Se llama Annie, tiene 28 años, y no pudo reconocer la cara su papá después de que le dio Covid-19. Su nombre es ficticio, pero su caso es real.
Su relato es parte del primer informe sobre la dificultad para reconocer rostros como una consecuencia del coronavirus, realizado por la estudiante PhD de la Universidad de Dartmouth, y publicado en la revista internacional de la cognición, Cortex. El estudio apunta a que el Covid-19 puede producir un deterioro cognitivo severo, similar a los detectados tras un daño cerebral. Al parecer, las deficiencias relacionadas al reconocimiento facial (prosopagnosia) son frecuentes en quienes padecieron del virus de forma prolongada.
¿Qué es la prosopagnosia?
La prosopagnosia, conocida como la ceguera de rostros, es un trastorno cognitivo que se caracteriza por la incapacidad para reconocer caras familiares. Es una condición conocida por su origen posterior al daño cerebral, pero también puede ser congénito, para quienes nunca desarrollan por completo la capacidad de reconocer rostros.
De acuerdo al estudio, esta alteración neurológica coexiste -con frecuencia- con déficits que inciden en la percepción del color, la navegación y el reconocimiento de objetos. La enfermedad es poco común, sobre todo cuando es adquirida. De acuerdo al Sistema Nacional de Salud del Reino Unido, una de cada cincuenta personas puede tener prosopagnosia de desarrollo.
La historia de Annie
Annie es una mujer de 28 años que trabaja en el área de servicio al cliente, también hace retratos. Lo más importante es que podía reconocer rostros de forma normal antes de contraer Covid-19, en marzo del año 2020.
Para ser una persona joven, padeció síntomas que bordeaban el límite de lo preocupante: fiebre que alcanzó los 39,4°, ataques de tos que la llevaron al desmayo, dificultad para respirar, opresión en el pecho, diarrea y pérdida del olfato y gusto. La investigación destaca estos últimos síntomas, ya que forman parte del grupo de las secuelas post-agudas de la infección SARS-CoV-2, también conocido como Covid prolongado y, además, son del tipo neurológico, al igual que la prosopagnosia.
Volviendo al caso -descrito en el informe-, Annie no se realizó la prueba del Covid-19, pero fue diagnosticada por su médico de atención primaria. Tampoco estuvo hospitalizada ni se trató en urgencias, ya que temía cuánto dinero le podía costar. Pasaron tres semanas y se sintió mejor, lo suficiente como para trabajar desde su casa, pero siete semanas después los síntomas del coronavirus regresaron, esta vez con un especial énfasis en la desorientación.
“Algo estaba mal con las caras”, indica el informe. Fue de urgencias para realizarse una tomografía, pero no lanzó ningún tipo de hemorragia, por lo que fue dada de alta.
En junio de ese mismo año -por primera vez desde que tuvo Covid-19- pasó tiempo con su familia, pero notó que no podía reconocer visualmente a su tío ni, aún más preocupante, a su padre. “La voz de mi papá salió de la cara de un extraño” describió, según narra el documento. En la actualidad, para ella los rostros son como “agua” en su mente, y depende en gran medida de las voces para identificar a las personas.
Eso no es lo único en términos de deficiencia cognitiva, también ha perdido su sentido de la orientación y navegación en su entorno familiar. En relación a otros síntomas, el estudio indica que presenta fatiga, confusión, mala concentración, migrañas y problemas con el equilibrio.
Covid y reconocimiento facial
Pese a lo anterior, en las pruebas iniciales del presente estudio, Annie mostró un rendimiento normal y obtuvo una puntuación del 80% en un test de memoria visual. Estas dos pruebas, junto a otras que se realizaron en la primera etapa, evidenciaron que “sus dificultades con el reconocimiento de la identidad facial no se deben a deficiencias cognitivas amplias”, señala la investigación.
Por otro lado, las pruebas de reconocimiento facial demostraron que había deficiencia que “afecta la memoria de identidad facial a corto y largo plazo”, se indica. Además, se realizaron pruebas que arrojaron que el reconocimiento de objetos y escenas se mantiene intacto; los déficits de reconocimiento visual son específicos de las caras, en el caso de Annie.
Si bien existe la posibilidad de que la carencia se deba a un problema independiente que ocurrió al mismo tiempo que se contagió el virus, “es mucho más probable que la prosopagnosia y los déficits de navegación de Annie fueran causados por Covid-19 o Covid prolongado”. Principalmente, por el vínculo temporal estrecho que liga sus dificultades y la enfermedad.
También se realizó encuestas a otras personas que habían tenido síntomas por más 84 días (Covid prolongado) y a otras que se habían recuperado de la enfermedad respiratoria. Los resultados fueron los siguientes:
- De los participantes con Covid prolongado, el 20% tuvo dificultades para encontrar el camino a sus casas (navegación)
- De los pacientes con Covid prologado, un 32,9 % se perdió mientras viajaba después de la enfermedad, en comparación con el 9,6 % antes del Covid-19
- A un 45,6 % le resultan desconocidas las calles que algún día fueron familiares después del Covid-19, en comparación con el 7,4 % antes contraer la enfermedad
Además de las ya conocidas, “el Covid-19 a veces causa graves deficiencias selectivas como la prosopagnosia”, advierte el estudio, en relación a otras secuelas del coronavirus como el cansancio y los problemas atencionales y de memoria. Junto a ello, están las secuelas perceptuales y cognitivas que arrojó el resto de los encuestados.
El informe sustenta su relevancia en que un número importante de la población muestra carencias visuales y selectivas, por lo que es necesario comprender la naturaleza del déficit e intentar reducir su impacto en las personas.