Durante las videollamadas, muchas personas reconocen sentirse atrapadas en un lugar para poder permanecer a la vista de la cámara web, lo que aumenta sus niveles de estrés.
Muchas de las actuales aplicaciones para realizar videoconferencia muestran de forma predeterminada a los usuarios en su propia ventana de video, y los investigadores encontraron que esta reflexión constante en tiempo real puede causar lo que se conoce como ansiedad por el espejo. Esta condición es una timidez estresante que causa distracciones y que se ha relacionado con un aumento de la ansiedad y de depresión.
Son algunas de las conclusiones que arrojó un estudio realizado por Géraldine Fauville, experta en realidad virtual y comunicación en la Universidad de Gotemburgo en Suecia, que investigó cómo las aplicaciones para realizar videollamadas, que se han convertido en las plataformas predeterminadas para la interacción humana socialmente distanciada, están afectando la salud mental de las personas, y que algunos ya han apodado “fatiga de Zoom“.
La nueva investigación ofrece algunas de las primeras conclusiones respaldadas con datos sobre esta fatiga y entrega varias explicaciones de las causas. También muestra que su incidencia no se distribuye por igual. En una encuesta amás de 10.000 personas, descrita en línea en la plataforma de intercambio de investigaciones conocida como SSRN, las mujeres informaron experimentar en promedio aproximadamente un 13,8% más de fatiga de Zoom que los hombres.
Fauville, experta en realidad virtual y comunicación, dijo que una función de la ciencia es ayudar a identificar este tipo de desigualdades, “y luego, basándose en la ciencia, la sociedad y las empresas pueden utilizar eso conocimientos para abordar estos problemas“.
De acuerdo a su estudio, los días largos y llenos de teleconferencias y con pocos descansos pueden causar fatiga de Zoom. El video de uno mismo, la multitud de caras en la pantalla, la expectativa de permanecer a la vista de la cámara y la falta de señales no verbales también ponen a prueba el cerebro.
No hay duda de que el trabajo remoto tiene sus ventajas: la ausencia de desplazamientos a la oficina, flexibilidad para realizar las tareas del hogar y fácil acceso a conferencias para todos los trabajadores, incluidos los que tienen discapacidades. El teletrabajo incluso también ha permitido realizar labores críticas relacionadas con la pandemia.
Primeras investigaciones
Apenas el teletrabajo comenzó a globalizarse, científicos, psicólogos y psiquiatras especializados en relaciones entre los humanos y la tecnología comenzaron a estudiar el fenómeno y ver las consecuencias de este tipo de videollamadas.
Primero crearon una herramienta para medir la fatiga, a la que llamaron Escala de Agotamiento y Fatiga del Zoom, o ZEF (por su sigla en inglés). Luego, crearon una encuesta pública y recopilaron más de 10.000 respuestas en la que midieron los niveles de agotamiento de algunos usuarios en la escala ZEF, junto con estadísticas sobre cuánto tiempo pasa cada persona en Zoom e información demográfica.
Los datos confirmaron lo que muchos expertos ya habían sospechado: pasar más tiempo en videollamadas, con menos pausas entre cada llamada, provocará más fatiga de Zoom. Los resultados también identificaron cuatro factores con los que los teletrabajadores tienen que lidiar cuando utilizan la videoconferencia.
En primer lugar, la falta de señales no verbales es estresante porque las personas no pueden transmitir o interpretar de forma natural los gestos y el lenguaje corporal cuando solo se ven los hombros y la cabeza del resto de las personas que participan de la reunión.
Las personas, dice la investigación, pueden compensar exagerando sus propios gestos, levantando dramáticamente un pulgar hacia arriba, mientras al mismo tiempo tratan de entender el estado de ánimo de sus compañeros.
Por último, el documento describe una sensación intensa e incómoda, mientras otras personas en la reunión te están mirando, porque la pantalla de videoconferencia muestra a todos mirando hacia sus cámaras sin importar en quién estén enfocados. Es incluso peor en las reuniones cara a cara, cuando el rostro de su colega aparece tan grande en la pantalla, es como si estuviera a menos de un metro de distancia.
“El cerebro percibe este tipo de proximidad física imitada por la videoconferencia como una situación que conduciría al apareamiento o a una pelea”, dijo Fauville citada por el sitio web de National Geographic. “Esto es muy intenso para el cerebro”, agregó.
Mujeres más agobiadas
Según la investigación de Fauville, las mujeres dedicaban más tiempo al día a estas reuniones virtuales, con pausas más breves entre ellas, que los hombres. También confidenciaron mayores niveles de ansiedad frente al espejo y se sintieron más “atrapadas” por estas videollamadas, los dos predictores más fuertes de un alto grado de fatiga de Zoom.
“Investigadores anteriores han demostrado que [la ansiedad frente al espejo] parece aplicarse más a las mujeres que a los hombres. Esa es también una de las razones por las que decidimos considerar el género“, dijo Fauville. Respecto a las razones de por qué las mujeres se sienten más incomodas durante las videoconferencias, la experta señaló que “no lo sabemos. Y es como el siguiente paso, comprender las raíces de estos mecanismos“.
La encuesta también mostró que las personas de color tendían a reportar una mayor fatiga de Zoom que las personas blancas, aunque el efecto es mucho menor que la diferencia explicada por género.
De hecho y pese a las dificultades que descubrió la investigación, el estudio también señala que hay mucha gente que está preocupada por lo que podría suceder cuando las restricciones desaparezcan y las personas deban volver a trabajar en persona nuevamente. Y este regreso a la normalidad, a algunos les causa temor y ansiedad.
Soluciones futuras
Según la investigación, para el futuro, los empleadores deberían adoptar un enfoque híbrido cuando sea seguro regresar al trabajo presencial, permitiendo que algunas personas asistan físicamente a las reuniones mientras que otras se unan por video o por teléfono.
De hecho, la propia investigadora adoptó algunas soluciones prácticas para minimizar esta fátiga: compró un escritorio de pie para reducir la sensación de estar atrapado al permitir un movimiento más natural mientras realiza las videollamadas.
Además, y para reducir la fatiga visual, que es un efecto medible de la fatiga de Zoom en la escala ZEF, sugiere el uso de un filtro naranja en su pantalla.
Pero Fauville enfatiza que “la responsabilidad de abordar la fatiga de Zoom no debe recaer en las personas, ya que eso podría intensificar la inequidad”. En cambio, propone que sean los empleadores los que desarrollen políticas estándar que protejan a todos de la fatiga de Zoom.
Sugiere, por ejemplo, designar al menos un día a la semana sin videollamadas, exigir pausas de al menos 10 minutos entre reuniones o considerar cuidadosamente qué aplicaciones tecnológicas usar para una reunión. A veces, la videoconferencia es la mejor, porque ofrece subtítulos automáticos, uso compartido de pantalla o presencia social. Pero a menudo, una llamada telefónica, un mensaje de texto o un correo electrónico serán suficientes y no es necesario hacer una reunión virtual.
También pide que las empresas de videoconferencia puedan mejorar sus configuraciones para reducir la “fatiga de Zoom”.
Jeremy Bailenson, autor principal del estudio SSRN y director fundador del Laboratorio Virtual de Interacción Humana de la Universidad de Stanford, compara la incomidad que generan estas reuniones con la incomodidad del ascensor, donde se rompen las normas no escritas sobre la distancia que se deben mantener con gente extraña y la reacción natural que nos hace desviar la mirada para minimizar el contacto visual y compensar ese exceso de cercanía. “En Zoom sucede lo contrario. En una reunión normal, independientemente de quién esté hablando, cada persona está mirando directamente a los ojos de los otros”, dijo en un artículo de El País.
Bailenson, citado también el artículo de National Geographic, señaló que este tipo de reuniones virtuales es un salto en el futuro de 10 años, pero que aún así cree que la sociedad está preparada para ellas.