En las últimas tres décadas, pocos giros han sido tan memorables como el experimentado por la industria automotriz británica. Paralizada por una gestión incompetente y relaciones laborales adversas, el sector parecía haber llegado a su fin en la década de los '70 y '80.

La industria está en recuperación. Entre 2009 y 2011, la producción aumentó desde 1,1 millones a 1,5 millones de autos. Y con el valor de la inflación ajustada de la producción de un auto promedio aumentando en cerca de 30% en los últimos 15 años, es probable que 2012 sea el primer año desde 1970 que el Reino Unido registre un superávit comercial en el sector.

El éxito de la fabricación de autos británica es aún más considerable, dado lo que está pasando en el resto de Europa. La semana pasada Peugeot Citröen informó €819 millones de pérdidas netas para los primeros seis meses de 2012. Otros productores también están sufriendo, luchando con la débil demanda y sobrecapacidad crónica.

Los orígenes de esta historia de éxito surgen a fines de los '80, cuando el gobierno liderado por Margaret Thatcher animó a las firmas extranjeras a mover la producción al Reino Unido. Nissan llegó primero, seguido por otras dos compañías japonesas, Honda y Toyota. Estas y el grupo indio Tata, que ha adquirido Jaguar Land Rover, representan gran parte de los 20.000 millones de libras de inversión hecha en la industria en las últimas dos décadas.

Otra decisión clave fue mover la producción a la parte alta de la gama de productos. Si las plantas británicas hubieran seguido produciendo autos al por mayor, habrían sufrido de la competencia de países con costos laborales más bajos. Aún más, no habrían estado protegidos de la caída. Los productos premium están probando ser resistentes a la recesión.

Así de importante fue la mejora en las relaciones industriales. Los sindicatos han colaborado con la gestión, apoyando la decisión de ascender en la cadena de valor. Su decisión de ir junto con una mayor flexibilidad laboral ha permitido a Bretaña atraer más inversión extranjera, la que a cambio ha liderado altas tasas de creación de empleos.

Gran Bretaña debería basar su historia de éxito en desarrollar una cadena proveedora local para sus productores. Si bien la fabricación de autos ha crecido, muchas de las piezas aún son importadas.

Mientras la economía lucha por repuntar de una recesión de doble caída, el éxito de la industria automotriz debería ser razón de regocijo. Reino Unido no sólo recuperará su status como el taller del mundo, sino que con las políticas correctas puede jugar un rol mundial en manufacturas.

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