8 minutos de terror, un tsunami que atravesó el planeta y miles de muertos: el megaterremoto más potente registrado en la historia
El 22 de mayo 2024 se conmemoran 64 años de uno de los eventos más trascendentales para la historia de los desastres en Chile y el mundo.
Durante ocho minutos la tierra se movió como nunca antes. Eran las 15.11 horas del 22 de mayo 1960, cuando un terremoto de dimensiones gigantescas sacudía el sur de Chile causando pánico en la población. Los sismógrafos desplegados por el mundo, registraron una inusitada magnitud de 9.5 Mw. Se trataba del megasismo y tsunami conocido como el “Terremoto de Valdivia de 1960″, que azotó con fuerza más de 40 ciudades y cientos de localidades del centro-sur de Chile, cambiando para siempre la morfología de la costa chilena y la ciencia sísmica del mundo.
El terremoto marcó un antes y un después en la Gestión del Riesgo de Desastres. A 64 años de su ocurrencia, las y los sobrevivientes a este megasismo, todavía recuerdan nítidamente y en detalle, los minutos de movimientos telúricos, seguidos de un tsunami que además de afectar a la costa chilena, llegó a Hawái, Japón y Filipinas
En aquella época ya habían sismógrafos desplegados en todo el mundo. Esto permitió una medición mucho más precisa y detallada de lo que fue el terremoto más potente registrado en la historia de la sismología hasta la fecha.
Según el National Centers for Environmental Information, hubo 2.226 personas fallecidas, 3.000 heridos y 58.622 casas destruidas. Pero además, se desarrollaron una serie de desastres en cascada, como una inundación y una erupción volcánica que se inició 38 horas después del terremoto.
8 minutos de terror, un tsunami que atravesó el planeta y miles de muertos: el megaterremoto más potente registrado en la historia
Anterior al terremoto de 1960, el río Imperial era de navegación fluvial y según explica el investigador asociado del Centro de Investigación para la Gestión Integrada del Riesgo de Desastres (Cigiden) y académico de la Escuela de Ingeniería Oceánica de la U. de Valparaíso, Patricio Winckler, “la desembocadura del río se apoyaba en el cerro Maule, que hoy tiene grandes procesos erosivos, por lo que producto de todas estas deformaciones la desembocadura transitó hacia el norte”.
A partir de lo sucedido con el terremoto, el Estado de Chile ha intervenido esta defensa costera, con muros verticales que logran ganar cota, ya que en ese entonces, la desembocadura se hundió alrededor de 1.2 metros, producto del terremoto.
Según indica Winckler, esto es relativamente característico de las zonas de subducción, donde hay dos placas que interactúan y que durante un sismo pueden hundirse o levantarse.
El Riñihuazo
El terremoto de 1960 también provocó la inundación de las localidades cercanas al lago Riñihue, debido al aumento de caudal del río San Pedro y producto del derrumbe de dos cerros, que bloquearon el cauce. Este hecho es popularmente conocido como el Riñihuazo.
También, 18 cráteres activos del complejo volcánico “Puyehue-Cordón Caulle” entraron en erupción, fenómeno que se prolongó hasta el 22 de julio de 1960, según datos del Sernageomin.
Felipe Aron, investigador de Cigiden y académico del Departamento de Geología U. de Chile, señala que los desastres en cascada son “amenazas de origen natural que afectan al territorio de alguna manera y producen que se potencien otros eventos, a partir de la afectación generada con el evento primario”.
En este sentido, uno de los desastres en cascada más frecuentes son un terremoto de subducción, secundado por un tsunami.
En el caso del Riñihuazo, Aron señala que “cuando ocurrió el terremoto, el remezón de la tierra provocó que las paredes del cerro que se encuentran en alta pendiente y están expuestas constantemente a lluvias -y por tanto están saturadas de agua- cayeran”.
Alertas tempranas para la actividad volcánica
Sobre la relación entre sismo y erupción, Aron sostiene que cuando existen ciclos de altas y bajas en la actividad de un complejo volcánico -las que podrían estar relacionadas con un aumento de la sismicidad- se actualizan las emisiones de alerta (verde, amarilla y roja) para una eventual preparación y evacuación en caso de erupción.
“Después de un terremoto en una zona donde hay presencia de volcanes activos, es importante elevar las alertas e intensificar el monitoreo de todos estos volcanes que estén cerca de la zona de ruptura, para eventualmente ver si alguno de ellos inicia una etapa de perturbación”, asegura el investigador.
En conmemoración al terremoto y tsunami de 1960, en 2022 se promulgó en Chile la ley 21.454, que establece el 22 de mayo como el “Día Nacional de la Memoria y Educación sobre Desastres Socio-Naturales”.
Con esta iniciativa, los establecimientos educacionales deben enfatizar en la historia de los desastres y así, trabajar en conjunto con las instituciones y autoridades a cargo, en medidas de prevención y mitigación.
“Es importante desmitificar que los desastres son naturales, porque los desastres son inevitables y también se desconoce que hay un factor humano de por medio”, advierte el geógrafo de Cigiden, Simón Inzunza.
Al respecto , la exposición de viviendas, personas o infraestructura crítica, en áreas que están en zonas de riesgo de desastre serían una decisión humana.
Inzunza apunta a la primera infancia como una etapa crucial para comenzar a trabajar en torno a temáticas relativas al riesgo de desastres y que permitan a niñas y niños, reconocer las amenazas de origen natural presentes en su entorno, además de entender y conocer los planes de evacuación y armar un kit de emergencia junto a sus familias.
Todas estas actividades están contempladas en el taller presencial Kay kay: conociendo el riesgo de tsunami que lidera junto a sus compañeras Nikole Guerrero y Javiera Castañeda en Cigiden.
La Escuela Comunitaria Ambiental de la Costa (ECAC) es otro proyecto liderado por investigadores y profesionales de la línea de investigación “Gobernanza Ciudadana” de Cigiden y donde parte de sus módulos de aprendizaje están orientados a identificar los componentes del riesgo. Para ello, monitores y alumnos, realizan un recorrido por las playas de la comuna de Cartagena, por ejemplo, con el fin de observar si existen señaléticas de emergencia o no y hacer simulacros de emergencia cronometrados.
Para fomentar la memoria en torno a desastres como una herramienta, que aporta a la preparación ante los mismos, la antropóloga Leila Juzam y la historiadora Valentina Acuña -ambas profesionales de Cigiden- han enfocado sus estudios en la memoria colectiva como un instrumento que permite mejorar la preparación de la sociedad para futuros eventos, reduciendo la vulnerabilidad y mejorando las respuestas ante la emergencia.
Juzam describe el terremoto de 1960 como un evento que trajo un sinnúmero de consecuencias sociales, culturales y emocionales para quienes lo vivieron, por lo que recalca la importancia de seguir recordando y entregar información actualizada sobre qué hacer en caso de terremoto u otro desastre.
A juicio de la experta, tanto en 1960, como en 2010, “las personas que se encontraban en comunidades costeras se salvaron del tsunami gracias al conocimiento transmitido de generación en generación y que cuenta que ‘si el mar se recoge, debes evacuar”, recuerda.
25 veces más energía que el sismo de 2010 conocido como el “27F”.
A seis décadas de este evento catastrófico considerado el más grande jamás registrado en la historia sísmica mundial–, investigaciones internacionales y chilenas, dan cuenta de lo hoy sabemos tras años de investigación. Estudios que muestran, por ejemplo, que el terremoto de 1960 liberó 25 veces más energía que el sismo de 2010 conocido como el “27F”.
Este terremoto fue precedido por una secuencia sísmica que se inició la madrugada del 21 de mayo con un sismo de magnitud 8,3, localizado bajo la costa de la ciudad de Lota. “Este sismo se sintió con fuerza en la Región del Biobío. La secuencia de sismos precursores fue completada por ocho sismos de magnitudes superiores a 5,8, dos de los cuales alcanzaron una magnitud 7,3 y uno una magnitud 7,8.
El megasismo, cuya magnitud de momento se calcula entre 9,3 y 9,5 –aún persiste la controversia entre la comunidad científica–, tuvo con una fractura de más de 1.000 kilómetros. El epicentro, también discutido entre los estudiosos, hoy se establece frente a las costas de Lebu. Los registros históricos y de prensa de la época, reportan más de 109 localidades afectadas en el centro-sur de Chile, en especial, las ciudades costeras.
Hasta hoy los científicos siguen tratando de descifrar las enigmas de este evento. Estudios históricos liderados Marco Cisternas de de la U. Católica de Valparaíso, sugieren que este tipo de terremotos tiene una recurrencia de más de 300 años. Este largo periodo llamado ciclo sísmico –que integra etapas de acumulación y posterior liberación de la energía sísmica–, es más largo que la escala temporal de la vida humana, por lo tanto, un obstáculo para la comprensión a cabalidad de estos procesos.
Una de las principales dificultades que ha enfrentado el estudio de este gran terremoto, es que ocurrió antes de la proliferación de observaciones de geodesia espacial, como lo son los GPS, lo cual permite registrar de manera precisa los movimientos de la superficie terrestre antes. Trabajos recientes del profesor Moreno, usando análisis de datos de GPS, han permitido revelar entender, por ejemplo, que días antes de grandes terremotos existe actividad precursora. Esto ha sido observado antes de los terremotos de Maule 2010, Japón 2011 e Iquique 2014.
Un enorme tsunami
Veinte a 30 minutos después del terremoto, un gigantsco tsunami de grandes proporciones azotó las costas del sur de Chile desde Concepción a Chiloé. “Imagínate estos mil kilómetros de costa moviéndose y deformándose en el fondo, lo que generó una ola gigante que se propagó hasta las localidades costera entre 15 o 20 minutos después de ocurrido el terremoto. En Puerto Saavedra se registraron olas del orden de los nueve metros, en Corral fueron 10 metros, incluso en Talcahuano llegó a los 3 metros. En Dichato, en tanto, el tsunami alcanzó olas entre los cinco y los siete metros”, dice Rafael Aránguiz, académico de la Universidad Católica de la Santísima Concepción e investigador Cigiden.
Las olas que azotaron las costas chilenas también avanzaron por el Océano Pacífico, generando un tsunami que se desplazó por miles de kilómetros hasta alcanzar Japón, Filipinas, Indonesia y Hawai. A partir de ese tsunami silencioso, que no tuvo alertas ni preparación, la comunidad científica internacional se organizó para reforzar la investigación colaborativa, al mismo tiempo de fortalecer y crear sistemas se alerta temprana de tsunamis. Al alero de las Naciones Unidas, fue creado el Tsunamis Warning Center.
En efecto, las olas del tsunami en Japón alcanzaron hasta 6,3 metros y mataron más de 139 personas, en tanto que Filipinas, Hawaii y la Bahía de San Francisco en Estados Unidos, también sufrieron los efectos. A partir del Tsunami de 1960, además, en el país nipón comenzó la construcción de muros de alturas de seis u ocho metros, y rompe olas en las bahías para protegerse de eventos similares en el futuro.
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