El 11 de septiembre de 1542, los habitantes de Nueva Cádiz, en la isla de Cubagua frente a la actual Venezuela, vieron algo extraño en el mar. Una embarcación que parecía estarse cayendo a pedazos se aproximaba a duras penas hacia la costa. A bordo viajaba un grupo de españoles malolientes, hambrientos y agotados. Eran los supervivientes de una expedición liderada por el explorador Francisco de Orellana, quien se había internado meses antes en un caudaloso y misterioso río con el fin de buscar bosques de la apetecida canela y la mítica ciudad de El Dorado.
No encontraron nada, pero según sus crónicas durante su travesía fluvial sí se toparon con mujeres guerreras tan feroces como las que poblaban las leyendas griegas: en honor a ellas el río que descubrieron y la densa selva que lo rodea recibió el nombre de Amazonas.
Al iniciar su travesía, Orellana naturalmente ignoraba que se enfrentaba al río más largo y caudaloso del planeta. Su cuenca hidrográfica es la mayor del mundo -con siete millones de kilómetros cuadrados-, su torrente alcanza los 225 mil metros cúbicos por segundo y es responsable de la quinta parte de toda el agua dulce que se incorpora a los océanos de la Tierra.
La región por donde corre el río también impresiona: su selva –repartida entre nueve países- es el bosque tropical más extenso del globo, por lo que resulta clave para la regulación del ciclo de carbono y el creciente cambio climático.
Además, su biodiversidad es tan alta que el 20% de las especies de aves del mundo se puede hallar en su selva, cifra que sube al 50% en el caso de las plantas.
Hoy esa riqueza está desapareciendo rápidamente, producto de la búsqueda de nuevas tierras para labores mineras y agrícolas. Datos satelitales del Instituto Nacional de Investigación Espacial de Brasil (INPE) muestran que, en 2019, la deforestación en la región amazónica de ese país creció 85 por ciento hasta completar casi 10 mil kilómetros cuadrados, un área similar a la del Líbano. Este año la tendencia sigue alza, porque entre enero y abril se erradicaron 1.202 kilómetros cuadros, un récord para los primeros cuatro meses del año.
La destrucción de los bosques no sólo amenaza con incentivar aún más el cambio climático, sino que también podría convertir al Amazonas en la siguiente cuna de origen de una pandemia. ¿La razón? El imparable avance de las urbanizaciones que terminan invadiendo hábitats animales que hasta ahora habían permanecido casi prístinos, lo que a su vez podría favorecer la aparición de enfermedades zoonóticas, es decir, aquellas que pasan de animales a humanos.
De hecho ese es el origen más probable para la actual crisis de Covid-19: el coronavirus se habría originado en murciélagos antes de pasar a humanos, ya sea a través de contacto directo o mediante la mediación de alguna de las múltiples especies exóticas que hasta hace unos meses se vendían en los mercados de la ciudad china de Wuhan, donde partió la crisis sanitaria.
No es un escenario demasiado irreal si se considera que de las cerca de 400 enfermedades infecciosas emergentes que han sido identificadas desde 1940, más del 60% ha tenido su origen en animales como cerdos, murciélagos y otras criaturas.
El ecólogo brasileño David Lapola (38 años) es uno de los investigadores que ha dado la voz de alerta sobre el peligro latente que yace en el Amazonas. Este académico de la Universidad de Campinas y doctor en modelamiento de sistemas terrestres del Instituto Max Planck en Alemania, cuenta que su fascinación con la región partió hace casi dos décadas: “Hablando francamente, fue la impresión que sentí la primera vez que fui al Amazonas, hace unos 18 años. Eso fue lo que me estimuló a estudiar y a preocuparme por el futuro del bosque”.
-¿Es correcto afirmar que la zona del Amazonas es un gran reservorio de virus?, ¿Esa región podría ser el origen de una futura pandemia?
- La selva amazónica es tan rica en virus como lo es en especies de murciélagos, plantas y animales en general. Lo mismo pasa con los bosques como los que existen en la cuenca del Congo y en el Sudeste de Asia. Existen estudios que muestran que la diversidad de tipos de coronavirus se relaciona bastante con la diversidad de murciélagos. El bosque del Amazonas es, de hecho, el lugar de la Tierra con la más alta diversidad de murciélagos y, por tanto, la mayor diversidad de tipos de coronavirus. Otros miles de patógenos que no son coronavirus infectan a las poblaciones nativas de animales en la selva, pero eso no significa que se producirá un brote pronto. Por ejemplo, en el caso de los murciélagos parece que la propagación de virus a otras especies, incluidos los humanos, ocurre de manera más frecuente cuando ciertas familias de murciélagos están presentes. En su mayoría, esas familias están ausentes en la cuenca del Amazonas, lo cual probablemente explica porque no se haya producido ningún brote del tipo coronavirus en el pasado”.
Sin embargo, advierte Lapola, sí hay que tener en consideración el Amazonas sí es “un gran reservorio de virus, al igual de que insectos, hongos, pájaros, mamíferos” y árboles. “La explicación de por qué tenemos tantos virus es la misma que explica por qué tenemos tantas especies de seres vivos que viven ahí: las zonas tropicales son, en cuanto a tiempos geológicos, regiones bastante estables en términos de clima, lo que permite que la vida prospere casi sin ser perturbada a través de extensos horizontes de tiempo. No creo que hoy tengamos suficiente conocimiento y comprensión del proceso de propagación de los virus para afirmar que la siguiente pandemia vendrá del Amazonas. La baja densidad poblacional conspira contra ese escenario, pero las continuas perturbaciones ecológicas a gran escala, ya sea a través de la deforestación, la tala selectiva, los incendios o incluso el cambio climático ciertamente aumentan las probabilidades de que ocurra un brote de alguna enfermedad”, explica el investigador.
Si bien la densidad de humanos en toda la zona es baja, de todas maneras la población no es menor: 33 millones de personas. Además, según cálculos de la Universidad Lancaster y la organización Sustainable Amazon Network en el área aproximada de una cancha de fútbol es posible encontrar 160 especies de aves, 310 tipos de árboles, mil millones de invertebrados y 33 especies de anfibios. Es en ese ambiente donde los científicos han hecho descubrimientos sorprendentes: en 2014, por ejemplo, el diario Folha de Sao Paulo dio cuenta del hallazgo en el Río Negro, uno de los mayores tributarios del Amazonas, del virus de mayor tamaño descubierto en Brasil.
“Es un parásito microscópico. Quizás no suene muy grande, pero hablando en términos relativos, el virus es más grande e incluso más complejo en términos de ADN que algunas bacterias. Conocido como SMBV, o simplemente virus Samba, fue hallado por investigadores de la Universidad Federal de Minas Gerais, junto con colegas franceses. El hallazgo es importante, tanto en términos de salud humana –ya que los virus gigantes como el Samba pueden ser capaces de causar neumonía- como en términos de entender más sobre la naturaleza de los virus”, señalaba la publicación.
-¿Se han encontrado animales que porten virus en el Amazonas?
- Básicamente, todos los animales portan virus en su sangre, aunque en general estos virus no causan ninguna enfermedad en ellos ya que han evolucionado lenta y conjuntamente con estos animales. No tenemos suficiente conocimiento para predecir de qué animal provendrá la siguiente pandemia. Los buenos candidatos son aquellos que tienen hábitos gregarios y un gran rango de movimiento, como los murciélagos. Pero ellos no son los culpables; por favor no salgan a matarlos. Sí lo son las perturbaciones ecológicas generadas por el hombre que rompen las cadenas tróficas (alimentarias), lo que a su vez desestabiliza las comunidades animales nativas”.
Un asunto de Estado
Brasil alberga más del 60 por ciento de la superficie del Amazonas y hoy también es el epicentro de la pandemia en América Latina: hasta el lunes, sumaba 370 mil casos y más de 23 mil muertes producto del Covid-19. Las críticas por estas cifras apuntan al manejo del presidente Jair Bolsonaro, quien desde que asumió el mando a mediados del año pasado también se ha mostrado como un escéptico del cambio climático y un partidario de abrir el uso de tierras hasta ahora protegidas para su explotación minera y agrícola.
Si bien el mandatario desplegó el Ejército para combatir los incendios y la deforestación que siguen arrasando la selva amazónica, el Instituto Brasileño de Ambiente y Recursos Naturales Renovables (Ibama) ha sufrido recortes de personal y de recursos. En abril, el gobierno despidió a su agente ambiental más importante, luego de que él autorizara una redada contra mineros ilegales que fue transmitida por televisión. Este patrón de destrucción ambiental, dice Lapolas, es similar al que ha propiciado los distintos brotes de patologías como el Ébola y el dengue.
“Debemos dejar que nuestros niños vean y vivan el tesoro biológico más valioso del mundo”.
David Lapola
-¿Cuál es el estado actual de deterioro del Amazonas?, ¿La gente y el gobierno en Brasil tiene conciencia del desequilibrio ecológico que se está generando?
- De hecho, la deforestación registrada en la Amazonia brasileña durante 2019 fue un poco menor a 10 mil kilómetros cuadrados. Dicho eso, un conteo preliminar del INPE muestra que este año la deforestación va a superar esa cifra. El gobierno ha reaccionado hasta cierto punto frente a estas alarmantes noticias, enviando soldados para liderar las operaciones de comando y control contra la deforestación en el área. La temporada seca, que es cuando la deforestación alcanza su peak, aún no llega. Así que sólo los números que tengamos a final de año nos dirán si esta intervención de los militares fue efectiva o no. Pero enviar al Ejército a hacer el trabajo que legalmente es una atribución del IBAMA es una señal clara de fracaso y colapso de las instituciones en Brasil.
-¿Qué espera para el futuro en términos de la protección del Amazonas?, ¿Cuál es la principal lección de esta pandemia en términos de nuestra relación con la naturaleza y los animales?
- No tengo ninguna duda al responder esto. Debemos aprender maneras más inteligentes de relacionarnos con el bosque, a través de una bioeconomía sustentable de alta tecnología, basada en los enormes recursos genéticos que tiene, y también refundando nuestras relaciones culturales con el bosque. Somos un país selvático pero nuestro pueblo no se ve a sí misma como gente del bosque. Nuestro arte y maneras de ser apenas reflejan nuestra biodiversidad. Debemos dejar que nuestros niños vean y vivan el tesoro biológico más valioso del mundo. Al lograr eso, aumentamos las posibilidades de que la siguiente generación preserve el bosque más que nosotros.