A un año del Sars-CoV-2 y por qué un virus más contagioso es más peligroso que uno más letal


El lunes 30 de diciembre, el comité sanitario municipal de Wuhan, (China), publicó una nota de emergencia dirigida a los hospitales de ese país en la que informaba que habían detectado varios casos de “pacientes con una inexplicable neumonía”.

Hasta ese punto, se había informado de 27 casos, siete graves, pero ningún muerto. Incluso, las autoridades chinas amenazaban a algunos cibernautas locales, que a través de redes sociales, aseguraban que la misteriosa enfermedad se contagiaba de persona a persona. “No es verdad”, esgrimieron las autoridades sanitarias locales en ese entonces.

Un mes después, los científicos finalmente precisaron el origen de la desconcertante neumonía, un microscópico coronavirus, al que bautizaron Sars-CoV-2, según la nomenclatura internacional.

Casi nadie en el mundo sabía que era un coronavirus, aunque toscamente aprendimos que era una subdivisión de los virus, que poseían una corona.

Y ese esta pequeña característica lo que lo hace infinitamente contagioso. Esta corona es la que se adhiere eficientemente a las células humanas, permitiendo su inagotable capacidad de replicación y lo que desmoronó las primeras previsiones chinas sobre el método de contagio.

Un año después, las cifras de contagiados y fallecidos se amplificaron terroríficamente: hoy la pandemia ya se ha cobrado más de dos millones de víctimas en todo el mundo.

El patógeno ha generado avances científicos sin precedentes, que van desde medicamentos, test diagnósticos, todo coronado con las vacunas, desarrolladas en menos de un año, un plazo sin precedentes en la historia humana.

“Hemos aprendido una cantidad tremenda. Pero, en términos de comprender cualquier cosa con un detalle real, aún tenemos kilómetros y kilómetros por recorrer. Esto mantendrá ocupados a los virólogos y funcionarios de salud pública durante décadas”, reflexionó lapidariamente Maureen Ferran, profesora de biología en el Instituto de Tecnología de Rochester.

Y una de las principales dificultades radica en la asombrosa capacidad de los virus de mutar. Muchos han respirado al enterarse que ninguna de las mutaciones hasta ahora registradas en el mundo ha mostrado aumentar la letalidad del virus, aunque eso no necesariamente es una noticia tranquilizadora.

Adam Kucharski, matemático y epidemiólogo británico y autor del libro Las reglas del contagio, lo pone en números: un virus 50% más transmisibles es más peligroso que uno que sea 50% más letal, debido a que se propaga de manera exponencial. En una ciudad con 10.000 personas infectadas, por ejemplo, el primero de los virus podría causar 978 muertes al cabo de un mes, mientras el segundo “solo” 129.

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