Recientemente, un centro asistencial lanzó una campaña de salud invitando a las personas adultas a hacerse chequeo de memoria, aduciendo que 22% de los adultos presentaría una "dificultad" de memoria. Pero, ¿cuál es el rol de los "chequeos de memoria"?
La queja de memoria es un síntoma cuyo significado no es fácil de establecer. Por una parte, olvidar es parte integral del buen funcionamiento de la memoria, como lo intuyó magistralmente Jorge Luis Borges en su relato Funes, el Memorioso: un accidente deja a Funes paralizado, pero con una memoria prodigiosa que, en su infinito detalle, le impide comprender el mundo. Por otra parte, de forma frecuente minimizamos fallas de memoria importantes de los adultos mayores, atribuyéndolas erradamente a un envejecimiento normal.
Pero ¿qué hacer si se experimentan fallas de memoria? El primer paso es consultar. El médico podrá durante la entrevista conocer las características y las circunstancias de aparición de la queja: ¿existe realmente un trastorno de memoria o es solo una mala percepción de los olvidos propios de la memoria normal? Por ejemplo, Eva-Marie Kessler y colaboradores de la Universidad de Heidelberg han propuesto el concepto de "preocupado por las demencias" para referirse a personas que temen tener alguna demencia y magnifican sus olvidos habituales.
Si se sospecha un trastorno de memoria, se deben buscar sus causas, que pueden ir desde malos hábitos -dormir poco o hacer demasiadas tareas a la vez- a trastornos de salud tales como patologías del sueño, efectos adversos de fármacos, trastornos de salud mental o demencias de tipo Alzheimer. En esa misma primera evaluación se pueden realizar evaluaciones cognitivas breves que pueden orientar el diagnóstico.
En función de la queja y contexto clínico, se podrían solicitar diversos exámenes. Entre éstos puede incluirse una evaluación neuropsicológica, que consiste en una serie de tests de evaluación cognitiva validados -es decir, con utilidad diagnóstica conocida- que deben ser administrados por profesionales capacitados. Valga una analogía para aclarar este último punto: un examen de glicemia debe realizarse siguiendo un determinado protocolo, pues el significado de una glicemia alta no es el mismo justo después de comer o tras ayunar un número determinado de horas. Las evaluaciones neuropsicológicas, o "chequeos de memoria", deben realizarse con protocolos de calidad equivalentes. Y más aún, están recomendadas en ciertas situaciones clínicas. De hecho, en Estados Unidos, considerando su utilidad diagnóstica, las evaluaciones neuropsicológicas se reembolsan solo en situaciones justificadas.
La simple invitación a hacerse un chequeo de memoria no se fundamenta en ninguna recomendación basada en evidencia científica. En medicina, las evaluaciones o estudios complementarios pueden dividirse en tres grandes grupos: tests de screening -es decir, tests de detección de enfermedades- aplicados a la población general, tests de screening administrados a poblaciones de riesgo y tests administrados ante una sospecha clínica. En el caso de la memoria, las recomendaciones actuales indican evaluar la memoria ante una sospecha clínica. Invertir el orden -chequear primero la memoria y en base a eso realizar una evaluación médica- no ha mostrado constituir un beneficio para las personas ni contribuir a una mejor salud.
Uno de los grandes desafíos frente al envejecimiento de la población y el aumento de la prevalencia de la enfermedad de Alzheimer y otras demencias es la alta tasa de subdiagnóstico de estos trastornos. Se necesitan campañas de concientización para propiciar consultas oportunas ante un problema de memoria, informando de los síntomas sugerentes de demencias y en qué casos es recomendable consultar, y qué diferencias hay entre el envejecimiento normal y el patológico. Pero a la vez se debe evitar atemorizar a la población sugiriendo que todo olvido es patológico.
Una campaña que llama a hacerse un chequeo de memoria ante cualquier dificultad, sin precisar qué se entiende por dificultad de memoria, es una iniciativa que no ayuda a educar a la población, no contribuye a acceder a mejores estándares de atención en salud y conlleva el riesgo de patologizar artificialmente el funcionamiento normal de nuestra frágil memoria.
* Andrea Slachevsky, neuróloga, doctora en neurociencia. Centro de Gerociencia, Salud Mental y Metabolismo, Clínica de Memoria y Neuropsiquiatría, Facultad de Medicina de la Universidad de Chile y Hospital del Salvador.