Todos somos clase media

Los chilenos tenemos evidentemente muchas cosas en común. Algunas corresponden a realidades tan grandes como la cordillera y el mar; otras, en cambio, son parte de un juicio de realidad que nos lleva a asumir ciertas determinadas ideas, ciertos prejuicios o percepciones sobre nuestra identidad ya instalados en el inconsciente colectivo nacional.
Por ejemplo, nos reconocemos, aunque no necesariamente lo seamos, como solidarios (la Teletón, para citar el ejemplo más utilizado y cercano), amigables con el forastero (“y verás cómo quieren en Chile…”) y es internacionalmente reconocido que todos los chilenos somos grandes entrenadores de fútbol. Nos vestimos con la misma chaqueta azul y pantalón beige o terno oscuro. Somos todos independientes en política y estamos siempre bien.
Dicho esto, la idea de esta columna es hablar sobre un tema que ha estado en la conversación por distintas razones: en Chile todos somos clase media. Así es, aunque la desigualdad en los ingresos se encuentra entre las más altas del mundo, con un índice de Gini de 0,54, que marca gran distancia entre ricos y pobres. Así es, aunque la calidad de la educación presente claras diferencias sobre las cuales existe consenso. Así es, aunque el acceso a la salud genere enormes diferencias en las expectativas de vida de una persona según la comuna donde nació o donde vive. Así es, aunque la seguridad y la calidad de vida dependen en gran medida del ghetto en que le tocó vivir. Así es, aunque en definitiva la movilidad social sea la esperanza de muchos, pero donde la cuna definirá, en la enorme mayoría de los casos, las calles, trabajos y paisajes por donde transcurrirá su vida.
De los tantos estudios al respecto, podemos revisar la Encuesta de Cohesión Social en América Latina, que en el caso de Chile anota que un 47% y un 34% se declaran de clase media y clase media baja, respectivamente (81% en la suma de ambas categorías, ocho puntos por sobre el promedio de todos los países medidos), un 12% de clase baja y sólo un 4% de clase alta o media alta.
Cabe preguntarse por qué este afán de ser “de clase media” cuando, por otro lado, se observan conductas de consumismo, ostentación, y lo que llamamos con cierta condescendencia el crecimiento del segmento que se ha definido como “aspiracional”. ¿Será que reconocemos algunos valores en esa construcción así denominada de los que no nos atrevemos a renegar?
Entonces, ¿de qué habla quien se declara de clase media? En este contexto, que mezcla una identificación con una también importante desigualdad, esta aparente contradicción es un fenómeno muy interesante para entender a la sociedad chilena. Y no queda otra que generalizar al país para efectos de analizarla, porque -con diferencias locales- es transversal en las distintas regiones de Chile.
Distintas disciplinas o ámbitos de estudio han tocado este tema, por lo cual las formas de aproximarse son varias. Antes de plantear algunas, les recuerdo a Mafalda: “Mafalda era una nena que vivía en un barrio de la ciudad de Buenos Aires. Iba a un colegio estatal, su papá era un empleado de oficina, su mamá ama de casa. Tenían una citroneta y ahorraban durante el año para irse de vacaciones a Mar del Plata en el verano”. Es cierto, es de los ‘60, pero si cambiamos marcas y detalles, describe con bastante acierto lo que la mayoría entendemos -casi inconscientemente- como clase media.
Una primera aproximación es obviamente a partir de los ingresos, siendo la utilizada en el diseño de políticas públicas, a partir de la información generada por la Casen, que divide la población en grupos de igual cantidad de hogares, generando deciles y quintiles de ingreso. Cada quintil, según la encuesta 2009, es de 937 mil hogares (con distinto número de integrantes promedio) y los quintiles tienen los siguientes ingresos mensuales promedio por hogar: quintil I, $130.940; quintil II, $307.162; quintil III, $463.504; quintil IV, $722.394; quintil V, $2.053.759. ¿Dónde estaría aquí la clase media?
Otra mirada, usada en marketing, es la de los conocidos segmentos socioeconómicos (GSE): ABC1, C2, C3, D y E, donde los C2 y C3 corresponderían a una amplia clase media. Descripciones de éstos se encuentran en Esomar o la AIM en Chile. Lo importante es que cada vez más se incorporan en estas definiciones elementos más allá del ingreso, de carácter más cualitativo. Pero esta mirada, desde el punto de vista del consumo, excluye consideraciones de fondo que no pueden ser incluidas sin investigaciones de largo aliento, las que pertenecen al ámbito más académico.
Aproximaciones se pueden realizar desde el punto de vista de la educación o nivel de escolaridad, del tipo de trabajo realizado, del origen familiar, estilo de vida y otras variables. En definitiva, variados ingredientes que entran a esta “juguera social”, se mezclan en distintas proporciones y emerge esta entelequia llamada clase media. Todo ello deja en claro que su definición es mucho más compleja y multifactorial de lo que a primera vista puede parecer. ¿Es usted clase media?
*El autor es director de estudios de mercado y de opinión pública de Gemines S.A.
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