En los últimos años, uno de los inversionistas más exitosos de Silicon Valley ha llevado una doble vida. Sus amigos saben que es homosexual, y también la mayoría de sus colegas. No les podría importar menos. Pero este hombre, que llamaremos Bob, nunca “ha salido del clóset”.

Él no discute temas gay en público, ni lleva a su pareja a eventos. “Silicon Valley es un club de hombres”, explica un amigo suyo de hace tiempo; aparentemente Bob teme que si revela su sexualidad, sufrirá una desventaja en la carrera por recaudar fondos.

Esta es una paradoja en la vida empresarial estadounidense en 2014, una que ya tiene que cambiar. En junio, EEUU celebra oficialmente el mes del Orgullo Lésbico, Gay, Bisexual y Transgénero (LGBT) y Washington y Wall Street están luchando por mostrar que son políticamente correctos al respaldar la “diversidad” y la causa LGBT.

El president Barack Obama anunció la semana pasada, por ejemplo, que el gobierno federal no negociará con contratistas que discriminen a las personas basándose en su orientación sexual. El mismo día, Credit Suisse celebró un desayuno de alto perfil para Lord Browne, ex CEO de BP, donde él discutió con emoción por qué había ocultado por años el hecho de ser gay.

El mes pasado, tres de los más conocidos financistas de Nueva York, Paul Singer, John Mack y Dan O’Connell, se reunieron en un escenario con sus hijos gays, mostrando apoyo a la causa LGBT. Todos admitieron estar al tanto del tema, pero dijeron que su mentalidad cambió cuando sus hijos revelaron su sexualidad.

Aún así, pese a las demostraciones de apoyo empresarial, Lord Browne señala que “no hay un CEO afuera del clóset en el FTSE 100 y, creo, en el S&P 500”.

Esto a pesar de que varios líderes empresariales homosexuales están en directorios de empresas en Estados Unidos. Uno es CEO de una empresa cuya industria se jacta de ser progresiva, y cuyas oficinas centrales están en el bastión del pensamiento liberal. Pero Lord Browne dice que faltan líderes que se presenten como gays. ¿Por qué? No se puede culpar a la discriminación formal; gran parte de las empresas tienen políticas que prohíben discriminación LGBT. Tampoco se puede culpar a los miedos de que los accionistas se irán de empresas con ejecutivos reconocidos así.

El año pasado Credit Suisse estableció un índice LGBT, que sigue 230 empresas con resultados ejemplares. Superó ligeramente al S&P 500 los últimos 9 meses y tiene un poco menos de volatilidad.

En cambio, la cautela refleja al menos tres cosas. Una es el miedo a prejuicios sutiles, que puedan influir en su contra ser promovidos.

Segundo, algunos jefes de empresas gays entendiblemente odian la idea de ser vistos como una “minoría”. Lord Browne, por ejemplo, dice que una razón para mantener silencio tantos años fue que su madre le enseñó que era peligroso sobresalir.

Un tercer problema es que incluso cuando las empresas adoptan una postura pro-LGBT, sus proveedores, clientes o inversionistas pueden no hacerlo. De ahí viene la preocupación con el “club de hombres” de Silicon Valley. Así como a los fondos de capital de riesgo dirigidos por mujeres les cuesta más recaudar capital, hay un temor de que los líderes inversionistas gays también enfrenten obstáculos.

Es difícil saber si estos miedos son justificados. De hecho, es imposible. Pero creo, al menos espero, que esos miedos se disipen.

Después de todo, la rapidez con la que las actitudes públicas hacia el matrimonio gay han cambiado en la última década en EEUU muestran que las costumbres sociales pueden avanzar rápidamente. Y la gente como Lord Browne ahora están trabajando por cambiar actitudes de una manera que no se habría imaginado hace 10 años. Él le está pidiendo a otros ejecutivos hablar francamente sobre su sexualidad, insistiendo que es “mejor para el negocio”.

En tanto, Bob seguirá con sus secretos, junto a muchos otros ejecutivos gays. No son los únicos; muchos CEO heterosexuales prefieren mantener aspectos de su vida personal en privado. Pero la presión por mantener silencio es un anacronismo, irónico en industrias como la tecnología, que presume estar delante de la curva. Debiera terminar.

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