Después de cinco meses de la llegada del Covid-19 a Chile, es natural preguntarnos por qué la emergencia se está extendiendo tanto tiempo. Una respuesta breve podría ser: por falta de ciencia. Con más inversión en ciencia tal vez ya tendríamos una vacuna. Con más inversión en ciencia podríamos, incluso, tener una vacuna chilena y no esperar una que venga de otro país.

Con más inversión en ciencia es muy posible que la pandemia ya estaría superada, podríamos salir de nuestros encierros, retomar nuestras actividades y nuestras vidas. No las vidas que conducíamos antes, porque con más inversión en ciencia, seguramente, todos podríamos aprender a vivir mejor que antes, ya que, por cierto, la ciencia tiene un rol central en mejorar nuestra calidad de vida y nuestra interacción con la realidad. Una mayor inversión en ella permitiría generar conocimientos y herramientas para enfrentar posibles emergencias de manera más rápida y efectiva.

Esto, por sí solo, justifica la necesidad de aumentar la presencia de la ciencia en el presupuesto nacional, en la educación, en los medios. Sin embargo, fomentar un mayor conocimiento científico en nuestra sociedad va mucho más allá de generar soluciones prácticas a problemas puntuales.

Para entender por qué deberíamos darle más importancia, es útil mirar a los orígenes de nuestra civilización. Si bien se habla de revolución científica de los siglos XVI - XVII (la de Copérnico, de Newton, de Descartes entre otros), los fundamentos del pensamiento científico surgieron mucho antes. Precisamente en el momento en que se comenzaron a buscar explicaciones de los fenómenos naturales en la misma naturaleza, en lugar de acudir al ámbito divino y sobrenatural.

Isaac Newton.

Esto ocurrió en el mundo griego a partir del siglo VI a.C. en el marco de lo que podríamos definir como primer humanismo; un momento de gran apertura cultural, social y económica, que tenía como centro las emergentes “polis”, pequeños y dinámicos núcleos, donde ciudadanos libres dieron vida a un nuevo ordenamiento político, la democracia, y al pensamiento critico, elemento fundamental de la ciencia y de la vida civil.

Una de las primeras obras científicas modernas, el Diálogo sobre los dos máximos sistemas del mundo escrito por Galileo Galilei en 1632, nos presenta tres personajes que debaten animosamente y con riqueza de argumentos para llegar a establecer “la verdad”, o la mejor aproximación a ella. Uno de ellos, Salviati, defiende el sistema Copernicano (heliocéntrico), otro, Simplicio, está a favor de la tradición Aristotélica y del sistema Tolemaico (geocéntrico), un tercero, Sagredo, representa el hombre nuevo animado por el deseo de entender.

Es muy significativo que Galileo ocupe el formato literario del diálogo, que justamente se remonta a la filosofía griega, para difundir una visión del mundo y un método de investigación nuevos. En la obra cobran vida los elementos fundamentales del método científico: el examen de todas las evidencias disponibles, la argumentación racional, la comparación abierta entre puntos de vista e interpretaciones distintas. “La experiencia y la razón me satisfacen por completo” indica Sagredo.

Por lo tanto, un procedimiento opuesto a la aceptación pasiva de supuestas verdades cristalizadas e incuestionables fundadas en la autoridad de sabios antiguos.

Ya Francis Bacon y René Descartes se habían opuesto decididamente a ese principio de autoridad, lo que, sin embargo, no evitó, como es sabido, que la obra de Galileo fuera condenada por las autoridades eclesiásticas de la época, con consecuencias bastante desagradables para su autor y para el posterior desarrollo del conocimiento.

Galileo Galilei.

La ciencia florece cuando existe diálogo y libertad de pensamiento, por lo contrario marchita bajo la autoridad de verdades impuestas como absolutas e indiscutibles. Entonces, la ciencia, además de un gran numero de soluciones a problemas prácticos, nos ofrece también una actitud, un método para enfrentar la realidad. Requiere del pensamiento critico, racional, libre e independiente, requiere de la capacidad de elaborar información, formular juicios propios y dialogar a la luz de la razón.

En una entrevista del programa La Belleza de Pensar, Alejandro Jodorowsky se refiere a la razón como a un barquito que navega en el inmenso océano de lo irracional y de la locura. Es una metáfora que expresa bien la necesidad de aferrarnos a la razón. Y no es solo por encontrar una vacuna contra enfermedades, la ciencia también puede contribuir a formar personas informadas, responsables, conscientes, capaces de enfrentar racionalmente los problemas y de asumir comportamientos constructivos en pos del bien común. Entonces, para que la próxima emergencia global no sea eterna, invertir más en ciencia podría ser una buena opción.

* Académico del Centro UC de Astro Ingeniería, Escuela de Ingeniería UC