Quienes nacimos en el desierto tenemos una visión minimalista del entorno. Las inmensidades son nuestra extensión: las congregaciones de estrellas, de mar y de cerros. Para quienes habitan el sur, el verde es compañero y los ríos son sus venas. Somos un mosaico de genes y experiencias, de antigüedades y novedades, de viajes y estancias, de alegrías y dolores.
El desierto de Atacama es un territorio global: nitratos, cobre, litio, plantas, microorganismos y meteoritos están repartidos por el mundo. Gran parte de nuestra economía se basa en repartir pedacitos de Chile por el planeta.
Sin embargo, las cifras económicas no redundan en bienestar: el extractivismo deja una estela de efectos inconmensurables en las regiones y áreas donde se produce la explotación. Desde contaminación y altas tasas de cáncer, hasta la pérdida de identidad y patrimonio local. La sustentabilidad es una utopía en los territorios donde abundan tranques de relave y el paisaje ha sido desmembrado sin contemplación.
Vivir en regiones es ser diferentes. No somos poblaciones homogéneas, los del norte o los del sur, cada pueblo, cada ciudad tiene su particularidad, cada persona es única, cada vivencia es irrepetible.
El centralismo es un concepto y forma de vida difícil de desarraigar. Vivimos en un Santiago extendido. Incluso dentro de la misma Región Metropolitana hay múltiples santiagos, como un fractal de inequidad. Además, el centralismo es transversal: la estructura se replica en la relación de las regiones con sus capitales regionales, e incluso en su interior, donde hay núcleos humanos que segregan por ingresos y concentran oportunidades.
El centralismo invisibiliza a la diversidad de los habitantes del país. ¿Cuáles son los sueños de las niñas de Tirúa cuando llueve? ¿Qué piensan las abuelas de Lasana mientras preparan el té? La falta de reconocimiento y valorización de nuestra diversidad e identidad, incluyendo a los pueblos originarios, es parte importante de la desigualdad estructural de Chile. Esa desigualdad injusta e inaceptable, el motivo de las actuales movilizaciones sociales que buscan que la dignidad se haga costumbre.
¿Cómo construir este espacio llamado Chile que no reduce y banaliza, o incluso borra, la diversidad de lugares que lo componen? Una nueva constitución política es clave para ayudar a forjar este nuevo país: solidario, amable, justo. Un Chile con equidad de género, descentralizado y plurinacional.
Pero, ¿es posible alcanzar estos objetivos si la eventual convención constituyente utiliza el sistema de elección de diputados para elegir sus miembros? Por desgracia, la elección de representantes por distritos no garantiza que todas las voces del territorio tengan cabida. Se necesita representación de la diversidad para que este mosaico llamado Chile y su nueva constitución sean efectivamente nuestro lugar.
Este nuevo Chile se piensa a sí mismo. Chile no destruye su naturaleza. La cuida y la protege. Genera conocimiento y cultura local, se desarrolla de forma sustentable y sin concentrar recursos u oportunidades. Nos reconocemos en nuestras diferencias. Nos reencontramos en distintos caminos. Alejados del centro o como diría Violeta: al medio de Alameda de las Delicias, Chile limita al centro de la injusticia. Que las miradas estalladas de esta primavera no desaparezcan y se extiendan como luces de colores en los atardeceres de este nuevo Chile.