Nos embarga el entusiasmo, como humanidad, cuando sorteamos diversos límites en áreas alucinantes como la exploración espacial y la búsqueda de los secretos del universo, pero no podemos olvidar que, al fin y al cabo, Tierra hay una sola. Aunque suene obvio, se ha hecho necesario que Naciones Unidas establezca el Día Internacional de la Madre Tierra para recordarnos que sus ecosistemas son el sustento de nuestra vida. Este año, la celebración busca poner en la palestra la crítica situación que enfrentamos por el cambio global, y sus fenómenos asociados como el cambio climático.
Actualmente, la expectación está depositada en diciembre próximo, cuando Chile sea el anfitrión de la COP25, la cumbre mundial que busca llegar a acuerdos para la mitigación y adaptación al cambio climático. Una de las medidas propuestas para este objetivo es disminuir la emisión de gases de efecto invernadero a la atmósfera, lo que desafortunadamente no ha generado consenso, ni acuerdo, entre diferentes naciones, dejando a nuestra Tierra en un completo desamparo.
Sin embargo, nuestro país no figura entre los grandes y medianos emisores de estos gases a la atmósfera. Para hacerse una idea, Chile es el responsable de apenas el 0,25% de las emisiones globales, representando una cifra bastante menor al lado de grandes potencias como Estados Unidos o China.
Estamos de acuerdo en que debemos abordar ese punto, pero ¿podemos jugar un rol adicional, aparte de ser meros anfitriones? Sí, convirtiéndonos en un sumidero o "reserva" de carbono.
Los ecosistemas terrestres absorben entre el 15 y 30% de las emisiones de CO2. En ese sentido, nuestro angosto territorio posee una extraordinaria diversidad de bosques, matorrales, bofedales y turberas, los cuales son verdaderas y eficientes "esponjas" que capturan carbono.
Pensemos, por ejemplo, en el rol que juega la Patagonia chilena, la cual posee la cobertura más continua de bosques y el área de humedales más extensa del hemisferio sur del planeta.
No obstante, la pérdida y degradación de nuestros ecosistemas a lo largo de todo el país son alarmantes.
Los estudios recientes advierten que la destrucción o sustitución de estos parajes para establecer, por ejemplo, monocultivos forestales o agrícolas, generan impactos muy negativos en la capacidad que tiene la naturaleza para capturar y almacenar dióxido de carbono.
En algunos documentos oficiales, Chile se ha comprometido a forestar 100.000 hectáreas con especies nativas, en su mayoría. No obstante, dicho compromiso no puede estar condicionado a la prórroga del Decreto Ley 701 que ha sido el gran motor de la plantación forestal de monocultivo.
Si no abordamos las presiones y amenazas actuales con seriedad, estaremos pecando de completa incoherencia.
La gran diversidad y complejidad estructural de los bosques nativos, y la capacidad de bofedales y turberas de capturar CO2 en condiciones extremas, deben relevarse como atributos importantes, más aún en la actualidad.
Esto sin olvidar, por supuesto, el papel del océano y los ecosistemas costeros en esta materia.
Si queremos tomarnos en serio la lucha contra el cambio climático, es fundamental buscar las soluciones en la propia naturaleza, promoviendo con más fuerza la conservación y restauración de nuestros ecosistemas nativos.
Un primer paso es invertir en ciencia para conocer en profundidad nuestra biodiversidad, tanto sus particularidades, vulnerabilidades y contribuciones para las personas.
Hoy más que nunca, necesitamos posicionar a Chile como un capturador (o sumidero) de CO2, basándonos en las tremendas oportunidades y beneficios que entrega nuestra biodiversidad nativa. De esa manera, podremos aportar a la conservación de nuestro patrimonio natural, por un lado, y a la mitigación del impacto del cambio climático, ciñéndonos de forma real y permanente al espíritu que inspira este Día Internacional de la Madre Tierra.