La semana pasada, la economía estadounidense se ganó un estallido de aplausos. El World Economic Forum lanzó su último informe sobre qué países son considerados como los que están creando “prosperidad sostenida” (es decir, crecimiento). Estados Unidos saltó al tercer puesto en la lista, por detrás de Singapur y Suiza. Esto marca un rebote desde el período tras la crisis, cuando Estados Unidos cayó al séptimo lugar.
Esto es bastante gratificante. Pero lo que es realmente interesante no es el ranking, sino un debate furtivo que está circulando acerca de la desigualdad de ingresos en EEUU y en el resto del mundo.
Hasta hace poco, el WEF no pasaba mucho tiempo preocupándose por esto. Pero en la reunión de este año en Davos, el think tank reveló que la élite de sus miembros, como directores ejecutivos de compañías multinacionales, ahora consideran la desigualdad el riesgo dominante que enfrenta el mundo, la primera vez que el tema ha aparecido incluso en la lista.
Desde entonces, el WEF ha estado reflexionando acerca de si debiera enfatizar la desigualdad al medir la competitividad nacional y el potencial de crecimiento. Si un país se polariza más, en otras palabras, ¿hace esto menos probable que crezca? “Creemos que es extremadamente importante incluir el tema de la desigualdad de ingresos en cómo evaluamos los países”, dice Jennifer Blanke, economista del WEF, quien ahora está haciendo una revisión a cómo el organismo examina el crecimiento.
De varias maneras, esta es una medida sensata. Pero el problema es que hay poca investigación académica sobre el tema (por no hablar de la falta de consenso). Lo que está claro es que desde la crisis económica global de 2008, las tasas de crecimiento occidentales han sido decepcionantes; tanto que economistas como Lawrence Summers temen que el occidente enfrente el inicio de un “estancamiento secular”.
Lo que también es evidente es que la desigualdad ha crecido en las últimas décadas en Estados Unidos y en muchos otros países ricos. El tema no es simplemente que la riqueza se haya concentrado (como Thomas Piketty, el economista francés, explica en su libro ‘Capital en el Siglo XXI’). La desigualdad salarial también se ha incrementado: el economista Alan Blinder, destaca que entre 1979 y 2012, los salarios reales crecieron a una tasa anual compuesta de 2,8% para el 1% más rico de los estadounidenses; estuvieron planos para los trabajadores de clase media, y cayeron para el 20% más pobre.
Pero lo que está menos claro es cómo (o si es que) esas dos tendencias estaban relacionadas. Hasta hace poco, la mayoría de los empresarios y economistas presumían que la desigualdad era sólo un subproducto del capitalismo. De ahí que, dado que este promueve la innovación y la competencia, la desigualdad de ingresos supuestamente elevaría las tasas de crecimiento en vez de reducirlas.
Sin embargo, ahora algunos economistas están debatiendo esto. El profesor Blinder, por ejemplo, argumenta que dado que la desigualdad perjudica la capacidad de los pobres de invertir en educación, perjudica la productividad en su conjunto. El economista Joseph Stiglitz ha dado argumentos similares, al igual que investigadores de Harvard Business School.
Mientras, otro debate ha estado presente en la Reserva Federal estadounidense acerca del impacto de la desigualdad en el gasto del consumidor. La preocupación es que, dado que los ricos gastan menos proporción de sus ingresos que los pobres, en términos relativos, la economía ha estado lenta porque los ricos están ahorrando sus actuales ganancias, no gastándolas.
Luego, hay un tema controvertido de cohesión social y estabilidad política. Los economistas tradicionalmente no han prestado mucha atención a esto en Estados Unidos. Pero Standard & Poor’s recientemente redujo su proyección para el crecimiento de EEUU, citando los temores de que la creciente desigualdad lleve a un estancamiento político y desconfianza, y por lo tanto, debilite el crecimiento.
Este es un tema nuevo en el mundo de las agencias de clasificación. Sin embargo, es un argumento que parece tener sentido. Y otras voces del mundo de los negocios se están haciendo eco de estas preocupaciones incluso en la derecha. Alan Greenspan, el ex presidente de la Reserva Federal estadounidense, quien se llama a sí mismo un libertario republicano, ha citado la desigualdad como la tendencia “más peligrosa” que afecta a EEUU.
Por supuesto, no está claro cómo esto se relaciona con el hecho de que Estados Unidos lo ha hecho mejor en varios aspectos que muchos rivales en el período post crisis. Pero el otro problema es la escasez de información sobre desigualdad salarial y riqueza. Eso no significa que el WEF (u otros) debiera evitar el tema. Por el contrario, precisamente por eso debe haber más investigación, no menos. Quizás la mayor contribución que grupos como el WEF pueden hacer es la más sencilla: obligar a los gobiernos a recolectar mejores datos sobre desigualdad en todas partes. Particularmente si el nivel de desigualdad sigue creciendo. Lo cual ahora parece una apuesta sensata aunque difícil de medir.
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