En un reciente artículo publicado en la revista Environmental Science and Policy, un grupo de investigadores del Centro de Investigación del Clima y Resiliencia (CR)2 realizó un llamado a diversificar las acciones climáticas destinadas a mitigar la emisión de gases de efecto invernadero (GEI) en nuestro país, arguyendo que la actual estrategia llevada a cabo por Chile, basada en buena parte en la capacidad del sector forestal para capturar carbono mediante plantaciones industriales, no es suficiente para alcanzar la carbononeutralidad en el año 2050.

Ésto, explican, debido al complejo escenario climático actual, caracterizado por sequías severas, incendios forestales y alta mortandad de árboles, y al uso de este tipo de plantaciones como medida de mitigación.

Créditos: Mónica Paz

Objetivo conocido, destino incierto

En marzo de 2020, Chile presentó ante los países miembros del Acuerdo de París sus Contribuciones Determinadas a Nivel Nacional (NDC), una serie de compromisos voluntarios adquiridos por cada Estado con el fin de reducir la emisión de GEI en su territorio.

Originalmente vista como una de las propuestas más audaces de las presentadas en el Acuerdo, la estrategia incluía, entre otras medidas, distintas acciones relacionadas con el uso de suelo, el cambio de uso de suelo, y la actividad forestal existente en el país: desde el manejo sostenible de 200.000 hectáreas (ha.) de bosque nativo y 100,000 ha. de plantaciones industriales, a la forestación de otras 100.000 ha. de bosque (70% nativo y 30% exótico), pasando por la reducción de la degradación forestal y la deforestación asociada a la silvicultura.

“Sin embargo, la capacidad de estas medidas para actuar consistentemente como un sumidero de carbono efectivo se ha vuelto discutible, sobre todo considerando la estrategia de usar plantaciones industriales intensivas de árboles exóticos (de rotación corta) como acción climática, y la incertidumbre de la futura capacidad de los bosques nativos para secuestrar carbono en los escenarios de clima futuros” explica el economista ambiental de CAPES-UC, Felipe Vásquez, uno de los autores del estudio.

Si bien en las últimas dos décadas, la pérdida de cobertura arbórea a causa de la deforestación, la tala de árboles, la actividad agrícola y los desastres naturales ha afectado tanto a bosques nativos como a plantaciones industriales, ésta ha impactado principalmente a la zona central de Chile, hogar del 92% de las plantaciones forestales del país.

“Los incendios forestales, cada vez más intensos y recurrentes en nuestro territorio, han cambiado las plantaciones forestales de sumideros, a fuentes de emisión de carbono” afirma Vásquez, alterando las proyecciones iniciales que dieron sentido a esta estrategia.

Si bien en las últimas dos décadas, la pérdida de cobertura arbórea a causa de la deforestación, la tala de árboles, la actividad agrícola y los desastres naturales ha afectado tanto a bosques nativos como a plantaciones industriales, ésta ha impactado principalmente a la zona central de Chile, hogar del 92% de las plantaciones forestales del país.

De hecho, se ha estimado que los 3,1 millones de ha. de plantaciones forestales existentes en Chile, compuestas mayormente por “bosques” de pino (Pinus radiate) y Eucalyptus, funcionan más como una fuente neta de carbono, ya que su captura de este CO² se ve cancelada por la tala rasa que cada 12-18 años se realiza para la producción de bienes de corta vida, la quema de leña, las prácticas de quema y corta, y, precisamente, los incendios forestales.

Más aún, los autores acotan que el uso de plantaciones industriales como un mecanismo conducente a la carbononeutralidad ha sido fuertemente criticado por la comunidad científica, debido al alto consumo hídrico que éstas demandan (muchas de ellas desde áreas diezmadas por la sequía), sus impactos negativos en la biodiversidad, la fragmentación del paisaje y los conflictos socio-ambientales.

Nativos y diversos

De ahí que, ante este panorama, los autores del estudio propongan un cambio de estrategia orientado más hacia los árboles nativos como verdaderos captadores de carbono hacia el futuro, fortaleciendo su capacidad de secuestro ante la amenazada de la sequía y los incendios.

“Así, en el contexto de la actual crisis climática, el gobierno de Chile debe implementar una estrategia ambiciosa que apoye la restauración de sus bosques nativos, siguiendo un plan similar al que promovió exitosamente la expansión de plantaciones industriales en las décadas pasadas” escriben en el artículo.

Sin embargo, como plantea Vásquez, “pensar en el bosque nativo como verdadero y principal sumidero de carbono, requiere equiparar los incentivos asociados a la protección y restauración del bosque nativo con aquellos derivados de las plantaciones forestales. Esta tarea es compleja, dado que la estructura actual de incentivos favorece a estas últimas. Solo comparar lo que el Estado ha gastado en subsidiar las actividades silvícolas versus las de protección del bosque nativo dan un indicio del problema”.

Para complementar estos esfuerzos, los investigadores también sugieren diversificar la matriz de acciones de mitigación de Chile hacia otras soluciones basadas en la naturaleza, también conocidas como soluciones climáticas naturales.

Mal que mal, la protección de turberas, humedales costeros y ecosistemas oceánicos ya son acciones que otros países miembros del Acuerdo de París han incorporado a sus respectivos NDC, ante la evidencia de que su conservación, restauración y manejo sustentable puede contribuir al aumento de la captación de CO² y a la reducción de emisiones de gases de efecto invernadero.

Pensar en el bosque nativo como verdadero y principal sumidero de carbono, requiere equiparar los incentivos asociados a la protección y restauración del bosque nativo con aquellos derivados de las plantaciones forestales.

Además, las soluciones climáticas basadas en la naturaleza proveen múltiples servicios ecosistémicos que podrían considerarse como beneficios complementarios a su rol como sumideros de carbono; estos incluyen impactos positivos a nivel de biodiversidad, disponibilidad de agua, y salud del suelo que, en palabras de los autores “son esenciales para consolidar el componente de adaptación de los compromisos de Chile”.

Hasta ahora, Chile se ha comprometido a desarrollar mediciones estandarizadas que evalúen adecuadamente la contribución neta de turberas, humedales y océanos a la mitigación del cambio climático, aunque esta promesa, dicen, debe ir aparejada de transformaciones en la institucionalidad ambiental del país que aseguren programas de resguardo y monitoreo a largo plazo, y ecosistemas resilientes.

“Desde la ciencia tenemos respuestas para muchas de estas interrogantes, pero no basta solo con esto. Es necesario implementar los cambios institucionales y culturales a nivel del Estado, y también del sector privado, para entender que esto debería ser parte central de las estrategias de desarrollo económico futuras. Nuestras estimaciones muestran que tanto los costos de corto plazo como de largo plazo no son prohibitivos, y que los beneficios en calidad de vida y sustentabilidad que vienen aparejados con estos cambios superan estos costos”, afirma Vásquez.

De no actuar, concluyen los investigadores, bien podemos hallarnos en la posición de que, citando a Gabriel García Márquez, “la sabiduría llegue a nosotros cuando ya no nos sirva para nada”.