Cuando estaba en la sala de espera en un gran hospital de Manhattan hace 15 años, divisé al presidente de uno de los mayores bancos del mundo en una consulta. Nunca descubrí por qué estaba ahí. Él estaba enfermo, su empleador nunca dijo nada y el hombre ahora disfruta una jubilación larga y aparentemente saludable.
Pero la declaración de Jamie Dimon, CEO de JPMorgan, de que tenía un cáncer curable de garganta, recordó cómo las empresas han mejorado la transparencia de las enfermedades físicas de sus líderes desde entonces.
Un pionero de la honestidad como la mejor política fue Warren Buffett. A comienzos de los 2000, Berkshire Hathaway, la empresa de inversión que él dirige, rechazó los rumores de que Buffett estaba en el hospital en una condición crítica (rumor que había generado un gran movimiento en la acción). Cuando el multimillonario se sometió a tratamiento el año pasado, para eliminar los pólipos benignos de su colon, tuvo que informar más. Hace dos años, al revelar que tenía un cáncer de próstata, Buffett estaba positivamente vanidoso, describiendo su condición como “ni remotamente amenazadora” para su vida “ni tampoco debilitadora de ninguna forma significativa”.
Dimon hizo su comunicado teniendo como modelo esa declaración. Buffett le deseó suerte y felicitó su transparencia. Desde 2009, cuando Steve Jobs y Apple se equivocaron públicamente sobre las razones para la ausencia del CEO, inversionistas y expertos en gobierno corporativo concordaron con Buffett en que cuando “es un hecho material… se sale de eso rápido y de manera precisa y si hay algún gran cambio [entonces] se va informando posteriormente”.
La demanda por apertura sólo puede crecer. Las personas como Buffett o Rupert Murdoch (quien fue igualmente franco sobre su cáncer de próstata en 2000) están en la vanguardia de una generación de líderes mayores, algunos de los cuales mantendrán el poder ejecutivo bien entrados en sus 80.
Incluso después de sus carreras como ejecutivos, los veteranos vuelven a trabajar en los directorios, administran el dinero de otros, y asesoran en áreas críticas de políticas públicas y de la empresa privada. Paul Volcker, ex presidente de la Reserva Federal, estaba en la carrera para ser el primer secretario del Tesoro de Barack Obama a la edad de 81, en cuyo punto, según su biografía, seguía trabajando “tan duro como cuando tenía 30 años”.
El mundo político sigue siendo el último bastión del secreto. Por ejemplo, las cortinas de humo protegieron de los rumores a un John Kennedy enfermo y a un François Mitterrand afectado por el cáncer. Pero si Volcker hubiera tomado el cargo, los mercados correctamente hubieran querido saber sobre su salud física.
Salud y tecnología.
El tipo de mensaje que envió Dimon a su equipo y a los inversionistas, de todas maneras, está empezando a verse anticuado en un mundo digital donde se pueden compartir los datos de salud.
En la cumbre de Davos del World Economic Forum este año, Marc Benioff, CEO de Salesforce.com, contó cómo el empresario tecnológico Michael Dell lo había llamado la semana anterior para preguntarle si se sentía bien. Los datos online que Benoiff y Dell compartían en sus monitores deportivos Fitbit habían alertado al magnate informático que su amigo no estaba ejercitando.
El deseo de registrar esos datos es imparable. Jawbone -rival de Fitbit- estaba distribuyendo sus monitores a los delegados de Davos este año a cambio del derecho de analizar su actividad física durante el foro. Descubrió que los hombres y mujeres en Davos caminan y duermen menos que los usuarios que no van a Davos. Muchos usuarios no temen compartir esa cantidad de datos.
A medida que los monitores de salud vestibles se vuelven más sofisticados, algunas empresas, en vez de enviar a sus CEO a un hospital público para un chequeo médico dos veces al año, podrían elegir monitorearlos de manera remota. Lo que es suficientemente bueno para los equipos de alto desempeño de atletas podría ser visto como algo esencial para ejecutivos que buscan una ventaja sobre sus rivales.
Los datos compartidos entonces se transformarán en información privilegiada transable. La respuesta a la pregunta de Dell fue que Benioff se había resfriado y había decidido saltarse su rutina de ejercicios. Pero imaginemos si, en cambio, la interrupción a su régimen hubiera mostrado a su red de poderosos amigos e inversionistas que había sufrido un derrame cerebral.
La apertura de Dimon es loable. La transparencia debe ser la norma para problemas materiales. Pero a medida que más gerentes registran cada latido, eventualmente tendrán que trazar una línea sobre cuánta información le entregan al mundo.
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