El triunfo obtenido por la derecha política constituye para el Frente Amplio, y para toda voluntad de cambio democrático, un hecho cuya relevancia es difícil de exagerar. Sus consecuencias están aún por examinarse con más detenimiento, pero es suficientemente claro que estamos ante un vértice histórico, que muestra el comienzo del fin de una época, de una forma de estructuración de la política chilena, la caída de lo que hasta hoy se llamó la centroizquierda.
Algunas de las explicaciones iniciales han buscado encontrar las causas del resultado electoral en el traspaso de votos del Frente Amplio a Fuerza de Mayoría. Digamos, en justicia, que desde la medianía de la coyuntura de la segunda vuelta, el Frente Amplio fue claro en plantear una orientación política sobre las opciones en disputa, y varias de las principales figuras del conglomerado, incluida la propia candidata presidencial, fueron explícitos en mostrar su propia intención de voto por Guillier ante la opinión pública.
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De cualquier forma, con independencia de los análisis más precisos que restan por hacerse, es bastante probable que los votantes del Frente Amplio no se hayan comportado de manera uniforme y muchos hayan descartado ejercer el voto a favor de Alejandro Guillier. Sin embargo, la diferencia no hay que buscarla solo en esos votos. Es necesario apreciar también qué puede haber ocurrido con las franjas de votantes de Goic y Enríquez-Ominami.
Como sea, las causas principales de la derrota de Guillier hay que buscarlas en su propia campaña, en la visible debilidad de su liderazgo, en su indisposición a buscar de forma clara el voto del Frente Amplio. Guillier requería el voto decidido de las voluntades de cambio, aquellas que fueron principalmente convocadas por el Frente Amplio, requería convocar a esa franja de chilenas y chilenos, escucharla y comprometerse con ella. Pero eso realmente no ocurrió. En lugar de ello, se buscó interpelar al Frente Amplio, y se le subestimó sin asumir que pese a su juventud, se trata de una fuerza política con una seria voluntad política.
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Ello es, sin embargo, apenas lo inmediato. Lo relevante tiene que ver procesos históricos de mayor envergadura. Lo que arroja la presente elección presidencial, y de algún modo también la pasada parlamentaria, es la irreversibilidad de la crisis de la centroizquierda tal como la conocimos desde 1990. Es decir, el acelerado desmoronamiento de la alianza política y social que bajo la forma de la Concertación o Nueva Mayoría, se convirtió en una de las alternativas de dirección del orden neoliberal y el tipo de democracia limitada que se ha consolidado en nuestro país.
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El problema es que la derecha política es hoy, en las condiciones en que se distribuye el poder a nivel global, y en las condiciones en que se ha ordenado el mapa político en la región, quien está en las mejores condiciones para gestionar el modelo, quien está en definitiva en mejor pie para buscar administrar el orden político y económico en circunstancias en que las tasas de crecimiento, la mayor promesa de la racionalidad económica dominante, no resultan ser realmente auspiciosas.
El "progresismo limitado" ya no es alternativa a esa derecha. Y el tipo de progresismo que el Frente Amplio comienza a proponer, no está aun suficientemente maduro. Por ello, buscar responsables en el Frente Amplio sería intentar responder las preguntas grandes, las interrogantes históricas, con hechos puntuales.
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Conscientes de ello, al parecer, hoy son muchas las personalidades de la Nueva Mayoría, también, las que miran al Frente Amplio en busca de la construcción de un nuevo bloque de centroizquierda, el llamado bloque por los cambios. Pero hay aún mucha ambigüedad y falta de debate entre una alternativa de cambios que busca la superación del modelo neoliberal, como es el caso del Frente Amplio y una práctica de reformas enmarcadas por los términos generales del modelo, como ocurre con la Nueva Mayoría. Si es necesario hablar de unidad, o lo que es más esclarecedor en este momento, de diferencias, es necesario hablar de esos marcos generales. Decir reformas no es suficiente.
Ahora viene un tiempo nuevo y ciertamente más complejo para el Frente Amplio. La complejidad está dada, principalmente, porque el sentido común que instala la derecha en nuestro país muestra un reforzado apoyo en estas elecciones, y es imperioso reconocerlo.
Eso no quiere decir, sin embargo, que esa mayoría sea ideológicamente de derecha, sino, principalmente, que su percepción de los problemas de nuestra sociedad, y particularmente de sus malestares, encuentran en el discurso de la derecha una identificación más favorable. Ese es un desafío claro para el Frente Amplio.
Por otro lado, ante la manifiesta crisis de la Nueva Mayoría, cuya consistencia interna en el futuro inmediato está en verdad por verse, el Frente Amplio estará obligado a asumir de forma acelerada una posición de mucha mayor iniciativa y capacidad política para incidir de manera decisiva en el reordenamiento de todo un campo.
*El autor es sociólogo y militante del Movimiento Autonomista, del Frente Amplio.