Según las estadísticas entregadas en mayo en la Conferencia de Defensa Planetaria de la Academia Internacional de Astronáutica (IAAPDC), cada año la Tierra es golpeada por unos 6.100 meteoritos lo suficientemente grandes como para alcanzar el suelo, un promedio de 17 diarios.
De ellos, una gran mayoría pasa inadvertida al caer en zonas deshabitadas: por cada impacto visualizado, otros 770 caen en el mar, el desierto u otros lugares remotos. Y por supuesto, hay veces que objetos de gran tamaño son registrados en sitios poblados.
En febrero de 2013 por ejemplo, el cielo de Chelyabinsk en Rusia se iluminó por una bola de fuego que estalló a 30 kilómetros del suelo, generando una onda expansiva equivalente a 30 veces la bomba nuclear de Hiroshima. Afectó a seis ciudades, con un saldo de tres mil edificios dañados y mil heridos, en el mayor evento de estas características visto en un siglo.
Se trataba de una "condrita", un meteorito del tipo más común, con una antigüedad de aproximadamente 4.452 millones de años.
Otro episodio ocurrió hace un año, cuando un meteorito cayó sobre el mar de Bering provocando una explosión equivalente a 10 bombas de Hiroshima, evento que sólo tiene lugar unas dos o tres veces cada 100 años.
Yendo más allá, el registro más importante de la época moderna es el meteorito de Tunguska en Siberia, un objeto de 80 metros de diámetro que explotó en el aire arrasando con 80 millones de árboles en un área de más de 2 mil Kilómetros, derribando gente a 400 Km. de distancia y activando estaciones sismográficas en el Reino Unido debido a las fluctuaciones en la atmósfera. Fue mucho más potente que los anteriores, unas 30 millones de toneladas de dinamita o mil veces la bomba de Hiroshima.
Pero los casos en que podemos presenciar un evento de estas magnitudes son muy escasos. Lo habitual es que estos objetos se desintegren al ingresar a la atmósfera terrestre, y se consumen completamente sin tocar el suelo.
Millarca Valenzuela, doctora en geología y académica de la Universidad Católica del Norte, señala que existen muchas variables que determinan la posibilidad que uno de estos objetos golpee la Tierra, como su tamaño y composición.
"Los meteoritos pueden ser de silicato o hierro; estos últimos pierden poco material y casi no se desintegran, pudiendo chocar con la Tierra si son de un tamaño considerable", afirma.
"Pero los más comunes son las condritas, con porosidades", agrega. "Por lo general a 100 Km sobre la superficie de la Tierra la fricción los evapora. Deben tener una gran masa para que puedan sobrevivir al paso de la atmósfera".
Son estos objetos los peligrosos, ya que existen ocasiones en que pueden sobrevivir e incluso golpear animales o humanos.
Fuego desde el cielo
En 1997, un estudio de la Universidad de Harvard estimó que las posibilidades que un meteorito golpee a una persona es de una entre 174 millones. Es decir, un mismo individuo tiene más probabilidades de ser alcanzado por un tornado, un rayo y un huracán al mismo tiempo, que por una roca venida del espacio. Otro estudio de 2014 afirmó que la posibilidad era de 1 en 1.600.000.
Como referencia, existe una posibilidad de 1 en 90 en morir por un accidente automovilístico, 1 de cada 250 por un incendio, 1 de cada 135 mil por un rayo, 1 de cada 8 millones por el ataque de un tiburón o 1 de cada 195 millones en ganar la lotería.
En la historia documentada hay casos muy interesantes, aunque con detalles vagos y escasamente comprobables. En 1994, un científico chino expuso los casos de 300 reportes de avistamientos de meteoritos entre los años 645 AC y 1920, siendo el primer resultado fatal el año 616 AC, cuando una "lluvia de estrellas" mató a 10 personas. Poco, comparado con los 10 mil fallecidos producto de una lluvia de piedras de hasta 1,5 Kg de peso en 1490.
Otro caso más comprobable es el de Gerrit Blank, adolescente alemán de 14 años que en 2009 fue alcanzado por un meteorito del tamaño de una arveja; y un niño en Mbale, Uganda, quien el 14 de agosto de 1992 fue golpeado por un objeto de apenas tres gramos.
Las mascotas también han sido víctimas de estos objetos del espacio. Tal es el caso de un perro en una aldea de Nakhla, Egipto, golpeado por un meteorito el 28 de junio de 1911 a las nueve de la mañana y que de acuerdo al reporte de su dueño, se "evaporó" tras el impacto. El lado positivo es que el meteorito fue el primero en demostrar rastros de agua en Marte.
También hay quienes no la cuentan dos veces.
El 9 de octubre de 1992, Michelle Knapp vio cómo su Chevrolet Malibú era golpeado por un objeto de 4.400 millones de años, mientras que el 12 de junio de 2004 una familia en Nueva Zelanda recibió la visita de un meteorito justo en su living. Antes, en 1924 un objeto interrumpió un servicio funerario en Colorado, EE.UU.
Pero ninguno de estos casos se acerca al de Ann Elizabeth Hodges, alcanzada en 1954 por el infame "meteorito Sylacauga". Este fue considerado el primer y único caso de una víctima del impacto de un meteorito en la historia.
Impacto profundo
El día que la señora Hodges iba a ser golpeada por un meteorito, dormía plácidamente en el sofá de su casa tras el almuerzo. Eran las 14:46 del 30 de noviembre de 1954 en el pequeño pueblo de Oak Grove, en la localidad de Sylacauga, Alabama.
De improviso, el fragmento de un objeto que a esa hora cruzaba los cielos se desprendió, cayendo sobre el tejado de su casa de madera, atravesando la estructura, rebotando en los muebles y golpeándola en el costado izquierdo a la altura de la cadera.
Por la hora del evento, cientos de personas alertaron a la Fuerza Aérea de EE.UU. ya que podía tratarse de un objeto enviado por la Unión Soviética, aunque tras arribar al lugar determinaron que no se trataba de un misil comunista.
La historia podría terminar ahí, pero lo que ocurrió después fue incluso peor que el golpe de una roca venida del espacio.
Tras el incidente comenzó una discusión por quién se quedaría con el preciado meteorito. Finalmente la FF.AA. incautó el objeto, no sin las protestas de Eugene -el marido de Hodges-, quien demandó al Gobierno reclamando la propiedad del meteorito, a lo que posteriormente se sumó Birdie Guy, el dueño original de la casa, solicitando una compensación por los daños materiales.
Todo el escándalo derivó en que el precio por la roca fuese estimada en 5 mil dólares de la época (47 millones de dólares actuales), precio solicitado por la señora Hodges a quien quisiera ser el propietario del objeto, luego de ganar el juicio por su posesión. Sin embargo, nadie estuvo dispuesto a pagar una suma tan astronómica.
Finalmente, tras las secuelas psicológicas de la traumática experiencia y con una marca de 30 centímetros en su cuerpo, Ann Elizabeth Hodges optó por donar el objeto al Museo de Historia Natural de Alabama en 1956, a pesar de las quejas de su marido, de quien se separó años después. Falleció en 1972 a los 52 años, producto de una insuficiencia renal.
Análisis posteriores determinaron que el meteorito, probablemente un fragmento del asteroide 1685 Toro, se subdividió en tres partes, de los que sólo se recuperaron dos: el "fragmento Hodges", de 3,86 Kg de peso; y el "fragmento McKinney", con 1,68 Kg de peso, descubierto al día siguiente del incidente. El tercer fragmento nunca fue encontrado.
¿Y en Chile?
Millarca Valenzuela cuenta que en el país no existen casos documentados similares al de Ann Elizabeth Hodges.
Aún así, de acuerdo al Meteoritical Bulletin, hasta hoy se cuentan 1.583 reportes oficiales de meteoritos caídos en tierras chilenas. El más grande es el "Vaca Muerta" de 3,83 toneladas caído en Antofagasta en 1861, sin testigos visuales.
El más antiguo documentado en Chile es el Imilac en 1822, que cayó con casi una tonelada también en Antofagasta; mientras que el más reciente es el Calama 034, de modestos 10 gramos y encontrado este año en el mismo lugar.
Valenzuela, única geóloga de meteoritos en Chile y que además cuenta con un asteroide con su nombre, señala que en el país el 90% de los meteoritos que caen son condritos.
"Si bien la caída de estos objetos es aleatoria, la posibilidad de encontrar uno en el Desierto de Atacama es mayor. La razón tiene que ver con que el clima hiperárido del lugar ayuda a mantener al meteorito", explica.
"Estos objetos pueden sobrevivir en promedio de 25 a 50 mil años, pero en Atacama pueden llegar a los 2 millones de años", sentencia.