Bitácora de un científico en la Antártica: Ciudad Paraíso

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La complejidad de estudiar las aguas costeras antárticas es múltiple. Por un lado, la climatología es desafiante y cambiante. Mientras que, por otro lado, a veces, nuestras actividades científicas se ven relegadas frente a las necesidades logísticas.

Terminamos la semana anterior con una ventana de buen tiempo que aprovechamos para tomar muestras por tercera vez durante la misma semana. Para nosotros esta continuidad es importante: nos permite registrar como cambian los organismos que viven en las aguas de bahía Fildes y su rol a medida que avanzamos hacia el verano. A pesar de las dificultades estoy satisfecho con esta semana, pero como dije las victorias por estas latitudes suelen ser pírricas y de corta duración.

Tras realizar tres muestreos, nos hemos visto obligados a estar sin trabajar en el mar durante siete días, debido a que las condiciones climáticas no han sido propicias. Además, por desgracia el único momento viable para trabajar en el mar no lo pudimos aprovechar pues los boteros y el bote estaban ocupados en una maniobra de abastecimiento para la base. Por fortuna, este domingo Eolo se apiadado momentáneamente de nosotros y pudimos regresar al mar justo una semana después de nuestra última salida. Las condiciones fueron las mejores desde que llegamos. Y no me malinterpreten: hacía frío y nos nevó encima de nuestros cuerpos durante buena parte del tiempo, pero nuestro enemigo es el viento. El frío o la nieve poco importan en comparación con el viento, y la tarde de este domingo fue el día menos ventoso desde que llegamos.

Sienta bien mojar las escamas después de una semana en el laboratorio, y más cuando uno tiene la fortuna de cruzarse con ballenas. En nuestro caso fue un grupo de unas seis u ocho ballenas jorobadas que realizaban su paseo dominical por las aguas de bahía Fildes con la tranquilidad de quien está en paz con el universo y se sabe a salvo de cualquier peligro.

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Una de las seis ballenas que logramos avistar. Foto: Juan Höfer

Para mí ver cómo nadan parsimoniosamente estos leviatanes vivientes es un verdadero momento zen. Aunque pueda sonar increíble, por puro capricho de la diosa Fortuna a través de nuestro parlante sonaba la canción Paradise City mientras la familia de cetáceos pasaba a escasos metros de nuestro pequeño bote. Y de verdad que lo sentí como un pequeño paraíso en la tierra. No nos engañemos, ver nadar ballenas a unos 10 metros mientras nieva sobre uno en una bahía rodeada por glaciares es una de las ventajas de salir al mar en estas latitudes, aunque eso conlleve pasar frío y congelarse las manos más veces de lo recomendable.

De hecho, por un breve momento (había que seguir con nuestro trabajo después de todo) se nos olvidó el frío o la nieve que se acumulaba tímidamente en nuestra ropa. Creo que lo efímero del momento le aportó un extra de belleza y significación, pero evitó que pudiese obtener una mejor imagen con la que ilustrar este texto.

La ballena
La ballena frente a nuestros ojos. Foto: Juan Höfer

Pero a diferencia de la familia de cetáceos, no habíamos salido a pasear. Así que tras este breve y afortunado encuentro proseguimos con nuestro trabajo para terminar con la toma de datos. Luego regresamos al laboratorio donde procesamos las muestras y filtramos litros y litros de agua.

Terminamos cenando cerca de la media noche aún con una sonrisa en la cara (efectos secundarios de remojar a un oceanógrafo). A veces es frustrante trabajar en estas latitudes, como esta semana, pero otras veces tenemos la suerte de poder trabajar y disfrutar, como hoy.

Mañana limpiaremos y prepararemos todo el material para el siguiente muestreo, Eolo mediante, y mientras esperamos ese ansiado momento comenzaremos con los primeros análisis exploratorios de los datos que ya tenemos. Como cantaba la ¨reina¨ del rock: el espectáculo debe continuar.

* Juan Höfer es oceanógrafo español del Centro de Investigación Dinámica de Ecosistemas Marinos de Altas Latitudes (Ideal) de la U. Austral (Uach), y académico de la U. Católica de Valparaíso (PUCV).

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