Fuerte y claro se escuchó el mensaje de Chile. Tras semanas de incertidumbre por el voto voluntario, el cambio al binominal y los nuevos partidos, la propuesta de progreso del Presidente Sebastián Piñera logró una rotunda victoria.

Algunos hablan que Chile cambio. Quizás. Probablemente. Pero de lo que hay certezas, es que el mundo cambió. Y mucho. A diferencia del saliente, el nuevo gobierno deberá atender el complejo y competitivo escenario global. La madurez política de ya haber gobernado un período posicionan al Presidente Piñera para las difíciles tareas que se le vienen, comenzando por impulsar una avezada y muy necesaria reforma tributaria.

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Nuestro éxito, aquel del que nos jactamos y que gestó la transformación de Chile, se basó en una economía abierta y ordenada. Una receta a todas luces exitosa en las décadas de la Pax Americana, del fin de la historia, de la globalización, el triunfo del comercio internacional, de la caída de fronteras.

Pequeños países como el nuestro han sido títeres del orden global. Nuestra mera independencia se traza a las guerras napoleónicas. Anecdótica es la crisis del salitre durante la primera guerra mundial, cuando Alemania inventó un símil sintético para detonar sus armas; y luego la profunda crisis política de Carlos Ibáñez del Campo con la crisis financiera y depresión mundial del ´30.

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Nuestro liberalismo económico despega en el preámbulo de la victoria norteamericana sobre la alternativa soviética. Nos posicionamos temprano para lo que sucedió en las décadas siguientes: el consenso de Washington y la institucionalidad internacional diseñada en Bretton Woods dominaron el mundo e impulsaron nuestra suerte.

Pero la crisis financiera de 2008 recorrió como un escalofrío los consensos globales que cómodamente se daban por sentado. El progreso, dado por sentado, tomó una larga pausa y trajo mucha frustración.

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Primero, inestables naciones árabes, en su mal llamada "primavera", derrocaron ordenes autoritarios para reemplazarlos por otros similares, guerras civiles y/o caos brutal de por medio. Arrancando, millones cruzaron sus fronteras.

Europa fue el destino. Donde los aletargados salarios más la muchedumbre de migrantes crearon terreno fértil para propuestas políticas exaltadas. Partidos nacionalistas tomaron el poder en Polonia, Austria y Hungría. En Alemania, Merkel aun no logra formar gobierno por los votos claves que captó el sedicioso Alternativa para Alemania. En Francia, Marine Le Pen llegó a segunda vuelta. En España, ni mencionar Cataluña. Y en el Reino Unido, el Brexit ya le ha valido un costoso e incierto divorcio con Europa.

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Los regímenes autoritarios de Putin y Erdogan en Rusia y Turquía se fortalecen. El progreso Chino amenaza el orden impuesto de la mano de un todopoderoso Xi Jinping que busca proyectar su dominio en la región y reposicionar a su nación en los altos rangos que siempre tuvo en la historia.

Finalmente, el país que construyó el orden liberal global eligió a uno de sus críticos para presidirlo. America Primero. Porque "bajo una mirada iluminada, el mundo no es una comunidad global sino un anfiteatro en que naciones, empresas y organizaciones se encuentran y compiten por conseguir una ventaja", como aclaro uno de los cercanos al Presidente Trump en el New York Times.

¿En esta aguerrido anfiteatro competitivo global, qué posición debemos tomar nosotros, una pequeña y modesta nación más al final del mundo, para conseguir el progreso por el que los chilenos han votado?

Desde que salió electo, Donald Trump se ha esmerado en el objetivo de crear empleos para sus conciudadanos, sin escatimar en recursos, artimañas o políticas. Bien sabe que en eso se juega su éxito y que el desarrollo se logra consiguiendo buenos trabajos para su gente.

El su primer día quebró el TPP y anunció hacer lo mismo con los acuerdos multilaterales de comercio internacional. Pues considera que puede conseguir mucho mejores condiciones en negociaciones bilaterales. The Art of the Deal (al arte de la negociación), se llama su icónico libro.

En cada oportunidad que le ha permitido la ley, ha protegido los empleos norteamericanos y apoyado a sus empresas. Icónico resultó el bloqueo a la importación de aviones de la canadiense-británica Bombardier para favorecer a la norteamericana Boeing o el bloqueo la compradores chinos de empresas gringas usando al extremo resquicios que le otorga la regulación de seguridad nacional.

Pero el corazón de su esfuerzo es su reforma tributaria, ad-portas de salir del Congreso, cuyo objeto es atraer a las empresas para que traigan sus actividades a Estados Unidos rebajando inmediatamente la tasa de impuestos de 35% a 21%. En Francia, Emmanuel Macron hizo lo mismo. Inició su gobierno con una potente reforma laboral y una relevante propuesta de rebaja tributaria.

Desde los años 80, la tasa de impuestos a la renta ha ido cayendo consistentemente. En todas las regiones del mundo. Y más fuertemente a partir del cambio de milenio. Los países compiten por capital, el cual atrae talento, innovación, progreso y todas las virtudes deseadas. Bien lo saben presidentes tan disimiles como Donald Trump y Emmanuel Macron.

Y muy bien lo entiende el Presidente Piñera. Por ello, en este nuevo contexto global, en donde la competencia por capital, empleos y talento se ha hecho increíblemente intensa, en particular para países pequeños como el nuestro, debe abrir su gobierno con un agresivo programa tributario. El vuelito inicial de nuestra temprana liberalización se agotó. Tenemos que volvernos radicalmente atractivos. Y la mejor manera de comenzar es con los impuestos.

Si de verdad queremos crecer, reavivar nuestra aletargada productividad, "agregar valor a nuestras exportaciones, incorporar más conocimiento, innovación, ciencia y tecnología a nuestra matriz productiva, modernizar el Estado y simplificar la regulación", como bien indicaron un grupo de economistas por Guillier y, sin duda, coinciden los economistas que trabajan con Presidente Piñera, necesitamos ser un destino atractivo. Pues todo eso no lo conseguirá el Estado. Ni que decir un Estado que mete la mano al bolsillo ajeno.

¿El déficit? Pregunten a Trump o Macron. La mejor respuesta es que las cuentas se ajustan cuando la billetera se cierra. Y para cerrarla bien hay que partir fijando la vara.

Ese es el país por el que Chile votó.

*El autor es ingeniero civil PUC y MBA-MPA Harvard (@jieyzaguirre).