Estados Unidos va a caer por un precipicio fiscal? Esa es la pregunta que empieza a preocupar a Washington y a Wall Street. Porque a medida que los problemas fiscales comienzan a ponerse en el centro del escenario en la elección de 2012, Estados Unidos enfrenta tres colapsos potencialmente desagradables.

El 1 de enero de 2013, los recortes de impuestos de la era Bush expirarán, justo cuando las medidas de ajuste fiscal automático, acordadas el año pasado, se hagan efectivas. Eso equivale a alrededor de US$400 mil millones en aumentos de impuestos y casi US$200 mil millones en recortes de gastos, más de 4% del PIB. Como si eso no fuera lo suficientemente malo, a principios de 2013, Estados Unidos también llegará al techo de la deuda de US$16,4 billones (millones de millones), lo que significa que el Tesoro no podrá emitir más bonos si el Congreso no eleva ese límite.

No es de extrañar, entonces, que los líderes empresariales estadounidenses expresaran una serie de preocupaciones acerca de ese "precipicio" durante la última temporada de ganancias. O que muchos estén haciendo un llamado a la acción bipartidista para compensar este impacto potencial. Como Lloyd Blankfein, presidente de Goldman Sachs, recientemente observó, "el precipicio fiscal [crea] una gran incertidumbre en el mundo". De hecho, Morgan Stanley dice que el 40% de las empresas están retrasando las inversiones por temor a que una gran recesión prevalezca si Estados Unidos se lanza al precipicio.

Pero en medio de todos estos apretones de manos, hay otra, más sutil - pero más probable - amenaza que debe preocupar a los inversionistas. Si la primera situación es una caída desenfrenada, entonces la segunda es el equivalente a saltar en bungee. Parecen pocas las posibilidades de un acuerdo fiscal bipartidista antes de las elecciones del 6 de noviembre y es una incógnita si un acuerdo puede surgir durante la sesión saliente del Congreso (antes del inicio del próximo período presidencial en enero). Pero aún sin ese acuerdo, la mayoría de los observadores en Washington cree que un indulto saldrá justo antes - o después - del 1 de enero. Si la historia sirve de guía, un compromiso de último minuto va a lanzar una situación de vuelta. Lo que realmente se avecina, entonces, es un período de política arriesgada, de crisis que parten y paran y fluctuaciones fiscales que pudieran asustar incluso a un saltador de bungee profesional.

¿Esto importa? Los optimistas acérrimos podrían insistir que no. Después de todo, Washington ha experimentado mucho de esto antes. Su estructura de gobierno, con todos los controles y equilibrios, casi lo alienta. El verano (boreal) pasado, por ejemplo, el gobierno federal coqueteó con un defecto técnico de sus bonos porque el Congreso no pudo ponerse de acuerdo para aumentar el último techo de la deuda - hasta que hubo un respiro. En la primavera, partes del gobierno, aunque sea brevemente, cerraron porque no se aprobó el presupuesto. Cierres similares también se produjeron en 1995 y 1996 durante la presidencia de Bill Clinton, así como en algunos estados.

Hay poca evidencia de que esta política suicida causara un daño económico duradero. Precisamente porque ha ocurrido antes, las agencias gubernamentales se han vuelto buenas para adaptarse. Los demócratas y los republicanos ahora han estado discutiendo - o peleando - los temas fiscales durante dos años, y si bien no ha habido acuerdo, se han aclarado los contornos del debate y abierto canales de comunicación. La llamada "banda de los seis senadores" que intentaron - sin éxito - lograr un compromiso bipartidista fiscal el año pasado, por ejemplo, ahora están hablando de nuevo en un grupo ampliado (conocido como "la banda de los ocho" o "banda de los 40"). Esto podría permitir que un acuerdo se alcance rápidamente - si una crisis golpea. "Todo el mundo sabe que tenemos que lidiar con esto", insiste un alto funcionario del gobierno.

Sin embargo, lo que hace que la situación actual sea potencialmente más costosa que antes no es sólo el grado de polarización política, sino el clima general de malestar del mercado. Con una ya baja confianza empresarial y del consumidor y un debilitado crecimiento económico, es un mal momento para las crisis que parten y paran, sobre todo si se dilatan por mucho tiempo. Sin embargo, por desgracia, esta política arriesgada extendida es exactamente lo que los mercados ahora parecen esperar. Una reciente encuesta realizada por Citigroup, por ejemplo, sugiere que 9 de cada 10 analistas de renta variable creen que el gobierno de EEUU se ocupará del precipicio retrasando las medidas de ajuste fiscal temporal, por lo tanto aplazando las decisiones difíciles hasta finales de 2013.

Tal vez esto es mejor que irse por un precipicio, pero, si no por otra cosa, las crisis que parten y paran tienden a producir decisiones presupuestarias subóptimas. O, como Rob Portman, el senador republicano de Ohio, comentó recientemente: "La amenaza de cierres de gobierno lleva a los legisladores a aprobar proyectos de ley mal redactados y que revientan el presupuesto". Todavía más perjudicial, mientras peor sea esta política arriesgada, tanto más tiende a erosionar la confianza del mercado, creando el riesgo de un accidente eventual que despierte el pánico respecto de los bonos del Tesoro o de otras clases de activos. Como señala el presidente de un banco regional de la Reserva Federal: "Si usted se tira en bungee, una y otra vez, mejor espere que la cuerda se mantenga". Inversionistas - y políticos - tomen nota.

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