Hace un par de años, Liaquat Ahamed, un gestor de fondos de Washington que luego se transformó en escritor, voló a Tokio para participar de la reunión anual del Fondo Monetario Internacional. Era un momento febril para la economía global: la región de la eurozona estaba al borde de una crisis, y la especulación era elevadísima sobre lo que el Fondo debería (o no) hacer.
Pero a diferencia de otros 12.000 delegados que típicamente asisten a tales reuniones, Ahamed no estaba haciendo lobby por políticas, cerrando acuerdos empresariales o reporteando. En cambio, por un par de días él observó el circo del FMI como si fuera un etnógrafo inserto en una extraña tribu, o un botánico en medio de una jungla. Entonces él viajó a Botswana e Irlanda para observar las misiones del FMI trabajar. Este viaje no fue para evaluar la eficacia de los programas del FMI, sino simplemente para ver cómo interactuaba el equipo de trabajadores del Fondo entre ellos y con los funcionarios oficiales como personas, dentro del caleidoscopio cultural de encuentros.
Los resultados, que fueron publicados hace un par de semanas en una monografía, “Dinero y Amor difícil: un tour con el FMI”, no sólo son cómicos sino bastante provocativos. Por estos días, el tema de la globalización es más emotivo que nunca. Como observa el economista basado en Oxford Ian Goldin (y ex funcionario del Banco Mundial) en su libro “El Efecto Mariposa”, otro provocativo nuevo libro, “la ola de globalización que ha envuelto al planeta en las últimas dos décadas ha traído una oportunidad sin precedentes. Pero también ha traído nuevos riesgos que amenazan con abrumarnos”. Las crisis financieras -del tipo que el FMI fue creado para contener- son sólo un caso.
Pero si bien esto significa que la pregunta sobre el gobierno corporativo internacional se está volviendo más importante, lo que es notable es el poco trabajo etnográfico en terreno que se ha hecho en las organizaciones que tratan de implementarlo. Tras la gran crisis financiera ha habido una plétora de libros que ofrecen recuentos paso a paso de lo que ocurrió dentro de los bancos antes y después del colapso. Ha habido también algunos recuentos de lo que ocurrió dentro de los ministerios de finanzas nacionales, bancos centrales y agencias regulatorias, a menudo escritos por los mismos funcionarios (el libro Stress Test de Tim Geithner es simplemente el último en este género). Pero prácticamente no hay recuentos de lo que pasa cuando los banqueros centrales se congregan para reuniones internacionales en el Banco Internacional de Pagos (BIS, su sigla en inglés), en Basilea, o cuando los ministerios de finanzas y otros se reúnen en el FMI o el Banco Mundial.
No es difícil deducir por qué. Las instituciones como el FMI generalmente se aterran de dejar que personas externas se acerquen demasiado, y Ahamed probablemente sólo recibió permiso para hacer su investigación porque su último libro, “Caballeros de las Finanzas” fue uno de peso y que ganó premios. Incluso con esas credenciales, Ahamed no pudo espiar en los rincones más santos de la máquina del FMI.
Pero incluso este limitado vistazo es fascinante, porque Ahamed levanta el velo a detalles aparentemente irrelevantes acerca del tejido y el ritmo de la vida del FMI y a la miríada de símbolos culturales que se usan para señalar jerarquía, afiliación tribal y poder, y de los que los economistas del FMI en sí mismo casi nunca hablan. Ahamed describe, por ejemplo, los patrones de vestuario, recalcando que “los hombres (en las reuniones del FMI) están vestidos de manera uniforme en trajes negros y corbatas, excepto de dos grupos: los iraníes, quienes tienen el extraño hábito de abotonarse los cuellos de las camisas pero rechazan usar corbatas, y los gestores de fondos, quienes son jóvenes, de buena figura y visten trajes de diseñadores… (Ellos) no dudan en rechazar ponerse corbatas por la misma razón que los iraníes, para señalar su libertad respecto de las convenciones sociales arbitrarias”.
Él también trata de explicar cómo las ideas políticas emergen para dominar el debate, a través de plataformas de medios. En el caso de la reunión de Tokio, por ejemplo, detalla cómo el tema de la austeridad se apoderó de la agenda, incluso en medio de la confusión lingüística. “Cuando alguien preguntaba al panel por qué, en vista de los costos que representaba la austeridad fiscal en el tejido social de los países en crisis, no tenía sentido desacelerar los recortes de presupuestos”, escribe, “Jorg Asmussen intentaba dar la siguiente comparación: si planeas cortar la cola de un gato, mejor hacerlo de una sola vez que en pedazos. Esto dejó a la audiencia mitad japonesa bastante desconcertada: ¿por qué alguien querría cortarle la cola a un gato?
Por supuesto, si bien su recuento es deliciosamente gracioso, la serie de observaciones revela un tema serio. Aunque los políticos y economistas podrían querer fingir que el gobierno internacional se trata de ideas abstractas o modelos cuantitativos, se basa en patrones culturales complejos y lenguajes que los externos difícilmente logran comprender. Esto no es sorpresa; todas las instituciones tienen tales atributos. Pero sólo espero que el experimento que Ahamed ha comenzado ahora abra la puerta a otros recuentos etnográficos de cómo nuestras enormes burocracias transfronterizas funcionan realmente; no sólo para generar más reflexión entre los votantes, sino también entre los miembros del equipo de grupos como el FMI también.
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