Chile merece ser una sociedad del conocimiento
Thomas Alva Edison, uno de los más prolíficos inventores de la historia de la humanidad, no habría logrado inventar el primer sistema de distribución eléctrica del mundo, ni hacer de la ampolleta incandescente un producto económicamente viable sin el desarrollo previo de los principios científicos básicos que orientaron sus hallazgos.
La historia nos demuestra que la separación simplista de la ciencia en dos extremos –básica y aplicada, como un continuo lineal– no es útil a la hora de diseñar estrategias que impulsen las políticas públicas en un ámbito clave para el desarrollo de los países. Se trata de una interpretación errónea, riesgosa no solo para el futuro de la ciencia sino para el desarrollo. En especial para naciones emergentes como Chile.
No es correcto apostar por una u otra, ni exigir más innovación con menos ciencia básica fundamental. Ejemplos de esto hay muchos, en especial en las últimas décadas. Para bien y para mal. Es importante reconocer que la ciencia básica "pura" y la ciencia aplicada se retroalimentan entre ellas, logrando el avance de la ciencia y la innovación. Privilegiar una en desmedro de otras rompe este círculo virtuoso, y lleva a una desaceleración del desarrollo.
En 2003, un equipo de científicos de Rusia, Reino Unido y Estados Unidos obtuvo el premio Nobel de Física por sus investigaciones en superconductividad y fluidez. Lo hicieron mientras intentaban responder preguntas fundamentales relativas a la materia. Hoy, sabemos que sobre esos cimientos se construye el futuro de la computación y la energía.
Lo mismo ocurrió con los científicos que desarrollaron el método CRISPR Cas9, vital para los avances en edición genética, quienes partieron indagando acerca de la resistencia bacteriana al ataque por material genético exógeno. El desarrollo de este mecanismo de edición del genoma ha revolucionado la forma en que manipulamos las células, con potenciales aplicaciones de alto impacto en medicina.
Por el contrario, proyectos filantrópicos que buscan la cura de enfermedades infecciosas en África con fondos multimillonarios continúan estrellándose con preguntas fundamentales aún no resueltas. Un claro ejemplo de ello está en la búsqueda de un tratamiento para la tuberculosis resistente, donde pese a una inversión gigantesca, la solución aún no llega, particularmente porque se requiere, a través de las ciencias básicas, entender más en profundidad los mecanismos que producen esta enfermedad.
La disociación y desbalance del financiamiento entre ciencia básica y aplicada, en un país que invierte en investigación menos que cualquiera de las economías de la OCDE, es al menos un riesgo estratégico.
Evidentemente, no se trata de una cosa o la otra. De hecho, para que la innovación impacte en el sector productivo necesitamos que la ciencia básica se expanda a través de la masa crítica de investigadores que el país ha estado formado en los últimos años.
Sí bien es cierto que las empresas y universidades deben innovar, desarrollar, patentar, aplicar el conocimiento, tiene que existir un componente de ciencia básica que lo respalde. No podemos restringir el estudio de las preguntas fundamentales de la ciencia en función de la potencial aplicabilidad de sus resultados a un producto con transferencia al mercado.
Así, los trabajos precursores de Francisco Mojica nunca habrían visto la luz, si se hubiera desde el principio, exigido una aplicación económica al sistema CRISPR que propuso. Eventualmente, gran parte de las investigaciones científicas no podrían organizarse en un polo u otro.
De esto podemos estar seguros: no habrá nunca una etapa en la historia donde podamos decir que la investigación básica acabó.
Por el contrario, día a día vemos cómo la ciencia se enfrenta a nuevos desafíos, renovadas preguntas y escenarios cambiantes que nos obligan a intentar comprender los fundamentos de estos fenómenos. No tiene que ver con investigar por investigar, sino con una cuestión fundamental para el ser humano: la construcción de conocimiento.
Y si el conocimiento es cultura, entonces, ¿por qué subyugarla y reducirla a un propósito único cual es trasformar la información en productos tangibles? En este sentido preocupa que el direccionamiento de la ciencia en Chile derive hacia un alto énfasis en la innovación, en detrimento de la ciencia fundamental.
No es malo el esfuerzo innovador basado en el conocimiento, pero Chile debe transitar hacia una sociedad del conocimiento que provoque la transformación cultural que necesita. Por lo demás, claudicar al desarrollo de tecnologías sin aplicación inmediata nos conducirá a una eterna dependencia de otros países, de otros visionarios extranjeros. Y, como la historia nos lo está enseñando, esa dependencia nunca sale gratis
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