Superar la desigualdad existente en una sociedad no es solamente un imperativo ético, sino requisito indispensable para alcanzar el desarrollo y el bienestar colectivo (Cepal, 2017).

En su estimación se emplean algoritmos. Si bien Chile es uno de los 34 países más ricos del planeta, es el más desigual de la Ocde: el ingreso del 10% más rico es 26 veces más elevado que el del 10% más pobre (Banco Mundial, 2015).

De acuerdo a # Compromiso país, en Chile el 8,6% de la población se encuentra en situación de pobreza por ingresos, sin poder satisfacer necesidades básicas (Encuesta Casen, 2017). En términos de pobreza multidimensional (condiciones de educación, salud, seguridad social, vivienda, entorno, redes y cohesión social), más de un 20% de los habitantes del territorio son vulnerables y tienen mayor riesgo de exclusión.

En los últimos días, el "algoritmo" ha cobrado personalidad propia. El oficialismo lo invocó para explicar el alza del precio del metro, decidida por ley por un panel de expertos (de tres expertos, entre los cuales ninguna integrante mujer, ni algún representante de ese quinto de la población más vulnerable que probablemente use el transporte colectivo a diario).

El viernes 19, cuando cientos de miles de capitalinos intentaban regresar a los hogares de manera segura, sin metro, la locomoción colectiva a tope, operó el algoritmo en las aplicaciones de transporte. Sus precios se dispararon, rayando la usura.

Mientras, en contacto directo con el contexto y en pos de la convivencia, sin mediar algoritmo alguno, muchos taxis y autos particulares compartieron espontáneamente el trayecto, de manera solidaria.

La matemática norteamericana Cathy O'Neil (2018), analista big data, sostiene que los algoritmos exacerban las desigualdades, que las personas en situación de pobreza son los primeros en sufrir sus consecuencias y que deterioran la democracia, salvo que optemos por "algoritmos buenos, que trabajen por la igualdad".

Lo ejemplifica con el empleo del algoritmo Compas por los jueces de su país, para evaluar la probabilidad de que una persona vuelva a ser detenida. Dicho algoritmo, explica, elimina aspectos de contexto que sí explican por qué una persona excluida podrá ser detenida, no necesariamente porque cometa delito efectivo (como los que sí hemos visto en Chile por una minoría de vándalos en estos días, destruyendo en menos de 48 horas el tendido de transporte público levantado con esfuerzo desde hace cuatro décadas y opacando las movilizaciones sociales pacíficas por una mayor igualdad), sino por las variables de entorno que le acompañan.

Los algoritmos no se manejan solos, sostiene O'Neil. Ningún algoritmo reemplaza la capacidad de escucha, el conocimiento de los territorios, la empatía y el compromiso por mejorar las condiciones de vida de los verdaderos expertos en desigualdad, que son quienes la padecen día a día.