El rostro de quien se creía era un vampiro, fue reconstruído gracias a un artista forense a partir del ADN de sus huesos y usando un software de reconstrucción facial en 3D. Ahora, gracias a los últimos análisis los investigadores saben mucho más de este hombre desafortunado que fue asesinado, y que sí, era un humano.
Hace 32 años, en 1990 los arqueólogos excavaron un cementerio sin marcar del siglo XVIII en Griswold, Connecticut. Entre los muchos restos óseos que encontraron, unos en particular les llamaron la atención: los huesos de un hombre que estaban dispuestos en forma de calavera y tibias cruzadas, una señal de que sus contemporáneos creían que era un vampiro.
Gracias a un estudio publicado en la Biblioteca Nacional de Medicina, se sabe que, en algún momento tiempo después de su muerte, el hombre conocido como JB55 fue exhumado y enterrado nuevamente por miedo de que pudiera regresar de la tumba para chuparles la sangre.
“Los restos se encontraron con los huesos del fémur extraídos y cruzados sobre el pecho”, dijo a Live Science Ellen Greytak, directora de bioinformática en Parabon NanoLabs y líder técnica de la división de análisis de ADN avanzado Snapshot de la organización. “De esta manera no podrían caminar y atacar a los vivos”.
Después de realizar un análisis de ADN, los científicos forenses de una empresa con sede en Virginia llamada Parabon NanoLabs y el Laboratorio de Identificación de ADN de las Fuerzas Armadas (AFDIL), concluyeron que en el momento de la muerte JB55 tenía unos 55 años y padecía de tuberculosis.
La tuberculosis, que no tenía cura en el siglo XVIII-XIX, fue una de las mayores causas de muerte en Estados Unidos. La aparición de sus víctimas, junto con la naturaleza prolongada de la enfermedad, alimentaron la creencia en los muertos vivientes.
“Este era un problema de salud pública. El consumo era una epidemia en la Nueva Inglaterra del siglo XIX. No sabían nada sobre la teoría de los gérmenes y no entendían cómo se propagaba la enfermedad”, dijo a Newsweek Nicholas Bellantoni, arqueólogo emérito del estado de Connecticut y profesor de antropología en la Universidad de Connecticut, que ayudó a excavar Barber en 1990.
“En un intento por detener la ‘epidemia’ de vampiros, el cuerpo de un individuo enfermo a menudo se exhumaba y examinaba”, dice el estudio. Y ese es el destino que probablemente le sucedió al hombre enterrado en Griswold.
Sus últimos días probablemente no fueron agradables, pues cambió su apariencia física y su comportamiento pasó a ser errático. Según el estudio: “Es posible que JB55 fuera considerado un vampiro debido a su enfermedad y, por lo tanto, tuvo que ser “asesinado” mutilando su cadáver”.
“Los efectos secundarios de la tuberculosis incluyen ictericia (piel pálida y amarilla), ojos rojos e hinchados, presencia de sangre alrededor de la boca al toser y la apariencia general de ‘consunción’, todos los cuales se alinean con los atributos físicos comúnmente asociados con vampiros”, explica el estudio.
En 2019, los investigadores propusieron una posible identidad para el desconocido: John Barber. Sin embargo, no fue tarea fácil, pues trabajar con huesos que tenían más de 200 años resultó un desafío.
Es por esto que tuvieron que la búsqueda se tuvo que completar con el ADN de otro individuo enterrado cerca, que se creía era pariente de Barber. ”Determinamos que eran parientes en tercer grado o primos hermanos”, dijo Greytak a Live Science.
Usando un software de reconstrucción facial en 3D, un artista forense mostró los resultados de la investigación genética: probablemente tenía piel clara, ojos marrones, cabello castaño o negro y algunas pecas.
Finalmente, se pudo determinar que John Barber era un granjero pobre que probablemente murió de tuberculosis. Al cráneo le faltan los dos incisivos, tanto el superior como el inferior, también tenía una clavícula fracturada mal cicatrizada y una rodilla aquejada de artrosis, que, además del dolor lo hacía cojear de manera notoria. La tuberculosis era tan grave que le había dañado las costillas. El apodo JB55 se basó en el epitafio escrito en su ataúd con tachuelas de latón, que denota sus iniciales y la edad al morir.
Todos los resultados de la nueva investigación se dieron a conocer en el Simposio Internacional sobre Identificación Humana (ISHI), que se lleva a cabo del 31 de octubre al 3 de noviembre de 2022 en Washington, Estados Unidos.