En un frío lunes en la mañana, en la víspera de las elecciones, una calma inusual pareció descender sobre tres de los más duros asesores de Barack Obama.

En momentos en que esperaban que el presidente entrara a escena con Bruce Springsteen en Madison, Wisconsin, David Axelrod, David Plouffe y Robert Gibbs, veteranos de la campaña de Obama en 2008, habló de manera sentimental de su candidato, su amistad y los pequeños rituales observados el día de la elección.

“Todos los rituales serán observados”, dijo Gibbs, sobre la insistencia de Obama de jugar un partido de básquetbol ayer en Chicago, mientras se realizaba la elección.

Pese a que expresaban confianza de que Obama ganaría, el trío parecía exhausto al final de una larga campaña, y planteaban de manera filosófica que todo estaba ahora en manos de los electores.

Las políticas y las personalidades de Obama y de Romney acapararon la mayor parte de los titulares durante la campaña. Pero las elecciones también son un conjunto volátil de equipo, estrategia, logística, dinero y teatro, todo ajustado para cada estado en disputa.

Para desafiantes como Romney, la elección significaba estar en dos campañas en dos años, primero para ganar la nominación del partido republicano y luego ganar la elección presidencial.

Para Obama, las preparaciones de la elección habían superado a su tarea de gobernar desde agosto del año pasado, luego que se rindiera respecto de alcanzar un acuerdo con los republicanos del congreso.

En el camino, cada movida de cada candidato, hacia la izquierda o hacia la derecha, en múltiples temas, se había visto amplificada en tiempo real en Twitter, lo cual podía elevarlos o reducir sus opciones a menudo en el mismo día.

Las campañas en sí mismas tienen que tratar de crear mucho ruido y ejecutar sus estrategias de cara a los medios, y cambiar la dirección cuando sus planes no funcionan.

“Las campañas son largas. La gente lo olvida”, dijo Stuart Stevens, jefe de estrategia de Romney, justo después de una de las mejores movidas de su candidato, su primer debate contra Obama en Denver en octubre. “Es difícil convertirse en presidente de Estados Unidos. Y así debe ser”.

Romney aprendió algunas lecciones de su primera carrera a la presidencia, en 2008, cuando gastó millones de dólares de su bolsillo y aún así perdió la nominación ante John McCain.

En los primeros días de la campaña a comienzos de 2012, mantuvo su mano en el bolsillo en los caucuses de Iowa, un estado donde desembolsó más de US$10 millones en 2008 y aún así, perdió. Esta vez, emergió de la carrera incluso con Rick Santorum.

Pero esta vez hubo otros temas que se extendieron más allá de una sola contienda como Iowa. Romney estaba participando en un partido republicano mucho más conservador que en 2008 y luchó por meses para eliminarse el manto de “Mitt el moderado”, un legado de acercarse a la izquierda para convertirse en gobernador de Massachusetts, un estado ampliamente demócrata.

Algunos de los cambios que hizo lo persiguieron al enfrentarse a Obama. Para defenderse de Rick Perry, el gobernador de Texas quien por largo tiempo ha tenido que luchar con problemas de seguridad en su estado, en la frontera con México, Romney se fue mucho más a la derecha en temas de inmigración.

Pero eso no fue suficiente para el Tea Party. Por meses, Romney no pudo superar el 30% de apoyo entre los votantes conservadores.

No fue hasta la primaria de Florida en febrero, con la ayuda de una montaña de publicidad de grupos externos de campañas, que Romney logró superar a Newt Gingrich y se afirmó como el posible nominado.

Mientras, los asesores de Obama habían comenzado a investigar a Romney de cara a la elección presidencial. Su descubrimiento más importante -que la gente no conocía mucho acerca del ex ejecutivo de Bain- era uno que rápidamente se dispusieron a combatir. Cuando la historia de la campaña de 2012 esté escrita, los avisos lanzados en mayo atacando el pasado de Romney en la firma que fundó, Bain Capital, serán registrados como un punto de inflexión.

La campaña de Obama, y los grupos externos que apoyan al presidente, pintaron a Romney como un plutócrata que gobernaría al 1%. Los spots fueron especialmente eficaces en Ohio, donde Obama consistentemente estuvo mejor posicionado entre los trabajadores blancos, un votante típicamente republicano, que en cualquier otra parte.

Para las últimas semanas de la campaña, cuando cualquiera que encendiera el televisor en Ohio veía una serie de comerciales políticos, tal publicidad jamás habría tenido el mismo impacto.

“Ese dinero gastado al principio fue dinero bien gastado. Más tarde, habría tenido el 5% del impacto”, plantea un estratega demócrata.

El daño hecho a Romney se vio agravado por la filtración de comentarios que hizo en una cena de recaudación de fondos en Florida en abril, cuando dijo que el 47% de los estadounidenses que no pagaban impuestos a la renta federales se consideraban a sí mismos como “víctimas”.

Pero Romney dio vuelta la elección en 90 minutos, en el primer debate presidencial, cuando se desentendió de su caricatura y dominó totalmente a Obama. La carrera se estrechó desde ese momento.

Pero seguía habiendo una carta en el voto latino. Romney nunca fue capaz de deshacer su camino luego de su vuelco a la derecha respecto de la inmigración, algo que Obama explotó al anunciar una decisión que permitía a algunos jóvenes latinos postular a visas de trabajo temporales.

Pero el voto latino sería decisivo sólo si hubieran acudido en masa a las urnas. Esa es una de las muchas preguntas que podrán responderse sólo cuando todos los votos terminen de contarse.

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