Mitt Romney y Vladimir Putin comparten un anhelo por el pasado. El candidato republicano a la Casa Blanca ha declarado que Rusia sigue siendo el principal enemigo geopolítico de Estados Unidos.

Esto halaga a un presidente ruso que quiere mantener la superficial pretensión de que el orden internacional está siendo moldeado por la súper poderosa rivalidad entre Moscú y Washington.

Si Romney gana la presidencia va a descubrir muy pronto que el mundo no es del todo como él lo describe en su reciente visita a Europa e Israel. El momento unipolar, si alguna vez existió, ha pasado. George W. Bush descubrió esto durante su segundo mandato intercambiando las guerras de la diplomacia.

El régimen de Putin es desagradable y destructivo - en su mayoría hacia su propio pueblo. Tiene un enfoque totalmente negativo hacia el orden mundial. Pero para EEUU la relación con China es la trascendente. Los hechos de la vida geopolítica, como Barack Obama ha entendido, exigen un presidente pacífico.

En cuanto al desempeño de tipo duro, un Romney presidente se encontraría con que los militares de EEUU ya tuvieron bastante luchando en las guerras por opción. Se preferiría mucho más que su comandante en jefe dedicara sus energías a ordenar el desorden fiscal del país. Las deudas y los déficits son la mayor amenaza a la seguridad nacional de Estados Unidos.

Putin no se moverá de su nostalgia. Poner al occidente como el enemigo es vital para su pretensión de que Rusia se ha aferrado a la condición de superpotencia. Cuando decenas de miles de rusos protestaron por el fraude de las elecciones de la Duma en diciembre pasado, su reacción fue que todo era un complot ideado por Hillary Clinton, la secretaria de Estado de EEUU. Para muchos occidentales, la OTAN se ve mucho más como una alianza debilitada, una reliquia de la guerra fría. En el Kremlin, los planes de la OTAN para la defensa anti misiles son una prueba de sus intenciones agresivas hacia Rusia.

Al igual que muchos autócratas, incluyendo aquellos que han sido derribados en el Medio Oriente, Putin subestima la importancia de la legitimidad. Cuando él le dio un codazo a la tendencia más liberal de Dmitry Medvedev,  para volver a la presidencia, Putin se imaginó 12 años sin problemas en el Kremlin. Esta esperanza se ha disuelto.

Ni los partidarios de Medvedev, ni dirigentes de la oposición tienen la fuerza para derribarlo, pero las protestas lo han debilitado, especialmente entre la clase media moscovita cada vez más frustrada por la corrupción del régimen.

Putin todavía tiene ingresos del petróleo y el gas, pero las mareas económicas están cada vez corriendo más en su contra. Como cualquiera que vive en Londres puede decirle, la fuga de capitales continúa a buen ritmo.

La ausencia del imperio de la ley deja a los inversionistas extranjeros cada vez más cautelosos, exigiendo cada vez mayores primas de riesgo para proyectos en Rusia. La infraestructura del país está en mal estado y su población cayendo rápidamente. Se ha olvidado de cómo construir cohetes espaciales y la forma de ganar medallas olímpicas.

Hay zonas donde EEUU y Rusia pueden y deben cooperar. Irán es una; Afganistán, otra. Los esfuerzos para reducir aún más los arsenales nucleares de EEUU y de Rusia son vitales para el objetivo más amplio de mantener una organización internacional de no proliferación nuclear.

La cooperación no puede asumir el apoyo a la represión del Kremlin o ignorar la naturaleza del régimen. Se trata más bien de reconocer que el cambio pertenece a los rusos. Putin no va a dejar ir el pasado, pero descubrirá tarde o temprano que no hay futuro en él.

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