una vez más quedó en evidencia que -a diferencia de la regla matemática- en política el orden de los factores sí puede alterar el producto. Esa supremacía numérica que asomaba como resultado formal con la suma de los candidatos del progresismo en la primera vuelta electoral, que incitaba a sacar cuentas alegres a muchos de Fuerza de Mayoría, no se reflejó en los resultados finales. Así, una mala campaña de Guillier que nunca logró mejorar sustantivamente culminó en una derrota previsible cuando los diseños políticos-comunicacionales no alcanzan la dimensión estratégica adecuada y menos aún cuando los diagnósticos terminan siendo francamente equivocados.
*Ex Director de la SECOM