A mediados de junio asistí a un encuentro de la Asamblea General de las Naciones Unidas sobre los impactos del aumento del nivel del mar en las comunidades costeras del orbe. Una cita online de cinco días con representantes de países ribereños tan disímiles como Madagascar, Noruega y Micronesia. Entre gente de ciencia, diplomáticos y funcionarios de unas 59 naciones liderados por el Embajador de Tonga, se abordaron temas emergentes que cubren desde la física más pura del cambio climático, al problema de las migraciones transcontinentales, entre otros. Los mensajes que caben en esta columna son pocos, pero urgentes.
Desde la arista más científica, los investigadores se han esforzado por extender los escenarios de cambio climático para delinear un futuro esquivo. Estos escenarios buscan definir variables primarias pero de impacto global, como la temperatura atmosférica, a otras más específicas, como la intensidad de las marejadas que afectan a los países ribereños.
Así, los escenarios vigentes desde la publicación del Quinto Informe del IPCC en 2013 (Representative Concentration Pathways, RCP), migrarán a nuevos escenarios (Shared Socioeconomic Pathways, SSP), que vinculan las concentraciones de gases de efecto invernadero con una variedad de políticas climáticas. Estos nuevos escenarios, que cubren una amplia gama de futuros –según nos portemos bien o mal en términos de sostenibilidad y colaboración internacional– se estrenarán con el sexto informe que verá la luz en 2022.
El evaluar una amplia gama de “futuros” se basa en el hecho de que el clima es un sistema esencialmente caótico, cuya evolución no es predecible, pues depende –además de la física, química y biología–, de las posibles formas en que, como sociedad de consumo y descarte, tratemos de abordar el problema del cambio climático. Estos nuevos escenarios seguramente nos darán una mirada más profunda sobre la cual definir medidas de mitigación, orientadas a reducir los gases de efecto invernadero, y adaptación de los sistemas naturales y humanos.
Hay preocupación por cómo evolucionará la dinámica de eventos extremos como las huracanes, sequías, ondas de calor y marejadas. Según informa la doctora Zita Sebesvari de la United Nations University, aquellas inundaciones costeras que históricamente sucedían solo cada 100 años tendrán una recurrencia anual cuando el siglo comience a despedirse. Algo de ello hemos visto en nuestras costas, luego de estudios que anticipan que el sobrepaso de agua sobre estructuras como la Avenida del Mar, en La Serena, será cada vez más intenso y frecuentes en el futuro.
Me pregunto cómo responderán ciudades ubicadas en campos dunares cuando el aumento de la salinidad y del nivel del mar amenacen la estabilidad de las estructuras construidas en tiempos en que la normativa estructural era más laxa y la tecnología más rudimentaria. ¿No será que casos como el derrumbe del edificio de Miami –que colapsó por causas aún inciertas– o la reubicación de megaciudades como Jakarta por un monto estimado de 40 billones de dólares, sean inevitables con el tiempo?
El alcance de estos fenómenos, no obstante, excede al ambiente construido. Una elocuente Madeleine Garlick nos anticipa, desde su puesto de asesora legal en Reino Unido, que las migraciones transfronterizas debidas al aumento del nivel del mar ocurren “as we speak”, mientras dialogamos en nuestros mullidos asientos de casa. Y este fenómeno abre grandes brechas no cubiertas a la fecha en material legal.
La pérdida de territorio y las inundaciones cada día más recurrentes están creando personas migrantes y apátridas, cuyo trato aún no está claramente definido en la Convención de la Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar de 1982 (UNCLOS). El hecho de que la línea de costa retroceda o eventualmente desaparezca, como en algunos estados Isla como Tuvalu o Kiribati, también desafía el orden establecido en materia de límites fronterizos. Sin tener conocimiento alguno de la ley, percibo de los asesores legales que estos son puntos urgentes, que se suman a otros como la equidad geográfica, la protección internacional y la igualdad de género en el contexto de las futuras migraciones.
En este foro internacional, creo vale la pena destacar la calidad de laboratorio natural que constituye Chile. Si ánimos chauvinistas, tenemos ciertos atributos que pueden servir para anticiparnos a lo que viene. Nuestro territorio se caracteriza por climas que van desde la región más árida en todo el mundo hasta el frío de la Patagonia. Sus más de 4200 km lineales, modelados por una tectónica endiablada, produce grandes terremotos y tsunamis que, junto con el aumento del nivel del mar y las marejadas, proporcionan condiciones únicas para investigar los impactos en los sistemas humanos y naturales.
El hundimiento de unos dos metros que experimentó la costa Valdiviana tras el terremoto de 1960 puede servir para visualizar imágenes futuras de territorios inundados. Así como Maullín pasó de tener un río a un estuario salino y sus habitantes cosechan el pelillo hoy en día, los campesinos de Bangladesh hacen esfuerzos por migrar del cultivo del arroz a la acuicultura del camarón y la langosta, ante un inminente avance de las aguas salinas.
Sus científicos monitorean el cultivo conjunto de camarones, peces y arroz en el gran delta del Río Meghna, ante el esperable aumento del nivel del mar en el Golfo de Bengala. También se ha ensayado el cultivo de vegetales en pequeños islotes flotantes o el uso de plantas halófitas, que serán menos vulnerables al aumento del nivel del mar. En lugares como Venecia, en contraste, se han invertido 7000 millones de euros para proteger la ciudad de las inundaciones durante el aqua alta. Y este es unos de los pocos ejemplos donde las inversiones son solo abordables por un puñado de países desarrollados.
El peso de esta evidencia llama a la urgente necesidad de fortalecer la implementación de medidas de mitigación y adaptación. Y según el bueno de Robert Nicholls, reconocido investigador del IPCC cuyas palabras tocaron la tecla de este piano, debiéramos concebir a la adaptación como un proceso cíclico, incesante y colectivo. Así, medidas como restaurar un humedal, levantar un muro costero o limitar la densidad de uso en zonas inundables, no serán eternas, sino que necesitarán modificaciones cuando las fuerzas del océano sean más extremas. En una costa tectónicamente activa sometida a las inclemencias del cambio climático costero, está en nosotros encontrar aquellas soluciones. La suerte está echada y depende de nosotros el cómo hacerlo.
*Académico Escuela Ingeniería Civil Oceánica Universidad de Valparaiso e investigador Cigiden