¿Es legítimo tomarse un año sabático después de la PSU?

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Cuando debes hacer una elección y no la haces, esto ya es una elección (William James).


Tras meses de trabajo con Matías, éste me dijo -a pocas de semanas de rendir la PSU- que había llegado a la conclusión que lo mejor que podía hacer era tomarse un año sabático. Tuve que esconder mi sorpresa y desconcierto, pues hasta ese momento, Matías se debatía entre estudiar arquitectura o ingeniería civil.

Desde niño, había soñado con ser parte en la construcción de grandes estructuras y sesión tras sesión veíamos los pro y los contra de aproximarse a este sueño desde una u otra carrera. En varias oportunidades me había compartido sus reflexiones en torno a las distintas mallas de las universidades de su interés y había tenido apasionadas y a veces acaloradas conversaciones con su padre sobre su futuro profesional.

Matías, con apenas 18 años, era un cliente extremadamente metódico, responsable y puntual, por lo que no pudo dejar de llamar mi atención cuando empezó a solicitarme cambios de hora y de día por "imprevistos". Tras acceder a varios de ellos, le hice ver que me llamaba la atención este repentino cambio y con una sonrisa me confesó que estaba saliendo con una compañera del preuniversitario.

A la semana siguiente tuve la oportunidad de conocer a Emilia, ya que para no pedirme más cambios de hora, Matías empezó a venir con ella, pues -en sus palabras- les costaba despegarse. Así, mientras yo entraba estaba en consulta con mi cliente, Emilia lo esperaba afuera con una Lonely Planet entre sus manos. Y nada más empezar, Matías me dijo algo así:

"Mira Seba, el trabajo contigo ha sido súper importante para mí y ayudó mucho a que mi papá se tranquilizara y me dejara de presionar, pero ahora me di cuenta algo que le había escuchado a muchos compañeros: la PSU no es lo más importante, no se te va la vida si la das ahora o después y he decidido que si no puedo irme con Emilia este año a recorrer Europa, al menos quiero pasar el máximo de tiempo posible con ella antes de que parta. Es lo mínimo que puedo hacer".

Debo reconocer que Matías se veía feliz y que me equivoqué al suponer que atravesaba un desajuste momentáneo del que se "iba a recuperar", pues cuando me dijo que estaba pensando hablar con sus padres para tomarse el próximo año, caí en la cuenta de que estaba frente a un hombre enamorado.

El amor le había dado el valor… de enfrentar a sus padres…

Para contrarrestar mi sorpresa, tomé La Máquina de las Emociones, pues recordaba que Marvin Minsky tenía un capítulo dedicado a los enamorados, donde nada más partir, William Shakespeare señala que "en verdad, no te amo con mis ojos, pues ellos perciben en ti mil defectos; es mi corazón quien ama lo que mis ojos desdeñan".

En sesión literalmente los problemas pasaron de la cabeza al corazón y el discurso de Matías pasó de hablar sobre la difícil elección de carrera, a ensoñaciones sobre un año de vida errante y descargos contra unos padres que, a sus ojos, lo habían engañado.

Desde su nueva comprensión, de no ser por Emilia, él jamás se habría dado cuenta que sus padres, el colegio y el preuniversitario… velaban por sus propios intereses… y no por los de él… Ahora que había despertado, la única salida era viajar y descubrir quién era uno y ahí, una vez fuera del sistema, buscar y descubrir lo que uno quiere. Y esto no necesariamente implica volver a la universidad.

En cuestión de semanas, Matías había descubierto -o realizado- una gran construcción mental. Una teoría del mundo, de sus padres y de Emilia que lo llenaban de una inusitada energía y una fuerza que aparentemente sus padres no sabían cómo contener. Y debo confesar, que tras una agotadora sesión de desahogo contra el sistema, me quedé rendido en mi sofá y agarré El árbol del Vivir de Humberto Maturana y Ximena Dávila, en busca de apoyo moral.

Escuchemos al doctor:

"Si nos apegamos a esa teoría de manera consciente o inconsciente y nos encontramos amarrados a ella, nos negamos la posibilidad de reflexionar sobre los fundamentos que, supuestamente, le dan validez. Generamos, por lo tanto, un mundo o sistema de pensamiento fanático, fundamentalista o delirante que constituye un vivir destructivo de cualquier posibilidad de reflexionar, individual o colectivo, en él".

Pasó una semana y nada más abrir la puerta, me encontré -como ya era costumbre- a Emilia y Matías de la mano. Nada más sentarse, Emilia se sumergía en su Lonely Planet, y Matías pasaba a mi consulta. En esta oportunidad, me contó que habían estado toda la semana planeando viajes, sacando cuentas y viendo cómo se iban a conseguir la plata, pues ambos tenían claro que sus padres no les iban a financiar todo el año y querían ver con ellos que la plata que no gasten en la universidad… se las pasaran a ellos…

Todo era entusiasmo y felicidad, por lo que, contrariado, me hundí en el sofá, abrí el libro de Minsky y leí lo que el físico teórico norteamericano, Richard Feynman, dijo al recibir el premio Nobel en 1966:

"Ese fue el comienzo, y la idea me pareció tan obvia que me enamoré profundamente de ella. Como cuando nos enamoramos de una mujer, esto solo es posible si no sabemos demasiado sobre ella, de tal modo que no podamos ver sus defectos. Los defectos se harán visibles más tarde, pero esto será después, cuando el amor es ya suficientemente fuerte para tenernos aferrados a ella. Así pues, me aferré a esta teoría, a pesar de todas las dificultades, con un entusiasmo juvenil".

Cerré el libro y me di cuenta que Matías no solo se había enamorado de Emilia, sino de la idea del año sabático, pues ahora, en sus propias palabras, todo encajaba. Como comentarista deportivo de día lunes, Matías revisaba nuestro trabajo hacia atrás con la certeza de que todo pasa… porque tiene que pasar…

"Ahora me hace sentido mi indecisión, pues hasta conocer a Emilia, no me quería comprometer con ninguna carrera y es por ello que pasaba de una a otra semana a semana. Me alegra no haber tomado ninguna decisión, pues Emilia tiene toda la razón al decirme que nos falta mucho mundo, mucho viaje y muchas personas por conocer antes de tomar una decisión tan importante".

Los padres de Matías no tardaron en llamarme al descubrir que su hijo había dejado de ir al preuniversitario y al confrontarlo éste les había dicho, a los gritos, que no estaba dispuesto a entrar a la universidad el próximo año.

Asustados, me pidieron recibirlos y tras conversarlo con Matías, llegaron dos adultos totalmente desconcertados, pues en cuestión de semanas su hijo había abandonado el preuniversitario, se pasaba las tardes y hasta las noches fuera de casa y les había exigido apoyarlo emocional y económicamente, pues según él, esta era la primera vez que él hacía algo para sí mismo.

Fue una sesión extremadamente difícil, pues los padres de Matías no sabían dónde estaban parados, pues hasta el huracán Emilia, su hijo nunca les había dado mayores problemas y jamás se imaginaron que a semanas de la PSU, todo iba a cambiar. Les pedí paciencia y les dije que aún faltaban semanas cruciales y que así como todo había cambiado de un momento para otro, ¿por qué no pensar que podía volver a pasar lo mismo?

Con una mínima esperanza se fueron de mi consulta. Abrí la ventana y volví a agarrar La máquina de las emociones, pues acá Albert Einstein, ya en 1950, nos recordaba que "en todo lo que hacemos, estamos gobernados por impulsos; y esos impulsos están organizados de tal manera que, en general, nuestras acciones sirvan para nuestra conservación de la especie. El hambre, el amor, el dolor y el temor son algunas de esas fuerzas internas que gobiernan el instinto individual de autoconservación".

Evidentemente… no pude dejar de preguntarme qué es lo que Matías quería conservarpostergando un año sus estudios universitarios y viajando por Europa con una mujer que conoció poco más de un mes atrás… pero todas mis divagaciones se esfumaron cuando Emilia descubrió que sus padres habían alentado su viaje a Europa… para separarse en su ausencia…

En ese momento creí que los planes sabáticos de Matías habían finalizado, pero nuevamente estaba equivocado, pues mi cliente estaba dispuesto a realizar este viaje con Emilia o acompañarla en lo que ella necesitara el próximo año.

Este último impasse, fue el empujón final para Matías, quien en los últimos días antes de la PSU se puso de cabeza a estudiar, sabiendo que los resultados de este año, le servían para postular en los próximos dos años. En sus palabras, le fue increíblemente bien y sin esperar los resultados, tomó un avión rumbo a Madrid con Emilia.

Sus padres, si bien estaban más agotados que asustados, reconocieron que al final lo dejaron ir y lo apoyaron económicamente, porque ya no podían seguir dando la pelea y pidieron, en nuestro último encuentro del año, mantener el contacto con Matías.

Dos meses después recibí su primer whastapp. Fue breve:

"Seba, quedó la cagada. ¿Podemos hablar?

Continuará…

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