Entre 2000 y 2012, los desastres naturales −incluyendo el clima extremo, epidemias sanitarias y eventos sísmicos− causaron daños por US$1,7 billones (millón de millón) a nivel mundial. Esta cifra incluye los impactos directos sobre infraestructura, comunidades y el medioambiente, junto con una reducción en la rentabilidad de los negocios y crecimiento económico en las regiones afectadas. Frente a este escenario, una infraestructura urbana resiliente no parece ser una opción, sino una necesidad. Sobre todo en países como el nuestro, donde los terremotos, erupción de volcanes y aluviones, entre otros desastres naturales, han forjado el desarrollo y por qué no, nuestra idiosincrasia.
Definida por la Real Academia Española como la capacidad humana de asumir con flexibilidad situaciones límite y sobreponerse a ellas, la resiliencia aplicada a la ciudad podría sintetizarse como aquellas que tienen la capacidad de recuperarse rápidamente de los impactos. El Banco Mundial establece que las urbes con esta característica son “ciudades en las cuales las autoridades locales y la población comprenden sus amenazas, y crean una base de información local compartida sobre las pérdidas asociadas a la ocurrencia de desastres, las amenazas y los riesgos, y sobre quién está expuesto y quién es vulnerable y, a partir de ello, generan planes de acción”.
Hoy en día, independiente de las precauciones que existan, las ciudades siempre van a estar expuestas a desastres naturales o humanos y esos pueden ser eventos puntuales o generar especies de estrés crónicos. “Más que poder mejorar la capacidad predictiva, poder impedir o mitigar eventos de este tipo, hoy está tomando relevancia la capacidad de las sociedades y comunidades de poder levantarse y normalizar su funcionamiento y su actividad lo antes posible y con el menor costo, tanto de vidas humanas como económico”, dice Pablo Allard, decano de la facultad de Arquitectura de la UDD. Precisamente en ese contexto, cobra cada vez más fuerza el oncepto de resiliencia urbana, donde Chile ha tenido bastante tradición y en que ciudades como Santiago son ejemplo de este tipo de capacidades. “Sin embargo, no se ven reflejadas en nuestras políticas públicas ni en nuestros planes, ni en las agencias que debieran fomentar nuestra capacidad de resiliencia”, enfatiza Allard.
Las dimensiones
Los pilares de la resiliencia, según señala Juan Ignacio Díaz, gerente general de Siemens, pasan por contar con una red diversificada de transporte que garantice la movilidad de grandes masas y no la dependencia de una sola red (metro, buses, tranvías), apoyada por un sistema de tráfico inteligente. En segundo término, es necesario integrar redes energéticas inteligentes que ayuden a administrar de forma más óptima los recursos existentes y garanticen un suministro eléctrico robusto.
Y, por último, reforzar y tecnologizar edificios con avanzados sistemas de evacuación, seguridad contra incendios, junto con mejorar flexibilidad y capacidad de respuesta de infraestructuras críticas, como centros de salud, centro de monitoreo y alertas o aeropuertos.
La clave, procesos inteligibles
La suma de ciudades altamente congestionadas como Santiago y el aumento de eventos extremos relacionados al cambio climático, multiplica considerablemente el número de personas afectadas por algún tipo de estrés urbano. “Tomar medidas sobre aspectos como la predicción de la calidad del aire, almacenamiento de energía y uso del agua, nos ayuda a estar mejor preparados como ciudad, a recuperarnos rápidamente y seguir funcionando con normalidad ante fenómenos de gran magnitud”, explica Díaz.
Parte de la resiliencia tiene que ver con que los ciudadanos tengan acceso a servicios básicos como el agua o la luz. De hecho, la falta del abastecimiento, constituye por sí misma una emergencia, generando importante trastornos a la vida cotidiana en distintos ámbitos. En ese sentido, “Chilectra tiene la visión de que la mejor forma de enfrentar una emergencia, es preparándose en todos los frentes, primero, para que ésta no llegue a ocurrir”, expresa Francisco Messen, subgerente de operación del sistema de Chilectra.
Respecto a cómo se enfrentan episodios de crisis como el corte que hubo en el sector oriente de Santiago hace unos dos meses, Meneses cuenta que además de disponer de planes de contingencia claros, resulta clave tener una cultura que vuelque a las personas de la empresa a resolver crisis, aportando su compromiso y conocimiento al servicio de la contingencia, de manera que estas acciones resulten exitosas.
¿Qué pasa en el mundo público?
Recientemente, Santiago fue escogida como una de las ciudades para incorporarse a la red 100 Resilient Cities, iniciativa de Fundación Rockefeller que busca promover un desarrollo armónico de las ciudades (revisar página 22). “En estos momentos se está implementando el área de resiliencia en Santiago. Los recursos serán utilizados en la contratación de un director regional de resiliencia y en la conformación del área, con lo que se iniciará un proceso, de seis a nueve meses, para la creación del plan estratégico de resiliencia, en el cual trabajaremos con un amplio conjunto de socios claves y con asistencia técnica por parte de un experto. Una vez definido el plan estratégico, damos inicio a la parte más interesante y transformadora de nuestra relación: ejecutar las prioridades y ambiciones compartidas con la comunidad”, cuenta el intendente de la Región Metropolitana, Claudio Orrego. Señala además que “es fundamental para una ciudad identificar los puntos críticos que posee, y observarlos como un conjunto y no como situaciones aisladas. Esto, tanto en momentos de tranquilidad como de crisis. Cuando hablamos de resiliencia, no solo nos referimos a las tensiones producidas por incendios, inundaciones, terremotos, etc., sino de diversas situaciones estresantes que afectan de forma constante o cíclica a una ciudad, incluyendo la escasez de agua, la inseguridad, la contaminación o el sistema de transporte público”
El intendente enfatiza que el integrar esta visión es importante porque ayuda a mejorar los sistemas de resistencia de la ciudad, tales como la alerta temprana o la identificación de puntos críticos.