La palabra bochorno tal vez no alcance para describir el triste espectáculo dado por el Gobierno en lo relacionado con el error en el padrón electoral y la forma en que se buscaba solucionarlo. Ninguno de los involucrados -Servel, Registro Civil, los ministros políticos, la titular de Justicia y la propia Presidenta- ha estado a la altura de la gravedad que reviste una situación como la ocurrida, asumiendo de manera seria las responsabilidades. Más aun, cuando se ha señalado que ya en agosto se habían hecho advertencias respecto de las inconsistencias detectadas.

Además, la desacertada decisión del Gobierno de enviar una ley corta al Congreso, la que se asumía que una vez aprobada permitiría que los electores afectados pudieran votar en sus domicilios originales -que no tuvo el respaldo ni siquiera de los propios parlamentarios oficialistas- no hizo más que agravar la situación.

Pero más allá de la nueva crisis en la que está envuelto el Gobierno de Michelle Bachelet, lo más preocupante es el mensaje que se les envía a los potenciales electores. Y es que si antes de este episodio se temía una alta abstención para el proceso que tendrá lugar este 23 de octubre, ahora el riesgo es que menos personas vayan a votar. En las municipales de 2012 la abstención fue de 60%; ¿qué representatividad habrá si fuera mayor a eso?