Los últimos días ha habido grandes noticias en la prensa: un aumento del 15% al 25% en las mujeres que lideran proyectos de investigación STEM (sigla en inglés para carreras de ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas), un importante aumento de la participación femenina en las industrias de tecnologías y en cargos relevantes en gerencias de innovación, primeros puntajes de ingreso femeninos en facultades tradicionalmente altamente masculinizadas. Grandes logros sin duda, pero que podrían ser mejores si lográsemos que las experiencias formativas de las estudiantes en carreras STEM fuesen más exitosas de lo que son hoy.
Un dato significativo es que, si bien la retención de primer año del sistema de educación superior ha mostrado consistentemente una brecha positiva cercana a los 5 puntos porcentuales en la retención de mujeres versus hombres, un estudio reciente desarrollado conjuntamente por la Universidad Federico Santa María y la Universidad de Talca, muestra que la tasa de retención del primer año de mujeres que ingresaron a carreras de ingeniería el año 2018 en cuatro universidades nacionales, es menor que la de los hombres, entre medio punto porcentual hasta 10 puntos porcentuales. Esta brecha da cuenta de que las mujeres que acceden a carreras altamente masculinizadas deben enfrentar –todavía, y a pesar de esfuerzos de muchas instituciones- concepciones de roles de género y estereotipos fuertemente arraigados en el cuerpo académico y, por cierto, en el mercado laboral.
De muestra un botón: en una charla que tuve la oportunidad de realizar hace un par de años a alumnos de ingeniería mecánica, se me acercó una estudiante para decirme que a ella le habían contado que había muchas mujeres ingenieras mecánicas, pero que era primera vez que podía hablar con una porque todos sus profesores de especialidad eran hombres.
Y es que la composición de los cuerpos académicos de las facultades de ingeniería tampoco colabora a que las estudiantes visualicen un campo laboral auspicioso, ni tengan la oportunidad de contar con modelos de roles que las ayuden a perfilar su futuro. Es así como en 2017, un estudio de Comunidad Mujer daba cuenta de que, en ciertas universidades líderes en ingeniería y ciencias básicas, sólo un 24% del cuerpo académico eran mujeres y que, además, se percibían condiciones de inequidad salarial y poco acceso de ellas a cargos directivos.
Las instituciones de educación superior tenemos grandes desafíos en disminuir la brecha de género en carreras STEM, pero no sólo debemos facilitar el acceso de las estudiantes, sino su permanencia. En ese sentido, debemos aumentar la proporción de académicas de especialidad para colaborar a reducir estereotipos y para que las profesionales podamos, usando nuestras propias experiencias, oficiar de modelo de roles, ayudando a las futuras ingenieras a delinear con mayor claridad sus oportunidades de carrera en el mundo laboral.
Prorrectora Universidad de Las Américas