38.3° en Santiago, 41.5° en Chillán, 42° en Temuco, 38.5° en Valdivia, 35° en Puerto Montt, 25° el Lord Cochrane y 29° en Punta Arenas.

Las noticias que hemos conocido en los últimos días en relación a las altísimas e históricas temperaturas que han golpeado a buena parte del país han descolocado y llamado la atención de la ciudadanía.

Sin embargo, más que el asombro, lo que se hace necesario es comenzar a adaptarse a una nueva realidad e intentar tomar todas las medidas posibles con tal de aminorar al máximo las consecuencias de un calor extremo que es consistente con un mundo que enfrenta ya no la advertencia, sino la realidad de un cambio climático evidente y que llegó para quedarse.

En otras palabras, el clima que conocíamos ha desaparecido.

Si bien hay muchos factores complejos en juego con los fenómenos meteorológicos extremos, la ola de calor que estamos experimentando en Chile –en conjunto con los fríos extremos que golpea a otras zonas del planeta– es consistente con las predicciones de un planeta que revela su nuevo rostro climático.

Lo acaba de señalar la NASA y la Oficina Nacional de Océanos y Atmósfera (NOAA), quienes han advertido que los últimos cinco años ha sido el lapso más cálido a nivel global de la historia moderna desde 1880. Además, que la temperatura mundial en 2018 fue la cuarta más caliente nunca registrada. Otro antecedente: que la temperatura global del año pasado se ubicó 0.83 grados centígrados por encima del promedio del siglo XX.

Para Chile, las alteraciones climáticas son advertidas por la Dirección Meteorológica de Chile, entidad que en las conclusiones del documento "Evidencia de Cambio Climático en Chile" dice: en Chile, las observaciones muestran un incremento significativo en la intensidad, frecuencia de las olas de calor, días y noches cálidas. En cuanto a la precipitación, la cantidad anual disminuye en gran parte de la zona central y sur.

Sin embargo, y pese a lo complejo del escenario, todavía hay una ventana de oportunidad para aminorar estos severos efectos.

El último informe del Panel Intergubernamental de Cambio Climático (IPCC), máxima autoridad científica en materia climática, demostró que es posible mantener el aumento de la temperatura global por debajo del umbral de 1.5°C en relación con la era preindustrial, meta acordada por la comunidad global en el Acuerdo de París.

Esto, eso sí, implica un cambio revolucionario y que las numerosas reuniones climáticas globales, como la Cumbre Mundial del Clima COP25 que se desarrollará próximamente en Chile, dejen la zona de confort y tomen medidas verdaderamente transformadoras y radicales en la forma en la que producen y consumen energía.

En medio de este contexto, y a pesar de los impactos de estas alteraciones climáticas, Chile continúa, de manera inexplicable, con una fuerte dependencia de combustibles fósiles, con una matriz primaria basada en un 70% en petróleo crudo, gas natural y carbón. Una situación inentendible que queda en evidencia al comprobar que la matriz eléctrica chilena está basada en un 41% en carbón.

En definitiva, la perspectiva de lo que podría suceder si las temperaturas suben más allá del objetivo de 1,5 grados establecido en el Acuerdo Climático de París es impensada. Necesitamos actuar cuanto antes, y eso significa abandonar la quema de combustibles fósiles y acelerar la transición hacia energías renovables.

El gobierno del presidente Piñera y el Ministerio de Medio Ambiente, entonces, tienen una responsabilidad enorme. Los objetivos están claros: cero carbón al 2030 y 100% de energías renovables al 2050.

Sí, son tareas ambiciosas, pero también necesarias para la urgencia del problema. Ojalá estemos a la altura del desafío.