Debe ser halagador para Shinzo Abe, un hombre cuyo conocimiento económico sólo coincide con la experiencia de Ben Bernanke en los arreglos de flores ikebana, tener toda una nueva rama económica con su nombre. “Abenomics” ha demostrado tal fuerza que su sola invocación ha ayudado a derribar un quinto del valor del yen y ha permitido que las acciones japonesas se aprecien.

Aun así en el corazón de Abenomics descansa algo simple, una propuesta enteramente ortodoxa: que la deflación monetaria es un fenómeno. En Japón, donde los precios son medidos por el deflactor del PIB, ha caído 18% desde 1994. Por más de una década, la ortodoxia en Japón - al menos en el Banco Central - ha sido al revés: esa deflación es un fenómeno de la “economía real”, más allá del alcance de lo que pueda arreglar la política monetaria.

Para ponerlo en simple, la mirada del BoJ ha sido que la demografía y las importaciones baratas de lugares como China ha bajado el ritmo de las tendencias de crecimiento de Japón produciendo un resultado negativo donde la oferta perpetuamente supera a la demanda. Desde este punto de vista, la deflación no se puede combatir sin ajustes de economía real a través de la consolidación fiscal, mayor participación laboral y mayor productividad. Contra estas fuerzas, según la visión del BoJ, la política monetaria es meramente paliativa.

El atributo más importante del próximo gobernador de BoJ - que será nominado esta semana - es que rechace esta interpretación. Debe aceptar lo que Paul Sheard, economista global de Standard&Poor’s llama “un concepto básico de la teoría de política monetaria” - que el banco central puede influenciar los precios en el mediano plazo.

Sería injusto sugerir que el BoJ se ha sentado en sus manos por 15 años. Las tasas de interés han estado virtualmente en cero desde los 90´. Bajo el gobernador, Toshihiko Fukui, el banco fue pionero del alivio cuantitativo, expandiendo sus balances para comprar activos. Aun así, durante gran parte del tiempo, el banco apenas ha disfrazado su visión de que el alivio cuantitativo realmente no funciona. Tanto en 2001 como en 2006, comenzó a elevar la tasa de interés antes de que la deflación estuviera muerta. Bajo Masaaki Shirakawa, el actual gobernador, el banco ha sido más tímido, concentrándose en compras de deuda del gobierno de corto plazo, precisamente la especie que debería tener el menor impacto.

El banco central ha dado la impresión de que no está disconforme con el actual equilibrio de deflación. De una extraña forma, es verdad que Japón ha aprendido a vivir con deflación. La caída constante de los precios significa que muchos japoneses han podido mantener sus estándares de vida. Los precios para todo, desde casas a chuletas de cerdo están en los mismos niveles que en 1981. La deflación también significa que el gobierno puede endeudarse en la enorme piscina de ahorro de los hogares en los tipos de interés ridículamente bajos.

En el largo plazo, sin embargo, la deflación es corrosiva. Suprime el crecimiento nominal, elevando el ratio de la deuda como porcentaje del PIB. La deflación también ayuda a las personas mayores a expensas de los más jóvenes, protegiendo los ahorros de los antiguos, mientras hace poco atractivo para los más jóvenes endeudarse para empezar un negocio o comprar una casa.

El desafío de Japón es moverse del cómodo - pero desafortunado - estado de equilibrio de deflación a un nuevo equilibrio basado en la suave inflación. Romper la trampa deflacionaria necesitará nombrar un gobernador dispuesto a decir que el BoJ ha ido mal por años. El banco tendrá que embarcarse en una carretera inflacionaria cuyo curso preciso no puede ser conocido.

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