El presidente chino Xi Jinping, tras un año como líder de la nación más numerosa del mundo, consolidó hábil y despiadadamente su poder y lanzó una ambiciosa agenda de reforma económica como parte de su plan para lograr el "sueño chino" de una "gran rejuvenecimiento". 

Su severa pero selectiva lucha contra la corrupción y la disidencia y su énfasis en imponer la disciplina del Partido Comunista, lo han hecho ver como el líder más poderoso de la política china desde Deng Xiaoping, quien lanzó reformas orientadas hacia el mercado en el país a comienzos de los '80.

El completo rechazo de Xi hacia los valores democráticos liberales y su explícita reafirmación del modelo autoritario han dejado a los defensores de los derechos humanos y de la democracia profundamente desanimados. 

Pero quienes apoyan las reformas económicas y financieras se han motivado por la habilidad de Xi para concentrar el poder en sus manos y sobreponerse a la oposición burocrática contra los necesarios cambios en el modelo de crecimiento chino.

"Le daría a Xi Jinping una buena evaluación para 2013 por su habilidad de ejercer el control sobre el gobierno y el partido a la vez" dijo un banquero senior de occidente al FT. "Esto es absolutamente necesario si realmente llevará las reformas como ha indicado que lo hará".

Al término de una reunión crucial a puerta cerrada de la elite del partido en noviembre, la agenda económica de Xi fue dada a conocer en un largo documento, desde un aflojamiento de la vieja política de hijo único hasta reformas tributarias.

Gran parte del contenido de la reforma actual no fue radicalmente diferente de la planificación pospuesta por los predecesores de Xi, pero dentro del partido y del país hay mucha más fe en la capacidad de Xi para lograr resultados.

El presidente Hu Jintao y el premier Wen Jiabao dirigieron China desde 2002 hasta finales de 2012, en un período de crecimiento económico de dos dígitos, pero han sido acusados por figuras poderosas del partido de pasar por alto una "década perdida" de oportunidades desperdiciadas de poner al país en un camino más sostenible.

Con la tasa de crecimiento chino desacelerándose inexorablemente, la gente, probablemente incluso Xi, siente que se le acaba el tiempo al viejo modelo chino, que se basa en inversión en infraestructura y propiedad impulsada por crédito, y bajos costos de manufactura altamente contaminante.

La mayoría de los pronósticos indican que la economía se desacelerará aun más este año, con un número de consenso de un crecimiento de 7,4% para 2014, comparado a la cifra de 7,7% en 2013.

Si esa predicción resulta cierta, sería la tasa de crecimiento más baja desde 1990, cuando el país aún estaba bajo embargo internacional como castigo por la masacre de Tiananmen de 1989.

Incluso a medida que el crecimiento se desacelera, la agresiva implementación de reformas mejorará la sensación en el mercado y el apoyo al gobierno a medida que este baja la burocracia, liberaliza las tasas de interés, revisa el sector fiscal y financiero, permite más precios acorde al mercado, explora reformas a la propiedad de la tierra y moderniza las empresas estatales.

La economía probablemente también reciba ayuda si la recuperación se fortalece en Estados Unidos y Europa, todavía los mayores mercados de exportación para China, lo que sería una gran ayuda para el enorme sector de manufactura del gigante asiático.

El aspecto más preocupante del duro estilo de Xi es su ambición de ser más asertivo en el escenario mundial, especialmente a medida que Beijing parece desarrollar una versión china de la doctrina Monroe, en la que EEUU adoptó una actitud agresiva a los países que interferían con sus vecinos.

Además de ir tras poderosos "tigres" y ordinarias "moscas" de la corrupción en las filas del partido, XI ha observado una de las grietas más severas de la sociedad civil, la discrepancia política y la libertad de expresión en una década.

Él parece haber calculado que la supervivencia del partido se asegura mejor con reformas económicas que lleven a un crecimiento en los ingresos combinado con mayor represión y mayor control sobre el discurso público. Quizás tenga razón, especialmente si las reformas económicas son tan exitosas como algunos analistas esperan que sean.

Pero una población cada vez más conectada, informada y demandante dificultará lograr ese equilibrio.