El camino a la recuperación económica corre a lo largo del borde de un precipicio fiscal y pocos países parecen capaces de caminarlo sin caerse.
La semana pasada, Reino Unido, la chica del calendario de la austeridad preventiva, volvió a caer en recesión; el desempleo en España se acercó a un cuarto de la fuerza laboral a medida que lucha con evitar una crisis de deuda; y los recortes de los gobiernos contribuyeron a desacelerar el crecimiento económico de EEUU por sexto trimestre consecutivo.
No hay duda de que las finanzas del gobierno deben restaurarse hacia el equilibrio en el mediano plazo, pero los intentos por hacerlo rápidamente se están yendo a pique, porque la demanda privada está mostrando ser lenta en recuperarse.
Más por parálisis que por juicio, Estados Unidos ha adoptado un camino hacia el ajuste fiscal hasta el momento, con la expiración de medidas de estímulo en vez de recortes activos al déficit de corto plazo. Pero todo eso pudiera cambiar a fines de este año.
A pesar de que los asesores de Mitt Romney y de Barack Obama comienzan a la guerra abierta sobre su enfoque a largo plazo con los impuestos y el gasto, los legisladores están preocupados por el acantilado fiscal que tendrán que navegar apenas las elecciones hayan terminado.
A medida que 2012 se convierta en 2013, por diseño político, los recortes de impuestos aprobados por el ex presidente George W. Bush expirarán, un recorte de impuestos a las nóminas laborales llegará a su fin y los recortes de gasto por US$1.200 millones por diez años entrarán en vigor. Esto equivale a un ajuste fiscal de la noche a la mañana de alrededor de 4% del PIB. Esto significa una recesión automática a menos que el Congreso actúe para frenarlo.
“Creo que es importante decir que si las autoridades fiscales no toman ninguna medida, el tamaño del precipicio fiscal es tal que no hay absolutamente ninguna posibilidad de que la Reserva Federal pudiera o vaya a tener cualquier capacidad de contrarrestar ese efecto en la economía”, planteó Ben Bernanke, presidente de la Fed, la semana pasada.
Nadie espera que Estados Unidos salte de cabeza al precipicio fiscal, por supuesto, y dificultar la negociación fiscal post electoral es un popular juego de salón en Washington. Una visión bastante convencional es que los recortes en el gasto -que fueron diseñados para ser universalmente impopulares- no van a suceder; el recorte al impuesto en las nóminas laborales expirará; y el alcance de cualquier aumento en los impuestos a los ingresos variará con el resultado de la elección.
El gran peligro, sin embargo, es que el tamaño del precipicio fiscal y los intereses políticos igualmente elevados significan una tendencia hacia un mayor endurecimiento de lo que es saludable para la economía. Esto es cierto independiente de los resultados electorales: si Barack Obama es reelegido como presidente, probablemente los republicanos controlarán la Cámara de Representantes; y por otra parte, si los republicanos se quedan con los tres brazos del gobierno, seguirá habiendo suficientes demócratas en el Senado.
El ganador percibido de la elección tendrá la autoridad moral para imponer su visión sobre política fiscal, pero para los demócratas, permitir una extensión permanente de los recortes de impuestos de la era Bush serían una concesión de derrota total, mientras los republicanos en control de cualquier cámara del Congreso seguramente exigirán recortes de gasto como parte de cualquier paquete que eleve los ingresos.
Es difícil imaginar cualquier acuerdo que no involucre un mínimo ajuste fiscal de 1% del PIB y probablemente más. Los temores de Europa, así como un mercado laboral más débil en Estados Unidos, generan cuestionamientos acerca de la capacidad de la economía para absorber incluso eso.
El precipicio fiscal sigue en el horizonte y el ruido de las elecciones opacará el hecho de que se está acercando. Pero eso crea otro riesgo para la economía: de un ataque de pánico colectivo cuando la nación despierte el 7 de noviembre, habiendo ya elegido un nuevo presidente, y se dé cuenta cuán cerca está de una caída vertiginosa.
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